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Lo nuevo en tendencias: la antidiversidad

Lo nuevo en tendencias: la antidiversidad

Hacer un networking de mujeres o un encuentro entre mujeres y niñas en Estados Unidos se ha convertido en un acto casi revolucionario. Las empresas con agenda de igualdad se arriesgan a perder contratos. Y algunas están recibiendo cartas oficiales, al más puro estilo maccarthiano, pidiéndoles que confirmen que no tienen políticas de diversidad de género. Si echan un vistazo a las páginas web de las firmas españolas en EE.UU., se darán cuenta inmediatamente de las que están resistiendo y las que ya han hincado la rodilla ante la Santa Inquisición trumpiana (curiosamente sin que la prensa española se haya hecho eco).

Jeff J Mitchell / Getty

El movimiento antidiversidad no es solo una reacción social pendular al exageradísimo wokismo de los últimos años, sino que está dirigido políticamente. Cristalizó en el 2021 cuando el senador Josh Hawley dedicó todo su discurso de la convención republicana a “recuperar la masculinidad” y defender que hay que educar a los niños (no las niñas) en la competitividad, la fuerza, ho­nestidad y valentía, como si esos valores fuesen solo de hombres. Desde entonces todo ha ido a más y el capitán de la antidiversidad mora ahora en la Casa Blanca: Stephen Miller, el subdirector del Gabinete de Trump. Comparado con este auténtico obseso de la antidiversidad, Steve Bannon era un bendito.

A la antidiversidad le sobran altavoces y medios, porque se le han unido varios tech bros (por convicción o torpeza) y, sobre todo, una gran parte del mundo del venture capital tecnológico (que son los que dirigen a Trump en la sombra). Son hombres que, a pesar de operar en un área absolutamente dominada por hombres y tener todo el poder y dinero del mundo, van de víctimas. Disfrazan la antidiversidad de lucha por la meritocracia y tienen una fijación con eliminar las políticas de diversidad de las universidades. Pura hipocresía, porque todo el mundo sabe que ellos sueltan cantidades inimaginables de dinero a las mejores universidades americanas, asegurando que sus propios familiares tengan acceso a ellas. Meritocracia te doy que para mí no tengo.

Su capitán mora ahora en la Casa Blanca: Stephen Miller, el subdirector del Gabinete de Trump

En el sector progresista hay ahora un movimiento que reivindica que son los chicos (especialmente los jóvenes varones blancos de clase obrera) y no las chicas los que están “en crisis”. Lo lidera Richard Reeves, del Instituto de Hombres y Niños, que ha recibido la friolera de 26 millones de dólares de Melinda Gates. Argumentan que los chicos van por detrás de las chicas en educación y –en el estrato social más bajo– también en empleo. No les falta razón en apuntar que esos chicos necesitan ayuda, porque los trabajos simples de manufactura que solían hacer están desapareciendo. Y más que van a desaparecer con la robotización y tecnología (capitalizada, irónicamente, por los tech bros). Pero desa­fortunadamente, este bienintencionado movimiento está dando alas a los antidiversidad, porque les permite decir que hasta los progresistas reconocen que los discriminados son los hombres blancos y no las mujeres.

En España no tenemos tech bros ni venture capital trumpistas, pero ya se ha puesto de moda que los chicos se quejen del hembrismo (es decir, de que se les consiente más a las chicas que a los chicos). Y muchos jóvenes varones, que se están moviendo políticamente hacia la extrema derecha, se sienten víctimas. Bien es cierto que entre ellos hay de todo: desde muchos niños bien de mocasines y polos Lacoste –que lo que tienen que hacer es dejar de quejarse y ponerse a currar– hasta muchos jóvenes sin medios de barrios periféricos y el mundo rural para los que el futuro se avista difícil, sin que los políticos les den solución alguna.

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Como en España casi siempre vamos dos capítulos por detrás en tendencias globales, todavía tenemos a la gente empeñada en la lucha cultural contra el wokismo. Y eso a pesar de que aquí ha sido una tendencia impostada, porque los wokes en España son cuatro gatos (aunque a uno de esos gatos la hicieron ministra). Pero haríamos bien en darnos cuenta de que el wokismo es ya cosa del pasado. Y de que lo que se nos viene ahora encima –de forma real o impostada– es la antidiversidad, que ya está haciendo estragos en Estados Unidos.

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