Esperando al PP…

¡Qué paradoja! Visto lo visto con Pedro Sánchez y su entorno, parece que lo más lógico sería que todos exigiéramos su dimisión y la inmediata convocatoria de elecciones, pues, como aprendimos de Karl Popper, al final, una buena democracia se reconoce por su capacidad de cesar a los malos gobernantes sin tener que recurrir a la violencia. Curiosamente, a pesar de los mecanismos disponibles, nadie se precipita a echarle. ¿Por qué será?
Algunos advierten razones espurias: ¿cómo van a retirarle su apoyo los que están en caída libre en las encuestas, los que de su permanencia depende el salario o, más trágico todavía, los que le necesitan para eludir el peso de la justicia?
Otros argumentarán la utilidad de sus valores líquidos. Ante una derecha con valores rígidos y con una visión unívoca de España (todo muy de antes), la ductilidad del presidente Sánchez aparece como mucho más llevadera y menos conflictiva. Este hombre igual nos sirve para amnistiar a los líderes del procés y regenerar la derecha catalana, que para convocar una consulta popular que frene una opa no deseada. ¡Así da gusto!
Hay un tercer tipo de razones, que creo que también deberían preocuparnos. Me refiero a la identificación de Sánchez como mal menor, vista la deriva hiperbólica del PP, que a menudo raya el insulto al ciudadano y la deslealtad democrática. Porque más allá de la comprensible aspiración a gobernar, de la frustración por haber ganado las elecciones pero no haber conseguido los apoyos suficientes para acceder al poder, ¿está justificado que en la mayoría de sus intervenciones públicas los dirigentes populares dejen de reconocer la dignidad y legitimidad de sus rivales?
Desearía poder votar al PP, pero no puedo; les ruego que empiecen a dudar de lo que han hechoEn su afán por derribar a Sánchez, ¿también vale lesionar la reputación del Estado democrático? ¿No es abusivo afirmar, como hizo Núñez Feijóo en un mitin reciente, que en España está “todo lleno de corrupción, de cloacas y de mentiras”? O, como afirmó Díaz Ayuso, que “¡hay urnas, sí, pero esto no es una democracia!”.
¿Son conscientes en el PP de que estos disparates no se los hemos oído en público ni a los mismísimos Puigdemont ni a Rufián, declarados antiespañoles? Resulta paradójico que el país que la derecha describe al borde del colapso mafioso sea al mismo tiempo la economía que más crece en Europa, la sociedad que ha desactivado el secesionismo o que ríe y llora en cívica comunión las victorias de Carlos Alcaraz o las derrotas de los cachorros de la roja. Unos y otros, ¿estamos hablando de la misma España? No lo parece.
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Si Núñez Feijóo desea realmente ser visto como alternativa al PSOE y llegar a la Moncloa, debe serenar su antisanchismo, recuperar la templanza que un día le fue distintiva –y que en Barcelona le valió el elogio del Cercle d’Economia–, así como desmarcarse de las voces fanáticas que, según cuentan, si oyen hablar en euskera, gallego o catalán se sienten “extranjeras en casa”. Por convicción – y por interés– el PP debe aspirar a que perfiles como yo podamos votarlo. Y así es imposible. Porque es legítimo argumentar que si el PSOE gobierna con Sumar, el PP puede hacerlo con Vox. Pero los extremos no pueden contaminar tu propia agenda hasta desnaturalizarla y mimetizarla.
Puede que Pedro Sánchez haya gobernado por decreto y sin presupuesto, mienta (o cambie de opinión) más que hable y entienda la democracia como el arte de gobernar sin más restricciones que las que le impongan sus intereses o aliados, favoreciendo el clientelismo e incluso la corrupción. Pero su Gobierno se ha constituido en elecciones libres y competitivas, respeta los derechos fundamentales y el Estado de derecho. Su narcisismo y sentido práctico irritarán más o menos, pero merece un respeto. En el fondo, lo merece más que los compañeros de partidos extremistas que con sus bulos probados incitan al odio, blanquean y dan alas a la extrema derecha.
¿Por qué, a pesar de la decepción con Pedro Sánchez, no vemos en Núñez Feijóo el hombre que haga posible el cambio? Porque las mayorías no pueden articularse desde los extremos, solo a la contra. Los líderes deben inspirar complicidades y confianza. Recuerden lo que escribió Anna Murià: el odio nace de los que tienen razón; el amor, de los que dudan. Ruego a los del PP que, si quieren ser alternativa real, empiecen a dudar de lo que han hecho hasta ahora.
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