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Europa puede

Europa puede

Transcurridos más de seis meses desde la toma de posesión de Donald Trump, resulta ya evidente que Estados Unidos se encamina al autoritarismo. Las muestras más cercanas de su manera de entender el poder son las recientes y humillantes imposiciones en materia arancelaria y de defensa a sus tradicionales socios europeos, pero la más relevante es su desprecio hacia las instituciones de su propio país. Así, resulta inverosímil el ataque a la Reserva Federal o el cese de la responsable de la Oficina de Estadística Laboral porque las cifras de empleo no resultaban favorables a sus intereses.

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El presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa, durante su intervención en la segunda jornada de la reunión anual del Cercle d'Economia

Andreu Dalmau / EFE

Pero lo más sorprendente en ese camino hacia la autocracia es el silencio de la ciudadanía. La que se consideraba un ejemplo de política y sociedad civil independiente y articulada resulta que, cuando más se necesita, enmudece y se autocensura. Parece como si para competir con China, su gran rival en la lucha por la hegemonía global, los estadounidenses consideraran conveniente emular las formas de gobierno del gigante asiático, rompiendo con su mejor tradición liberal y democrática.

El ruido del momento no puede esconder las enormes fortalezas de la UE en todos los ámbitos

En medio de ese embrollo global, alimentado en buena manera por una Rusia incapaz de hacerse respetar, pero con una enorme capacidad para distorsionar, se encuentra una Unión Europea alicaída y zarandeada por todas partes, especialmente tras el episodio escocés. Europa aparece como una reliquia­ del pasado cargada de buenas intenciones, pero sin capacidad para defenderse de hombres fuertes co­mo Trump, Putin, Netanyahu o Xi Jinping.­ Sin embargo, no hay razones que justifiquen este pesimismo gene­ra­lizado.

La respuesta europea solo puede sustentarse en lo más propio de su personalidad: el respeto a las libertades y las minorías. Además, el ruido del momento no puede esconder las enormes fortalezas de la Unión Europea en todos los ámbitos. La cuestión es ser capaz de combinar su diversidad, fuente de dinamismo, con la plena integración científica y militar, pues nuestra única debilidad es la fragmentación.

Para ello debería servirnos de estímulo nuestra historia común, sin necesidad de remontarnos a los orígenes, que se dieron en un contexto muy convulso tras la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Más cerca, y en unas circunstancias estables, conviene recordar la creación y consolidación del euro, hoy convertido en una divisa de referencia mundial. En su momento, adoptar la moneda única supuso una renuncia extraordinaria de los viejos estados muy superior a lo que hoy exige una defensa o tecnología común.

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Responder al momento depende tan solo de nuestra convicción: la que animó a los padres del euro y a personas como Mario Draghi, que desarrolló sin cortapisas las potencialidades del Banco Central Europeo. Una convicción de la que, a menudo, carecen los partidos tradicionales que se dejan amedrentar por los aprendices de Trump, que, emergiendo por todo el continente, son nuestro primer peligro. Con convicción, Europa puede.

lavanguardia

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