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La mujer detrás del concierto de Keith Jarrett que cambió la historia de la música

La mujer detrás del concierto de Keith Jarrett que cambió la historia de la música

Los mitos carecen de tiempo, son ajenos a la historia porque está en su naturaleza fundarla. Según Mircea Eliade, el hombre arcaico no conoce ningún acto que, en puridad, no haya sido vivido anteriormente por otro. Lo que él hace ya se hizo. Su vida no es nada más que la repetición ininterrumpida de gestos inaugurados por otros; gestos por definición míticos. Se diría que en el tráfago de acontecimientos señalados ritualmente como históricos, de tanto en tanto, el hombre moderno, siempre preocupado por la rentabilidad del tiempo, se da de bruces con su más íntima naturaleza primitiva (o arcaica) y, de su quehacer cotidiano, surge, en efecto, el mito, la leyenda, el acto fundacional, el tiempo sin tiempo. El concierto en directo que Keith Jarrett dio en la ciudad alemana de Colonia en enero de 1975 (es decir, hace ahora 50 años) pertenece sin duda a esta categoría. Nunca debió ocurrir.

Los hechos son conocidos. El piano no era el exigido por el músico (el lugar del majestuoso Bösendorfer 290 Imperial lo ocupaba otro desafinado al que no le funcionaban los pedales), el escenario (la Casa de la Ópera) estaba muy lejos de ser el adecuado (el normativo, diríamos hoy) y el horario cerca de la medianoche de un día gélido auguraba lo peor. A esto se sumaba que Jarrett padecía de un insoportable dolor de espalda producto tanto de su forma de tocar doblado literalmente sobre el piano como del viaje en coche desde Zúrich después de varios días sin dormir. Lo que sucedió, a continuación, fue un instante perfecto de una hora y seis minutos de duración convertido en el disco de jazz a cargo de un solista más vendido de la historia. Un milagro. Y también un mito fundacional ajeno a aniversarios y al propio tiempo que habla de vencer la dificultad, de dejarse llevar por la inspiración, de la necesidad de lo imposible. Y así.

La película Köln 75 recrea ese mito. Lo repite porque está en la esencia de los mitos ser repetidos, una y otra vez. La única novedad, y ahí su hallazgo, es el punto de vista. Todo se cuenta desde la mirada de la artífice del milagro, la promotora de conciertos y productora de música Vera Brandes, que ahora cuenta con 69 años y entonces con apenas 18. Pero, ¿a quién le importa la edad cuando sobra el mismo tiempo? «Todavía es hoy que es un misterio por qué Jarrett accedió a dar el concierto», comenta desde el otro lado del zoom Brandes a la que en la cinta de Ido Fluk encarna con una energía incontenible Mala Emde.

Y sigue: «Están las explicaciones obvias, como que no quería decepcionar al público que llena la sala de la ópera. Pero, siendo una especulación, me inclino a pensar en que hizo mella en él lo que le comenté en el coche que conducía mi hermano cuando estaba a punto de renunciar camino del hotel. "Keith, si no tocas esta noche, voy a estar jodida. Y sé que tú también vas a estarlo". En verdad, repetía una frase que le escuché decir a Miles Davis hablando con sus músicos y que no tengo claro a qué se refería. "Vale, tocaré, pero lo haré por ti", fue su contestación». Pausa. «Pero en verdad, quizá la razón fue que el equipo de grabación ya estaba contratado e instalado y la decisión fue tomada con anterioridad. U otra razón aún más pueril». ¿Cuál? «Tiempo atrás cuando Keith estuvo en Colonia con Chick Corea, la que se encargaba de aquella gira fue una compañera, Renate, con la que hizo una gran amistad y que se parece mucho a mí. Quizá simplemente nos confundió o le recordaba lo suficiente a ella para que sintiera piedad de mí».

En verdad, el motivo por el que dio el concierto importa poco o tanto como el origen de, otra vez, los mitos. Es decir, nada. Pero, ¿por qué lo que surgió fue tan memorable? «Probablemente Jarrett tocó como lo hizo porque no era un buen piano. Como no podía enamorarse del sonido, encontró otra forma de sacarle lo mejor», fue la contestación en su momento del productor Manfred Eicher. Se dice que las primeras notas que se escuchan son las de la melodía que suena como aviso ante el inminente inicio del concierto. Por eso las risas que se escuchan. Desde ahí, el músico establece una conexión con el público mediante el desarrollo de motivos melódicos que se van transformando en el instante exacto a la vez que logra una atención constante en la improvisación. Importa la sensación permanente de intimidad entre el creador y su creación siempre libre, siempre reconocible, siempre nueva.

«El recuerdo de aquel concierto se mantiene unido al del momento que vivía Alemania y la ciudad de Colonia. Vivíamos un instante de explosión creativa en todos los sentidos. No solo en la música sino en cualquier aspecto y disciplina artística. Y Jarrett era una especie de profeta. Él también estaba ahí, en la idea de romper barreras entre la música culta y la popular, entre la clásica y el jazz, entre el mismo arte y la política», razona Brandes en un nuevo intento de explicar tal vez lo que no tiene explicación, lo que simplemente es como es. Y continúa: «Si comparamos lo que sucedió entonces con lo que sucede ahora, todo parece una paradoja brutal. Ahora disponemos de toda la música imaginable al alcance de la mano. Y, sin embargo, todo aparece compartimentado, separado y la gente tiene unos gustos musicales muy específicos. No quiere dejarse sorprender. Entonces, con las posibilidades mucho más restringidas, todos, público y creadores, solo deseábamos ir hasta el límite, deshacernos de las fronteras».

Cuenta Brandes que la película es fiel, que todo el irrefrenable empuje, vigor y hasta potencia de la protagonista fue el suyo. «Era muy joven, pero ya tenía experiencia», precisa. También cuenta que el mítico piano Imperial que no apareció en verdad estaba en otro sitio del que dice la película. «El problema es que el encargado de los instrumentos de la ópera no se comunicó con el director y, como era fin de semana, no había a quién preguntar», dice. «En realidad, fue solo una serie de malentendidos. Pero la creencia común es que el desafío de tocar un piano como ése fue lo que hizo que tocara como lo hizo. No lo tengo claro, pero...», dice y en los puntos suspensivos deja la claridad del mito, el mito del tiempo sin tiempo.

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