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La ley sobre el final de la vida empieza muy mal

La ley sobre el final de la vida empieza muy mal

Foto de Maxim Tolchinskiy en Unsplash

Editoriales

El inicio del proceso parlamentario que el Tribunal Constitucional ha solicitado repetidamente es confuso y contradictorio. Las banderas ideológicas que hay que evitar para no salir de la zona gris.

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El inicio del trámite parlamentario de la ley sobre el final de la vida , cuya aprobación el Tribunal Constitucional ha solicitado reiteradamente, es confuso y contradictorio. Ya desde los primeros borradores y las reacciones que han suscitado, se percibe una tendencia a la ideologización, justo lo contrario de lo necesario. La mayoría parece inclinarse a definir como "ética" la comisión evaluadora que debe otorgar o denegar la autorización para acceder al suicidio moderadamente asistido, lo que abre una inevitable e inútil controversia terminológica al respecto . El punto esencial de la ley, el recurso (¿obligatorio?) a los cuidados paliativos, se trata con cierta superficialidad, a la vez que es evidente que si las terapias para el dolor no deben garantizar la supervivencia del paciente, acabarán siendo la forma "suave" de suicidio asistido, como ya ocurre en la práctica. Condicionamientos ideológicos similares y opuestos caracterizan las posturas, al menos las expresadas hasta ahora, de la oposición. En esencia, se mantiene la tesis radical de que la eutanasia es un "derecho civil".

¿Es esta una postura realmente válida en el Partido Demócrata, especialmente en sectores más vinculados al origen u orientación católica? Dado que el tema es delicado y complejo, es erróneo referirse a casos límite que han sido popularizados por iniciativas radicales; deberíamos examinar con atención (y con cierta delicadeza) la generalidad de los casos y buscar soluciones que, quizás manteniendo cierto margen de ambigüedad, permitan a las personas y a sus médicos tomar las decisiones más adecuadas y, en cualquier caso, dolorosas. Evitar la condena a una supervivencia basada únicamente en el sufrimiento sin cuestionar el principio de la inviolabilidad de la vida es difícil y requiere inteligencia, comprensión y, si se me permite decirlo, humildad. Presumir de certezas en este campo es síntoma de incomprensión; agitar banderas ideológicas es aún peor. Es de esperar que, tras el viraje inicial, la gente comprenda que un asunto tan delicado no se puede cortar con un hacha.

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