Von Neumann en Dongguan: El homenaje como motor de innovación tecnológica

Al cruzar el umbral de las oficinas de Huawei, en la ciudad de Dongguan, uno no encuentra primero un servidor ni un robot, sino un panteón. No hay tumbas, sino retratos: Albert Einstein, Alan Turing, Charles Darwin, Alexander Graham Bell, Richard Feynman, Niels Bohr, y John Von Neumann miran desde los muros como custodios de un proyecto tecnológico que, en su corazón, no olvida el linaje intelectual que lo precede.
Huawei no es solo una marca de teléfonos o una compañía de redes. Es, como lo exhiben sus salas temáticas —llamadas “Darwin”, “Max Planck” o incluso “Von Neumann”—, un laboratorio de civilización. En estos espacios se orquesta una visión del mundo digital: desde la escritura automatizada de guiones de telenovelas breves con inteligencia artificial (IA), hasta la gestión de ciudades enteras a partir de mapas de datos en tiempo real.
En la “sala Darwin”, por ejemplo, el visitante es introducido al ecosistema básico que soporta una constelación de servicios: internet de las cosas, entretenimiento por streaming, monitoreo industrial y más. Todo interconectado, todo procesado en milisegundos.
Quizá lo más llamativo sea el “hotel para eSports”, un concepto que explora cómo la latencia puede arruinar o potenciar la experiencia de los videojuegos competitivos. Aquí, Huawei propone que el carrier de nube se interponga entre el usuario y su proveedor de internet, acelerando la respuesta de las aplicaciones y permitiendo que los videojuegos más exigentes corran sin tropiezos.
En este mismo entorno se nos presenta una ficción generada por IA llamada 2049, en la que un personaje llamado Itan se embarca rumbo al sistema HD 9027B en busca de una civilización alienígena. Que una máquina haya escrito esto puede parecer banal, pero detrás hay un sistema capaz de crear personajes, imágenes y diálogos sin intervención humana.
Para que eso funcione, sin embargo, hacen falta centros de datos, infraestructura de telecomunicaciones y, sobre todo, una filosofía de automatización que orille los límites de lo narrativo y lo técnico.
En la “sala Max Planck”, bautizada en honor al padre de la física cuántica, la preocupación gira en torno al almacenamiento, transmisión y filtrado de datos en la nube. Allí se muestra cómo los satélites de Huawei recopilan diariamente 1.8 terabytes de datos visuales del planeta. Pero solo 36 GB logran llegar a las terminales en la Tierra, depurados mediante inteligencia artificial que elimina imágenes bloqueadas por nubes o de baja utilidad.
John Von Neumann, que da nombre a otra de las salas de Huawei, fue uno de los arquitectos del modelo computacional que hoy define la relación entre hardware y software. Huawei lo recupera simbólicamente al integrar modelos de inteligencia artificial con robots que inspeccionan, cada noche, la red ferroviaria de alta velocidad más grande del mundo.
En lugar de enviar humanos debajo de los trenes, robots equipados con cámaras escanean y reportan fallas. Las imágenes captadas son procesadas por un modelo llamado Pangu, que aprende a reconocer anomalías y clasifica automáticamente los desperfectos. Aquí, el homenaje se vuelve aplicación: el sistema Von Neumann puesto a trabajar en la carne del transporte moderno.
Pero este impulso innovador no nace en el vacío. Proviene también del aislamiento. Cuando Estados Unidos impuso restricciones a empresas chinas para utilizar software de firmas como Microsoft, Google y Oracle, Huawei respondió con desarrollo propio.
Es así como surgió Gauss DB, una base de datos que hoy, según la compañía, es compatible con 70% de las cargas de trabajo de Oracle y ofrece un desempeño 30% superior. La necesidad se convirtió en virtud. El bloqueo devino motor de autosuficiencia tecnológica.
La convergencia de todos estos sistemas se plasma, finalmente, en el proyecto de ciudad inteligente. En Shenzhen —uno de los mayores laboratorios urbanos del mundo— Huawei colabora en una plataforma digital capaz de integrar datos en tiempo real de servicios de salud, seguridad, movilidad y gestión de residuos.
Un ejemplo: sensores detectan el desbordamiento de basura en un punto de la ciudad y, con un par de clics, se activa un protocolo que convoca al departamento responsable, coordina la limpieza (posiblemente por un robot) y documenta la solución. Es una gestión algorítmica del espacio urbano, pensada no como utopía futurista, sino como práctica cotidiana.
Este sistema, que ha tardado cinco años en desplegarse, es considerado por sus creadores como apenas el comienzo. La ciudad inteligente —dicen— no tiene fin. Se actualiza, se expande, se complejiza. Como un organismo, como una red neuronal. Como una computadora en perpetuo aprendizaje.
Y quizá ahí radica la clave del recorrido por Huawei. Lo que se celebra en sus salas no es solo la eficiencia técnica o la originalidad del software. Es la continuidad de una historia intelectual que va de Bohr a Turing, de Planck a Von Neumann. Una genealogía que China honra mientras la reinventa, inscribiendo a sus propios desarrolladores, modelos de lenguaje y arquitecturas de datos en un linaje global.
Que ese homenaje se dé en Dongguan, un sitio poco conocido fuera de los mapas industriales, es también revelador. La innovación ya no es patrimonio exclusivo de Silicon Valley. Tampoco lo es la capacidad de narrar el mundo mediante tecnología. Aquí, entre salas con nombres de científicos europeos y prototipos que parecen salidos de la ciencia ficción, Huawei ensaya una civilización alternativa o una alternativa de civilización.
Eleconomista