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Verano arancelario

Verano arancelario

Esta semana, el presidente Donald Trump confirmó por qué muchos lo apodan TACO —Trump Always Chickens Out, o en buen español mexicano, "Trump siempre se raja"—. El 9 de julio venció la fecha límite para poner fin a la pausa arancelaria que su gobierno otorgó a países con los que mantiene un déficit comercial. Pero, fiel a su estilo, otorgó una nueva prórroga. Ahora el reloj corre hacia el 1 de agosto.

Parece que ya estamos vacunados contra la volatilidad trumpista. Quizás por eso los mercados no se sobresaltaron como lo hicieron aquel Día de la Liberación. Tal vez el escenario base en Wall Street sea precisamente ese: el de TACO, donde las fechas límite se estiran como chicle y las amenazas se diluyen en promesas que no terminan de cumplirse.

El gobierno estadounidense había prometido “90 acuerdos en 90 días”. A la fecha, sólo se han anunciado tres: con China, el Reino Unido y Vietnam. Todos con poco detalle. Desde mi perspectiva, esto confirma una obviedad que no por obvia deja de ser relevante: los acuerdos comerciales no son cosa de improvisación ni de cronómetros de cocina. Son procesos complejos, repletos de matices técnicos y políticos, que no caben en un tuit o una publicación en Truth Social.

Más aún cuando entran en juego intereses estratégicos. Muchos de los países con los que Estados Unidos quiere negociar son también aliados en materia de seguridad, defensa y abastecimiento de minerales críticos. Basta mirar los casos de Japón y Corea del Sur, a los que Trump amenazó con nuevos aranceles (aún sujetos a nuevos ajustes de humor). Ambos son socios clave si Washington pretende reducir su dependencia de embarcaciones chinas y abrir rutas alternativas para su industria energética.

TACO o no, la incertidumbre arancelaria persiste. Y en ese vaivén, se agrava la volatilidad macroeconómica y se encarece el comercio global. Si los aranceles se concretan, los productores deberán decidir entre trasladar los costos a lo largo de la cadena de suministro, como han hecho hasta ahora, o absorberlos con menores márgenes. Ninguna opción es atractiva.

El historial trumpista le ha restado credibilidad: nadie lo considera un interlocutor confiable. Todos los países ofrecen concesiones, pero saben que la Casa Blanca podría cambiar de opinión de un día para otro. El guion es conocido. Y justo por eso, Trump podría buscar escribir uno nuevo. Si en agosto más aranceles entran en vigor estaremos ante una nueva fase de presión comercial y, con ello, un auténtico verano arancelario.

México, por lo pronto, no figura en la lista de países sujetos a esta nueva oleada. El calendario comercial mexicano es distinto: el T-MEC lo amarra a otras reglas. Pero tampoco está exento de riesgos. Con un gobierno trumpista, cualquier estación del año es una montaña rusa para nuestro país. Cada día trae su propio sobresalto. Si no es una institución financiera acusada de lavado de dinero, es una nueva restricción al ganado por la plaga del gusano barrenador o, del lado mexicano, protestas xenófobas en la capital que, por cierto, no pasaron desapercibidas para el Departamento de Estado.

Como corolario, y a propósito de la protesta violenta contra la gentrificación —aunque legítima en su origen— diré que no le hace ningún favor a la presidenta Sheinbaum. El tema merece su propio ensayo, sin duda. Pero lo que puede señalarse desde ya es que el nacionalismo chovinista y las consignas xenófobas son alarmantes y merecen una reflexión profunda. Porque los veranos pueden ser calientes, sí, pero cuando hierven de intolerancia, los daños pueden prolongarse más allá de una estación.

Eleconomista

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