Entre la guerra y la recesión: México ante la complejidad global

Desde el 13 de junio de 2025, Israel e Irán se han enzarzado en un intercambio de ataques con misiles y drones. El 21 de junio, Estados Unidos dio un paso aún más grave: lanzó una serie de bombardeos sobre instalaciones nucleares iraníes —Fordow, Natanz y Esfahán— con la misión declarada de nulificar la capacidad de Irán para fabricar una bomba atómica. Este punto de inflexión ha cargado a esa región con la amenaza palpable de una escalada mayor, con Irán prometiendo contraataques y actores como los hutíes en Yemen ya intensificando sus ataques a posiciones israelíes en solidaridad.
A la par de esta conflagración en el Medio Oriente, continúa también la invasión rusa a Ucrania, un conflicto que ha redibujado alianzas y tensiones geoestratégicas, mientras que otras guerras transcurren en lugares como Yemen. Puede afirmarse que el planeta está atrapado en una dinámica de violencia sistémica donde cada ataque genera una respuesta en cadena y las fronteras del conflicto se extienden más allá de lo militar hacia lo político, lo económico y lo simbólico.
Para México, el impacto está muy lejos de ser remoto. En primer lugar, la incertidumbre global genera recelo en los mercados: los precios del petróleo y el gas se disparan, lo que encarece la importación de energía para una economía ya amenazada por la recesión. Además, México vive un momento crítico: la violencia interna no cede, el crimen organizado permea amplios sectores y la oposición política carece de fuerza efectiva, lo que debilita la reacción del Estado ante cualquier shock externo.
Frente a la magnitud de esos y otros retos, la globalización ha demostrado una doble faz: promete interdependencia y progreso, pero en su lógica económica simultáneamente amplifica las desigualdades y la vulnerabilidad de cientos de millones de personas.
¿Qué debería hacer el Estado mexicano ante este complejo escenario? Primero, fortalecer la diplomacia económica y estratégica: México debe hacer todo a su alcance para fortalecer a las Naciones Unidas, impulsar nuevamente el propósito de que ningún conflicto se dirima otra vez por medios violentos y recuperar el anhelo global de un mundo en paz y con respeto mutuo y cordialidad entre las naciones.
Segundo, diversificar la matriz energética y agrícola, reduciendo la exposición a shocks petroleros, así como revertir la dependencia crítica de alimentos, particularmente de granos. El impulso a energías renovables y tecnología nacional sería una respuesta estructural que podría abrir nuevas fuentes de empleo y desarrollo local.
Tercero, fortalecer el Estado de derecho y la cohesión social. La violencia interna fragiliza la posición nacional; solo una democracia robusta, confiable y con participación ciudadana puede ofrecer resiliencia ante eventos globales adversos y atraer inversiones y proyectos de cooperación internacional de gran envergadura.
Cuarto, invertir aceleradamente en innovación científica y tecnológica. Un mundo en conflicto, particularmente por el predominio científico y tecnológico, exige universidades más potentes, investigación aplicada y conectividad digital. México podría priorizar sectores estratégicos, como la salud y la biotecnología, y formar redes de cooperación con países que buscan diversificar sus cadenas de abastecimiento fuera del eje en conflicto.
Quinto, garantizar la inclusión económica y social. El desarrollo integral implica la capacidad del Estado para garantizar acceso a trabajo digno y garantía universal de los derechos humanos. Eso requiere inversión territorial, es decir, políticas que permitan construir un nuevo y dinámico mercado interno, pues si el mercado mundial peligra, un desarrollo con raíces en la base social funciona como escudo interior.
En esencia, la incertidumbre global funciona como un acelerador de procesos: quien no se adapte, se rezagará. México tiene al alcance la oportunidad de definir una estrategia de desarrollo propio, como un actor proactivo en el ámbito internacional. Un país que construya puentes diplomáticos, valore su soberanía económica, fortalezca su democracia interna y apueste por la ciencia y la educación, estará en mejores condiciones para resistir, aprovechar y contribuir en la compleja coyuntura que nos reta como nunca en las últimas cinco décadas.
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