Tamara Tenenbaum: ‘Un millón de cuartos propios’ y el legado de Virginia Woolf

Escribir un libro mientras se traduce un material ajeno puede pensarse como un gesto paródico tal como lo definía Leónidas Lamborghini: un texto segundo que depende del material inicial. La parodia sería aquí una especie de canto paralelo, una escritura que adquiere una relación íntima con el material a comentar. La traducción podría leerse en estos términos donde el texto que se produce depende del escrito original pero, al mismo tiempo lo altera levemente, lo perturba para generar una obra donde la traducción es otra forma de autoría.
Tamara Tenenbaum presenta su libro Un millón de cuartos propios (Editorial Paidós) como un diario de traducción, una escritura surgida a partir de una serie de notas que realizó cuando traducía el libro de Virginia Woolf, Un cuarto propio (1929) y ese ejercicio de pasaje a otra lengua se desvió hacia una escritura personal donde, de algún modo, la autora argentina reproduce los procedimientos de Virginia Woolf mientras analiza y reflexiona sobre los métodos que construyen su obra.
El primer elemento sobre el que se asienta el libro que obtuvo el Premio Paidós de Ensayo es la configuración de una primera persona (que emula a la primera persona creada por Virginia Woolf) donde claramente la autora argentina se reconoce como un personaje público.
Las referencias a su universo personal, tanto a elementos cotidianos como a su profesionalización en el campo de la escritura, marcan una continuidad con el recurso establecido en El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI (2019), su primer libro de ensayos publicado por la misma editorial que se convirtió en una serie televisiva donde la hiper famosa Lali Espósito encarna el personaje de Tamara Tenenbaum. Este dato no es menor al momento de considerar esa primera persona del texto, su validación y el efecto de convencimiento que provoca en los lectores.
Habitar la propia época es el principal propósito enunciado por Tamara Tenenbaum y el texto es una manera de intervenir, relatar y pensar esta época pero poniendo claramente el foco en las condiciones de vida de quien habla. Si el libro de referencia tiene como tesis que una mujer para escribir necesita de un cuarto propio y un ingreso mensual que le permita cierta autonomía, las condiciones materiales de quien escribe este nuevo texto surgido en el siglo XXI no son caprichosas ni casuales.
La discusión podría surgir sobre los modos de hacerlo, sobre cuánto amplía o limita el dato personal, los temas a pensar en el cuerpo del libro. Contar las circunstancias en que algo ocurrió, es decir, no solo ocuparse de reflexionar sobre el dinero, la comida, el trabajo , la nostalgia y el resentimiento como temas que estructuran el libro sino describir una escena donde la autora estaba manejando para después pasar al relato de una experiencia concreta en algún trabajo por el que transitó en sus años de estudiante o mencionar los pormenores del quehacer de su amiga cocinera, implican por un lado tomar el mismo camino de Virginia Woolf para reconstruir con el cuerpo y las emociones el momento en que un pensamiento se produce pero también hace a una autorreferencialidad que puede disminuir y afectar la fuerza de lo escrito.
Los comentarios de Tamara Tenenbaum hablan de situaciones que cualquier mujer de este tiempo puede haber vivido y al citarlos como ejemplos terminan funcionando como recursos argumentativos, aunque Tamara se ocupa en discutir y diferenciar el uso de una primera persona que funda su autoridad en el testimonio o que no puede entender algo si no lo ha vivido, de aquella que busca generar una identificación en el lector con ese personaje que recurre al relato de un momento cotidiano como un dato que alimenta ese pensamiento.
Tamara Tenenbaum. Foto: Ariel Grinberg.
Podríamos decir que, más allá de las intenciones de la autora, se convierten en herramientas de validación porque muchas veces sirven para trazar lecturas generales sobre conclusiones que no se sostienen sobre un estudio específico (la decepción de su generación con el mundo del trabajo, o los modos de categorizar los vínculos) sino que surgen de una impresión sustentada en las personas que ella conoce o simplemente en una percepción o impresión personal.
