Seleccione idioma

Spanish

Down Icon

Seleccione país

Mexico

Down Icon

Pros y contras de contagiarse la rabia de Osvaldo Lamborghini

Pros y contras de contagiarse la rabia de Osvaldo Lamborghini

En julio de 1974, en el Taller de los Hermanos Cedrón, Osvaldo Lamborghini entiende –o cree entender– lo que Oscar Masotta acaba de comentar ante una multitud: que su libro El fiord es “el mejor texto de la literatura mundial”. En enero de 1981, en Pringles, Lamborghini le hace arrastrar a Arturo Carrera por su pompeyana casa de antaño, un imponente escritorio que perteneció a su abuelo. Lo lleva de una habitación a otra, con una máquina de escribir a bordo.

Entre 1978 y 1980, firma cartas con membrete de la autodenominada Escuela Freudiana de Mar del Plata. En enero de 1979 departe sobre la pinotea de la exquisita Librería Finnegan’s –ubicada en Santa Fe 2733– ante el selecto público de Juana Karasic, José Luis Mangieri, Roberto Raschella y Hugo Savino. Permanece hasta altas horas de la madrugada para, al día siguiente, volver a abrir él mismo el local. Por todas las páginas de la biografía de Ricardo Strafacce, Lamborghini bambolea su intransigente prosapia osváldica. En todos los lugares del tiempo en los que se posa la vista, irrepetibles y únicas, hay lamborghineadas. Ante la acusación de ser un “sádico de pacotilla”, Vespasiana, la gata de Paula Wajsman, es lanzada al vacío desde un piso 8.

“Es mejor no conocerlos. A mí me hubiera gustado no conocerlo a Osvaldo y haberme encontrado con la obra. Es mejor para trabajarlo. Me daría una ventaja. Es interesante eso, tiene otro interés. Te podés distanciar más. Podés ser más impune, más naif. Y en otros al revés, porque los que lo conocieron son más naif que los que no, ¿no?”. Quien habla así es Tamara Kamenszain, en una entrevista de 2009. Y quien, a propósito de la biografía, ya en aquel entonces añadía: “Hay muchos cadáveres de Osvaldo. Mejor que pensarlo como una pelea por el cadáver, que Osvaldo daba para eso… Por eso lo que hizo Strafacce, qué fantástico que haya podido hacer eso con semejante personaje. Y finalmente no lo canoniza…”

Leída en 2008, la biografía se reveló rápidamente como la arqueología de una escena –una intriga– que, narrada cuadro por cuadro, en cámara lenta, reponía los detalles de una interna crucial acontecida en el corazón de los años 70, y que había sacudido al ala dura de la literatura argentina. Leída en 2025, una suerte de efecto Pierre Menard –por mero transcurso del tiempo– modifica la biografía de Strafacce. Algunos personajes no tan reconocibles entonces se revelan ahora como protagonistas claves, con el aura de los personajes míticos: Hanna Muck, Diana Bilmezzi, Vilma Marzoa, Tina Serrano y Marcelo Uzal. Y allí, cruzado entre todos esos nombres, el del almirante Massera, en una nota al pie de esta nueva edición que seguramente –efectos a lo Pierre Menard– más comentarios generará.

Recluido entre las trampas del imaginario que él mismo urdía para sí; o entre collages de fotos “clase B” e iconoclastas dibujos pop; hundido en un túnel de sexualidad distópica, Lamborghini es también un sujeto atrapado en las redes de su laberinto. Presa paradójica y cómplice de un preciosismo de lo abyecto y de ilusorios juegos de lenguaje. Así, cree o propaga promesas de inexistentes viajes a México, de empleos en multinacionales de la publicidad (y no tan multinacionales también). O de suntuosas publicaciones con contratos en dólares que, irónicamente, en EEUU. sí se le cumplen.

En la biografía puede leerse una suerte de estructura familiar, hecha de amistades y de afectos. Una suerte de estructura jerárquica. Así, se puede hacer una gradación entre quienes, paulatinamente, van pasando al desengaño (curados de lo lamborghíneo). En el extremo más bajo de la cadena están quienes no se deslamborghinizan nunca. Lo más curioso es que el eslabón más bajo puede ser también –desde cierto madamebovarismo de lo maldito– la jerarquía más alta de la cadena. Aunque existió un extremo en el que no se quiso quedar, Osvaldo Lamborghini urdió y conoció todos los tramos de la cadena.

Hay un relato que nunca suele citarse y que obra en diálogo con la biografía. Lo protagoniza un perro negro y fue, naturalmente, escrito por César Aira. Es sobre un perro que va transmitiendo su rabia. Existe el instintivo temor de ser alcanzado por esa rabia que se propaga. Lo más literario es que la rabia no se contagia por contacto, sino a distancia. No es difícil ver a quiénes contagió o rozó la rabia de Lamborghini. Eso es legible en una cierta manera de volverse intransigente y radical: ante todos los protocolos del mundo. No es difícil detectar a los festejantes falsos de esa intransigencia. Cada cual lleva la marca de Lamborghini como puede.

¿Es realmente Lamborghini nuestro Saint Genet: dramaturgo y mártir? ¿Por qué Lamborghini “se exilió” en los 80? En otro lugar, Germán García –antiguo compañero suyo en los años de Literal–, y luego de una apacible conversación sobre el paso del tiempo en la literatura, pelea bruscamente con él. Uno queda con una mano enyesada. El otro, a la deriva, y sin la última amistad que, suponía, le quedaba. Es 30 de noviembre de 1981 y está en Barcelona. No sería la última vez que se verían. Unos cuatro años después, luego de un viaje más a la Argentina –internación de por medio, el 14 de julio de 1982 en el Hospital Argerich–, Lamborghini moriría en Barcelona. Sentado sobre su propia cama, en la trasnoche del 17 de noviembre de 1985: imaginando-escribiendo-recordando-recortando-dibujando, en una de las escenas transatlánticas más radicales de la literatura argentina.

Hay una foto de 1967, en Don Torcuato, en el patio de la casa del matrimonio de Lamborghini con Pierangela Taborelli. Piera está sentada sobre Osvaldo con un mate en la mano. A su lado está su hija Elvira, de unos cuatro años. Raleadas espigas de pasto envuelven un cuadro de familia. Los tres sonríen felices. Si es verdad que un instante cualquiera puede ser más intenso y profundo que el mar, el instante de las dos biografías de Strafacce puede ser ese. Hay un momento en que un hombre no elige, para siempre, la felicidad.

Lamborghini tiene el borg de Borges. No sé de un elogio mayor.

Osvaldo Lamborghini, una biografía. Ricardo Strafacce. Blatt y Ríos, 880 págs.

Mirá también

Milita Molina, el ala dura de la literaturaMilita Molina, el ala dura de la literatura

Mirá también

Las siete vidas de un guardacostas: Rodolfo RabanalLas siete vidas de un guardacostas: Rodolfo Rabanal
Clarin

Clarin

Noticias similares

Todas las noticias
Animated ArrowAnimated ArrowAnimated Arrow