Magda Tagtachian, una reina memoriosa en sus dominios

Magda Tagtachian es periodista y escritora y este mediodía abre la puerta con una sonrisa. Se acomoda el chal morado de lana tejido y dice casi por todo saludo: “Era de mi abuela Armenuhi”. El pasillo largo se convierte en un pasaje a otro tiempo y a otra tierra y ella deviene en una reina en sus dominios.
Afuera llovizna y hace frío, pero adentro todo es calidez: los muebles de madera construidos por las manos de su papá, Jorge Tagtachian, y las fundas de los almohadones tejidos por su abuela y su tía Alicia. En la habitación que hoy Magda llama Malva (porque es el color de la memoria), la máquina de coser Singer todavía tiene el hilo naranja y la aguja enhebrada.
Dicen las solapas de sus novelas Artsaj (2022), Rojava (2021), Alma armenia (2020) y Nomeolvides Armenuhi, la historia de mi abuela armenia (2016 y 2021) que nació en Buenos Aires y es la tercera generación de armenios en la Argentina. A esa serie de libros se suma ahora La promesa (Planeta) recién llegada a las librerías.
Magda Tagtachian en la casa de su familia armenia en Villa Urquiza. Foto: Victoria Gesualdi.
Sus libros han sido publicados también en México, Brasil y Armenia. En 2018, recibió la distinción Hrant Dink, otorgada por el Consejo Nacional Armenio de Sudamérica por su labor en derechos humanos. En la actualidad mantiene una activa participación en la comunidad armenia, dicta talleres de escritura creativa y colabora en distintos ámbitos culturales, periodísticos y literarios.
Pero ahora, Magda prepara café armenio y lo sirve en los pocillos de porcelana de su abuela. Comienza la charla y su vida se intercala con la de los personajes de sus novelas. “La promesa nació de algo que me contaron mi tía abuela y mi tía y entonces supe que quería que Alma fuera la protagonista”, dice.
“Hacía mucho que quería ir a Jerusalén, pero concretamente un día, cenando en el restaurante Armenia con mi tía Alicia Tagtachian y mi tía abuela Zarman Daghlian (Zarman quiere decir maravilla en armenio), me contaron cómo los armenios peregrinaron, en la época del genocidio, a Jerusalén y se tatuaban la cruz en el dorso de la muñeca como señal de agradecimiento porque se habían salvado y también como acto de fe, supe que tenía que ir”, cuenta mientras convida dulces armenios, con pistacho y delicias de Medio Oriente.
Antes de seguir con la conversación, Magda explica que cuando se está por probar algo nuevo, que no se había comido nunca antes, la tradición armenia indica pedir tres deseos.
“El pueblo armenio es un pueblo cristiano y si bien siempre dicen que las razones de los genocidios son por motivos religiosos, en realidad el fundamentalismo religioso es usado como excusa para exterminar, porque los armenios eran una minoría cristiana muy importante en un entorno musulmán, pero mi abuelo y mi bisabuelo tenían amigos musulmanes, árabes”, explica.
Magda Tagtachian en la casa de su familia armenia en Villa Urquiza. Foto: Victoria Gesualdi.
–¿Y por qué se tatuaban la cruz?
–Para poder entrar a las iglesias, era una forma de identificarlos rápidamente y que pudieran entrar a las iglesias cristianas. Y cuando escuché eso me dije que quería ir a Jerusalén. Mi mamá, Beatriz Balian, había viajado un año después de la muerte de mi papá, en 2013 e hizo todo el camino de Tierra Santa. Mi vieja era muy religiosa y mi papá, ateo. No pude todavía llegar pero investigué mucho para esta novela y el origen fue eso que me contaron mi tía y mi tía abuela.
–Leyendo la novela parece que conocieras…
–Si me largas hoy en Jerusalén, yo voy de memoria. Cuando me puse a investigar, solamente con esta historia que te acabo de contar, empecé a tirar del hilito y me encontré con los talleres de cerámica palestina en Jerusalén, hechos por los armenios. Son momentos bellísimos esos, cuando encontrás estas cosas investigando. Pero la sorpresa fue mayor cuando descubrí cómo se llamaba el taller: Cerámicas Balian y su fundadora, Maria Balian, el mismo nombre y apellido que mi abuela materna. Eran muchas señales. No podés no ponerle el cuerpo, el alma, el corazón, el espíritu a la historia: te tenés que largar de cabeza. Y así empezó mi viaje, desde acá, a Jerusalén porque yo realmente creo que estuve ahí y empecé entonces por contactar a la familia Balian en Jerusalén. Me pasó parecido cuando escribí Rojava, cuando investigué el pueblo kurdo, sentía que estaba en la ceremonia con los kurdos, seguía en vivo por instagram la ceremonia del fuego: era la única que no era kurda. Es como una puerta a otra dimensión. Así como esta casa fue una puerta de entrada hacia otra dimensión, porque esta es la casa donde yo me crié, este es el sillón donde tengo la foto desde que tenía meses, días.
"La máquina de coser Singer todavía tiene el hilo naranja y la aguja enhebrada", dice Magda Tagtachian. Foto: Victoria Gesualdi.
–¿Y cómo construiste a los personajes?
