Es verano: ¡cultive amigos!

Me declaro suertudo. Ya visualizo las vacaciones de agosto.
(Será un tópico, pero sigo opinando que los mejores días de las vacaciones son los días que preceden a las vacaciones).
Bien, se acerca el día de autos y voy atando cabos, y creo que este pensamiento es más común: si uno quiere encontrar la paz en el adiós, debe dejar los cabos bien atados antes de irse. Toca redondear historias y programar agendas para el periodo post-vacacional (que se producirá de aquí a un muuuundo). También conviene citarse con los buenos amigos, no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy: cerramos citas de última hora para una comida, un café, una charla. En las sobremesas, como en vísperas de Año Nuevo, se alumbran ideas, los nuevos proyectos.
En los trotes imberbes, con anchas sudaderas y Adidas Oregon, quisimos cambiar el mundoCuando conocí a Jordi Piqué éramos quinceañeros, así que teníamos el cerebro repleto de proyectos, la intención de zamparnos el mundo. Hacernos amigos fue coser y cantar: a ambos nos pirraba el correr. No sé cuántos kilómetros habremos corrido juntos, pero a ojo de buen cubero me salen miles. En aquellos trotes imberbes, con anchas sudaderas y Adidas Oregon, nos proponíamos cambiar el mundo. Recuerdo que, en una ocasión, compartimos habitación en un Campeonato de España júnior en Castellón. En aquellos días, yo preparaba la Selectividad. A veces, al acabar una lección, le pedía que me pusiese a prueba. Le respondía en voz alta. Luego nos íbamos al estadio.
Jordi Piqué tiene el alma del emprendedor, así que luego se hizo fotógrafo y luego se fue a Chiapas y allí abrió una academia de fútbol y un hotel y se casó y pasó varias temporadas. Desde entonces, ya solo nos veíamos eventualmente. Aun así, cada uno de esos encuentros era como un volver a casa.
Lee tambiénCuando regresó a nuestro país, hace unos pocos años, lo hizo hablando con acento mexicano y a mí se me hacía extraño pues nos habíamos conocido en catañol, y para celebrar su vuelta, nos fuimos a navegar. Convocó a los amigos más fieles de aquella adolescencia, a Juanillo y el Adavidao, a los que estábamos allí desde el día 1, también citó a mi mujer y mi hija, y en Port Balís nos aupamos a uno de los barcos que ahora gestiona a través de Motyvel, su empresa en Llavaneres, y nos fuimos mar adentro.
Mecidos por las olas, Jordi Piqué nos enseñó a atar cabos y retrocedimos cuarenta años, regresamos a aquellos tiempos.
Volvimos a cambiar el mundo como lo hacen los adolescentes. Quisimos ser campeones olímpicos y fabulosos emprendedores y hablamos de aquella Selectividad preparada en Castellón y me encantó revivir todo aquello mientras nos escuchaba mi hija pues así, supongo, la cría habrá averiguado que quien tiene un amigo tiene un tesoro (y un barco).
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