El silencio de Sófocles

Para este turista chipriota-griego, Sophocles, del Centro Histórico CDMX, al que le conté profecías mexicas frente al Templo Mayor.
No se van.
Se borran.
Castigan el deseo con distancia. Quien calla impone la cadencia.
Y yo oscurecí en la oscuridad.
Desde el inicio de los tiempos las mujeres cuando quedaban en las cavernas y en las tinieblas preguntaban dónde estás y rogaban con todas sus fuerzas por aquellos hombres que iban a la caza de animales.
Inventaron con sus manos en las paredes ese ruego y ese deseo. Esa devoción a la pareja de que llegara a salvo de regreso, y sucedieron toda suerte de magias y fuerza espiritual para poder invocar a cualquier Dios que trajera de vuelta a esos hombres: los primeros artistas y magos fueron mujeres, allí en la desolación, poniendo sus manos con pintura en la oscuridad de la caverna; pidiendo que el hombre regresara con vida.
¿Dónde estás? ¿Por qué no contestas? ¿Por qué hablo y no contestas? ¿Porqué tu silencio, dónde estás?
La devoción, la oxitocina, y las inteligencias artificiales del futuro; diálogos invisibles: En esos murales estaban los deseos de las mujeres. Deseos que salían del útero. Deseos de sentirse protegidas, deseos de adorar a ese hombre que había arriesgado su vida para traer comida.
Emociones extremas vienen a mí, he visto hombres desgarrarse el cuero cabelludo cuando la muerte toca a un hijo. Son emociones primarias, las que se mueven cuando un hombre está frente a una mujer. Emociones antiguas, que despiertan cuando lo humano se encuentra con lo sagrado en el otro.
Mujeres desesperadas, o con dosis de oxitocina tan potentes como cocaína, esperando a este posible algo, que se volvieron locas tan sólo de olerlos, de sentir su altura, su fuerza, su escucha y su momentánea respetuosa escucha, antes de estar distraídos.
Las mujeres ganamos desde la derrota: sin violencia, en un silencio distinto porque Aquello que no se hace consciente regresa como destino.
Los primeros magos de esas cuevas fueron mujeres.
En la desolación.
En lo negro.
Pintaban con el cuerpo lo que no podían decir con la boca.
Esperaban que el hombre regresara con vida.
Y esa espera era creación.
Esperar a un hombre sin respuesta es habitar el mito sin telar, sin retorno.
Es una locura heredada.
Una lucidez trágica.
Las mujeres pierden de frente, pero resucitan en lo invisible.
Antígona lo sabía.
Murió por no negociar su deseo.
Enterró a su hermano como quien entierra una parte de sí que no puede dejar pudrirse al sol.
No esperó comprensión.
Lo hizo porque era respetarlo el hacerlo.
Y porque amaba.
Antígona no llora por ello.
Llora porque el mundo ha olvidado al hermano.
Porque el amor ya no se arriesga, ni se paga, ni se honra.
El Creonte moderno es mi padre.
No un rey.
Un hombre que me enseñó a ser castigada.
Un hombre que convirtió la ley en silencio.
Y la ternura, en traición.
¿Sófocles moderno? Un eco.
Una forma elegante de no decir nada.
No amo a ese hombre.
Amo lo que me hizo escribir.
Amo la grieta.
Hoy lo escribo para que no regrese más eso.
"Una palabra nos libera de todo el peso y el dolor de la vida: esa palabra es amor." dijo el Sófocles de la antigüedad.
Me llamo Nalleli. En zapoteca: te amo.
Eleconomista