–Ya tenía la historia investigada e iba avanzando pero necesitaba una excusa narrativa para llevar a Alma Parsehyan a Jerusalén. La novela cuenta también la caída de Artsaj. La guerra de Artsaj de 2020 está contada en mi novela anterior, que se llama Artsaj. Y en La promesa narré el bloqueo de 10 meses en Artsaj, donde el régimen de Azerbaiyán, en sociedad con el régimen turco, de Erdogan, cortaron el corredor de Lachín, la única vía que unía a la población armenia de Artsaj, ancestralmente armenia (ahí vivían armenios desde la antigüedad) con el resto del mundo. Entonces se quedaron 10 meses sin agua, como está pasando ahora en Gaza, sin comida, sin medicamentos, asfixiados a la vista de todo el mundo y de Instagram: un genocidio transmitido en redes sociales a 100 años de 1915.
–Un genocidio a cielo abierto.
–Sí, todos los organismos de derechos humanos y derecho internacional pidiendo que se terminara pero no pasaba. Los armenios que vivían ahí se morían de hambre. Los que tenían un pedacito de tierra plantaban papas o zanahorias y las compartían con sus vecinos. La gente de alrededor de la capital llegaba en carros con caballos porque tenían autos pero sin combustible, a llevar comida, parece del siglo pasado, pero pasó hace dos años. Lo mismo que escribí en Nomeolvides Armenuhi, en la época soviética cuando había hambruna por el régimen de Stalin, pero en la actualidad. Cuando se comete un genocidio, primero encerrás a la población, después la hambreás, los debilitás, matás a los varones y después bombardeás a gran escala. Como está pasando en Gaza: los métodos de exterminio son calcados. Los armenios tuvieron que dejar Artsaj porque era un campo de concentración a cielo abierto y se vieron obligados a dejar su territorio ancestral. Volviendo a La promesa, yo quería llevar a Alma a Jerusalén y toda la primera parte construí el escenario donde el marido de Alma queda atrapado en el hospital de Stepanakert y Alma queda en Armenia. Allí conoce a Garo, un arquitecto, y juntos viajan a Jerusalén. Y ahí empieza la tensión sexual entre ellos. Como en mis otras novelas, acá también aparece la geopolítica, la guerra y el amor.
Magda Tagtachian en la casa de su familia armenia en Villa Urquiza. Foto: Victoria Gesualdi.
–¿Y qué te pasó cuando volviste a la casa de tu abuela?
–Mi tía Alicia, que es la que me legó toda la historia, murió en enero de 2023. Y yo en febrero viajaba a Armenia, fue mi último viaje a Armenia (me quedé 3 meses). Alicia ya estaba agonizando, me acuerdo que estaba sentada acá, en este sillón de pana verde, y estaba vestida de verde. Yo la había venido a visitar. Y estaba mirando el sol por la ventana. Me acerqué y le dije que me iba a Armenia y me miró y me dijo: ‘Cuidado con los turcos’. Yo salí al balcón, era enero y estaba todo florecido en el jardín y me dije: ‘Qué lindo lugar para vivir’. Por primera vez dije eso. Alicia falleció a los 4 días de esa conversación, me fui a Armenia y cuando volví mi tío Eduardo, hermano de Alicia y de mi papá, me dijo que iban a poner en venta la casa y me salió del alma decirle: ‘A esta casa la voy a comprar yo’, aunque no tenía nada para comprarla. Pero me brotó: a mis abuelos les sacaron dos veces la casa, en 1915 y en 1920, tuvieron dos huidas del Imperio Otomano, actual Estado Turco, y dos veces les destruyeron la casa y la tuvieron que dejar. Y la última vez no volvieron nunca más. Hoy siento una paz enorme y me da mucha felicidad salir al balcón y decirle, ‘Hola” a los primos hermanos de mi papá que viven en la planta baja y poder comer las paltas del árbol del jardín, el mismo al que se trepaba mi papá para empujar las frutas y tirarlas al pasto. Y disfrutar el mismo patio en el que mis abuelos jugaban al tavlí (es como el backgamon) y al ajedrez. Cuando me vine a vivir acá, a Villa Urquiza, no sabía si me iba a adaptar, y hoy soy mucho más feliz de lo que era antes. Y yo sabía que aquel dormitorio, además, iba a ser el cuarto de la recordación, el cuarto Malva, al que yo llamo el cuarto nomeolvides.
–Porque era la pieza donde dormían los primos de papá, que mi abuela Armenuhi fue trayendo de Siria y de Líbano, todos los que quedaron refugiados después del genocidio. Por eso está pintado de malva que es el color de la recordación y es donde hoy aprendo a hablar y leer armenio y donde encontré la máquina Singer con el hilo puesto, el naranja, que es un color de mucha energía, de mucha calidez. Me siento en total armonía y pienso que mi mamá, mi papá, mis abuelos, la tía Alicia, me acompañan. Siento que la recuperé para mis padres, para mí misma, para toda la familia. También es como un acto de justicia, con humildad lo digo, por el pueblo armenio.
- Es escritora y periodista.
- Publicó las novelas Artsaj (2022), Rojava (2021), Alma armenia (2020) y Nomeolvides Armenuhi, la historia de mi abuela armenia (2016 y 2021), que alcanzaron gran repercusión y éxito de ventas.
Magda Tagtachian en la casa de su familia armenia en Villa Urquiza. Foto: Victoria Gesualdi.
- Además de Argentina, sus libros han sido publicados en México, Brasil y Armenia.
- Tagtachian recibió en 2018 la distinción Hrant Dink, otorgada por el Consejo Nacional Armenio de Sudamérica por su labor en derechos humanos. También obtuvo la ciudadanía armenia en 2022 y, en 2024, fue designada miembro honorario de Unión General Armenia de Beneficencia de Buenos Aires.
- A lo largo de más de veinte años, trabajó como editora jefe en Clarín y como redactora especial en Editorial Atlántida.
La promesa, de Magda Tagtachian (Planeta).
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