La autora defiende la liviandad como un estilo buscado. La sensibilidad, entendida como un elemento de discernimiento, ligada a la dimensión narrativa del texto, es esgrimida como una herramienta para organizar el ensayo.
Lo interesante es que el libro de Tamara separa por capítulos el dinero del trabajo como dos elementos escindidos donde el trabajo cumple el rol de otorgar sentido, más que de resolver el drama económico. Tener una profesión o un oficio abre la posibilidad de insertar a las mujeres en el mundo, un objetivo estratégico en el pensamiento de Virginia Woolf, que como señala Tamara, era una feminista de la asimilación y no de la utopía, una dialoguista más que una feminista militante. Los logros individuales eran un modo de sentar precedentes, de despertar en otras mujeres la certeza y el impulso para acceder a espacios y prácticas negadas.
Ese cuarto propio del que habla Virginia es literal, material pero también simbólico porque sabemos que se escribe en cualquier condición y que se puede escribir sin un cuarto propio. De hecho Tamara introduce a la académica y activista chicana Gloria Anzaldúa cuando proclama que hay que escribir mientras se está en” la fila del paro” o lavando la ropa. Lo importante aquí es capturar el concepto: Si no se tiene un cuarto propio hay que inventarlo
Con la aparición de la guionista y periodista norteamericana Nora Ephron surge uno de los momentos más interesantes del texto que no termina de desarrollarse justamente por la dinámica que Tamara quiere darle al libro de ese fluir azaroso donde las ideas son una ráfaga, un trazado, episodios que apelan a una estructura ficcional .
Ephron se refería a los dilemas afectivos de las feministas de su tiempo que son muy similares a los actuales donde conciliar la vida en pareja con las ideas militantes no resulta muy simple. Mencionar las contradicciones del feminismo es lo que permite activar un pensamiento más allá de los lugares comunes y las consignas y es una tarea bastante relegada en la discusión pública.
Tamara señala algunos elementos: lo difícil que es para muchas mujeres llevar adelante su militancia sin dejar de ser aceptadas por hombres que participan tanto de su vida emocional como de sus espacios profesionales. En este tema reside uno de los mayores obstáculos del feminismo, seguramente no era el propósito de este libro extenderse en estos conflictos pero habría que pensar cuánto de la dimensión material y económica se articula con estas obstrucciones afectivas.
Tamara Tenenbaum. Foto: Ariel Grinberg.
Un millón de cuartos propios es un libro que se construye en los comentarios, en las impresiones cotidianas pero que también busca llevar estas experiencias a territorios políticos más amplios.
Es allí donde surge cierta vulnerabilidad porque, más allá que todo autor elige con qué textos dialogar, hay un posicionamiento en la escritura, en la expresión de ciertas certezas sobre el espíritu de época, algunos diagnósticos sobre el universo laboral o, incluso cuando busca descifrar el resentimiento en su uso político, que requieren de una investigación que respalde muchas de las cosas que está diciendo y que siempre parecen sustentadas más en intuiciones que en la consulta en alguna fuente o investigación empírica o bibliográfica.
En este sentido la predominancia de la primera persona, el efecto que genera en el lector ante una escritura atractiva donde el estilo actúa como una manera de convencer y de hacernos participar de ese recorrido sin ambiciones teóricas, se define como un sistema que se da el permiso para desentenderse de los requerimientos mencionados.
El género que mejor le cuadra a este libro es el de una nota o columna extensa de una revista femenina. Y lo menciono porque ella hace referencia a ese género dentro de sus gustos e intereses personales y me parece que en esa línea hay una profundización y jerarquización de ese formato como un campo atrayente para transmitir escenas contemporáneas y estructuras de pensamiento.
No olvidemos que Sara Gallardo, la ya mencionada Nora Ephron y Olga Orozco también transitaron por ese género que puede ser muy valioso y estimulante. Porque este ensayo se lee con facilidad y disfrute, abre algunas discusiones pendientes y presenta escenas que también pueden inspirar un pensamiento sobre la actualidad más inmediata.
Un millón de cuartos propios, Tamara Tenenbaum (Editorial Paidós).
Clarin