La diplomacia del cisma en la era Trump

En la semana en que un rapero estadounidense llamado Travis Scott ha intentado emular mediáticamente las visitas de Barack Obama y Bruce Springteen a Barcelona, otro habitante del planeta USA, autodenominado boss y conocido como Donald Trump, ha hecho gala otra vez de su diplomacia cismática, esta vez, durante una gira por Oriente Medio. El viaje ha sido muy lucrativo, según dicen para su país pero también para sus propios negocios. ¿Se imaginan a nuestro presi Pedro Sánchez cerrando acuerdos para alguna empresa suya o de su familia en Arabia Saudita o en alguno de los emiratos? ¿Y qué dirían si le regalaran un superavión de 400 millones de dólares para sustituir el Falcon, como el que ha recibido el líder trumpista? Al menos, hay que decir que Trump lo hace a cara descubierta, sin ningún tipo de pudor.
Lo primero que hizo el jefe de la Casa Blanca fue provocar otro de sus cismas geográficos. Y anunció que renombraba el golfo Pérsico por “golfo de Arabia”, con lo que habrá una parte del mundo que le llame de una manera y él, de otra. Ya hizo lo mismo al rebautizar el golfo de México como "golfo de América". Lo importante es si cuenta o no con la complicidad del Google Maps. Pero es curioso este afán de Trump por cambiar los nombres de la geografía mundial. Y aún lo es más que muestre esta obsesión por los “golfos” y, en cambio, no por los ríos, los lagos o los mares. No, lo suyo son los golfos (y no creemos que sea por ser aficionado al golf, es decir, golfista). Pero, sin duda llama la atención su fijación por los golfos, los golfos, los golfos...
Lee tambiénEl cisma es una división o separación, que habitualmente ha hecho referencia sobre todo a una Iglesia o religión. En la historia del cristianismo hay muchos ejemplos, como el cisma con la Iglesia copta y las otras Iglesias ortodoxas orientales, acusadas de ser monofisitas (doctrina que niega que en Jesucristo haya dos naturalezas: la divina y la humana), consecuencia del desacuerdo en el Concilio de Calcedonia (siglo V); el llamado cisma de Oriente (siglo XI); y el también llamado, esta vez, cisma de Occidente, también conocido como cisma de Aviñón (siglo XIV); o el cisma en la Iglesia ortodoxa rusa o de los Viejos creyentes (siglo XVII). Pero, la historia es caprichosa. Y, mientras se ha hablado esta semana de intentos de buscar una paz en Ucrania con reuniones en Turquía, cabe recordar que, en 2018, se produjo el cisma Moscú-Constantinopla, entre la sede primada de la Ortodoxia Oriental, el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y la Iglesia Ortodoxa Rusa. Fue a causa de que Constantinopla concediera la autocefalia (estatus jerárquico de una Iglesia en la que tiene como cabeza a uno de sus obispos, quien no responde a la autoridad de ningún otro jerarca) a la Iglesia ortodoxa de Ucrania.
Pero, el auténtico cisma podría producirse en el país de los golfos cismáticos, donde la obsesión por cambiar los nombres de los golfos solo es un ejemplo del afán del divide y vencerás. Por un lado, en la provincia petrolífera de Canadá, Alberta, ya sobrevuela la amenaza de un referéndum de secesión después de que Trump hubiera alentado a los canadienses a unirse a Estados Unidos. Por otro lado, que el nuevo papa León XIV sea estadounidense no quiere decir que sea del agrado de los trumpistas, por lo que también resuenan los ecos cismáticos en la Iglesia católica del país de las barras y estrellas. “Dentro de diez años habrá un cisma en la Iglesia católica”, ha advertido Steve Bannon, guardián del movimiento MAGA (Make America Great Again), la corriente nacionalista de extrema derecha que ha hecho trumpiano al Partido Republicano.
El siglo XXI va camino de ser sinónimo de cisma, en todos sus ámbitos, desde la economía a la cultura, pasando por la política, la religión o, como hemos visto, incluso la geografía, como ha quedado demostrado con los golfos. Los golfos, sí, los golfos.
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