Los nuevos Messi y Ronaldo

“La rivalidad real no es contra otra persona sino contra uno mismo”.
Haruki Murakami
Han muerto los reyes, que vivan los reyes. Adiós Djokovic-Federer-Nadal, hola Alcaraz-Sinner, un par de deportistas que son al tenis lo que Messi y Cristiano Ronaldo al fútbol. Una rivalidad épica, con la diferencia de que la distancia entre los dos tenistas es más estrecha.
Carlos Alcaraz es el jugador más excitante de la historia y, según dice Novak Djokovic, el más completo. Jannik Sinner por ahí anda. Los dos jóvenes, de 22 y 23 años, han elevado el tenis a un nivel desconocido. Nunca nadie ha pegado la pelota con más velocidad o precisión.
John McEnroe, un excampeón que sabe más de este deporte que cualquiera, dijo lo que muchos pensaban antes de la final que disputaron el español y el italiano en París el domingo. Que a su máximo nivel tanto Alcaraz como Sinner derrotarían al mejor Nadal, “el rey de la tierra batida”, en tierra batida.
¿Fue la final de Roland Garros del domingo, la que Alcaraz ganó en cinco sets, la más grande de la historia de los Grand Slam? Muchos ya lo dicen. Hasta ahora el consenso era que la final de Wimbledon del 2008 entre Nadal y Roger Federer se llevaba el premio. Yo escribí casi todo un libro sobre aquella batalla pero, aunque tengo un interés en mantener viva la leyenda, comparto la opinión de otro excampeón, el sueco Mats Wilander: en cuanto a calidad y, lo más importante en cualquier deporte, teatro, la de París la superó.
Jannik Sinner y Carlos Alcaraz se abrazan al final del partido del domingo, en París
Thibault Camus / Ap-LaPresse“Federer y Nadal jugaron un par de buenas finales,” dijo Wilander, hoy comentarista de televisión, “pero nada se acerca a esto. Veía el partido y pensaba, ‘Esto no es posible, están jugando a un ritmo que no es humano’”.
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Me viene a la mente un tópico sobre Ronaldo y Messi. Que uno ha sido el mejor jugador del mundo y el otro el mejor del universo. Con el perverso matiz de que Alcaraz es más reconociblemente de nuestra especie, menos máquina, más susceptible a los altos y bajos que ocasionan las emociones.
Sinner, como Ronaldo, da la impresión de haber sido fabricado, como un reloj suizo; Alcaraz, de haber nacido con un talento descomunal. La impresión es engañosa, ya que los dos han trabajado en la pista de prácticas y en el gimnasio con igual intensidad. Y que comparten la misma asesina competividad. Nadie se atrevería a decir cuál de los dos habrá ganado más trofeos al final de sus carreras. Y, como reconoció Alcaraz después del partido en París, habrá finales en las que Sinner le vencerá.
Pero Alcaraz tiene más magia, más alegría y más encanto. Si miras a Sinner y no sabes de lo que es capaz podrías confundirte y pensar que es un jugador del montón. Alcaraz solo tiene que salir al terreno de juego, sin necesidad de pegar ni un golpe, y su carisma lo ve cualquiera, a flor de piel. Emana aura de superestrella.
Otra diferencia: Alcaraz es más elegante, mucho más. Combina la fluidez de Federer con la ferocidad de Nadal. Lo suyo es un ballet acrobático. Los movimientos de Sinner carecen de arte, son casi torpes, pero están cargados de letal efectividad. Lo que sí tienen en común es algo que pocas veces se ve en el deporte, y menos en el mundo político. Son chicos nobles. En ambos casos durante la final del domingo, en puntos que podrían haber sido de vida o muerte, corrigieron decisiones equivocadas de los jueces a favor de su rival. ¿Se imaginan algo parecido en un partido profesional de fútbol? “No, árbitro, no. Fue mano. Es penalti”. Inconcebible.
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Al instante de acabar el partido de cinco horas y 29 minutos entre Alcaraz y Sinner, cinco horas y 29 minutos de sufrimiento en el sofá, cambié de canal para ver la final de la Nations League entre España y Portugal. Habitualmente me encanta ver a Lamine y a Pedri. Pero no aguanté ni media hora. Fue como comer un plato de lentejas frías después de una cena en El Bulli. Además, ¿la Nations League? ¿Qué es eso? Solo la supera en artificialidad otro reciente invento de la FIFA, el Mundial de clubs que comienza (creo) el sábado.
No pienso ver ni un partido. Wimbledon, en cambio, lo veré todo. Todos los partidos de Alcaraz. Y si juega contra Sinner me tomaré antes un par de pastillas para el corazón. En cuanto a emoción y espectáculo, el deporte –el segundo pasatiempo más divertido de la humanidad–no ofrece nada mejor.
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