España, anomalía europea en inmigración

En una semana cumpliremos un mes del gran apagón eléctrico. No hay mejor ejemplo para certificar la inanidad de la política española. Tras el vistoso espectáculo de confrontación partidaria que se nos propone a diario no hay más que vacuidad. A mayor griterío, más futilidad. Si hacemos memoria del día que los interruptores dejaron de funcionar no es por obsesión enfermiza, sino porque revela con nitidez un modo de funcionar partitocrático que ya no cuenta con ningún contrapeso, ni siquiera el de la antaño conocida como vergüenza torera.
Aguanta y que amaine. Si la táctica, antigua como el mundo pero ahora llevada al extremo, sirve para grandes tragedias humanas, como fue el temporal valenciano que segó la vida de 227 personas, con mayor motivo ha de funcionar también para fruslerías como que la cuarta potencia europea se quede totalmente a oscuras. Por suerte, no siempre las cosas son así. A veces nos enredamos con cuestiones con las que sí que nos va la vida. Como por ejemplo el festival de Eurovisión. Que sea el presidente del Gobierno el que de viva voz exprese la necesidad de una auditoría sobre los votos del público de la friki gala europea es sin duda de lo más tranquilizador. Todos dormimos mucho mejor desde que sabemos que esa es la prioridad de nuestro Ejecutivo.
La política migratoria del Gobierno alimenta a Vox y AC y obliga a PP y Junts a fijar posiciónEn el cielo, los fuegos artificiales en forma de titulares y en la tierra, el jeroglífico de la complejidad que no puede explicarse únicamente con vistosas frases cargadas de artificios. Tal es el caso de la inmigración, cuestión en la que el Gobierno de España sigue apostando contra el mercado de la opinión pública europea y, ya veremos, si también de la española.
Ha entrado en vigor esta semana el nuevo reglamento de extranjería aprobado en noviembre que brinda más facilidades que el anterior a quienes pretenden legalizar su situación en nuestro país tras entrar en él de un modo irregular. Pero como con eso no basta para dar salida a todas las casuísticas que plantean los recién llegados, el Gobierno también ha trasladado al resto de formaciones políticas un borrador para impulsar una regularización extraordinaria de los extranjeros afincados en España antes del 31 de diciembre de 2024. Esta ventana de oportunidad, pensada para aquellas personas que podrían tener problemas para estabilizar su situación con el nuevo reglamento de extranjería, aunque sea más laxo que el anterior, beneficiaría aproximadamente a medio millón de personas, a sumar a las 300.000 regularizaciones anuales que las estimaciones gubernamentales contemplan con la nueva norma.
Inmigrantes rescatados en Lanzarote
Adriel Perdomo / EFEBuenas noticias para quienes consideren que el actual crecimiento de la economía española, aumento del PIB nominal –otra cosa es el PIB per cápita– a través del empleo de baja retribución que sólo puede garantizarse mediante la regularización de extranjeros, es sostenible socialmente en el largo plazo. Sigue mandando en este frente el criterio economicista que coincide, por otra parte, aunque por cuestiones bien distintas, con el de las organizaciones sociales a las que lo que preocupa –Cáritas, por ejemplo– es que no se cronifiquen las situaciones de indefensión humana y social que el inmigrante en situación irregular está obligado a vivir en primera persona.
No son tan buenas noticias para el debate social ya descarnado sobre la inmigración y del que España ha dejado de ser un país inmune como lo fue hasta hace unos años. Proporciona el Gobierno con sus medidas, pero sobre todo con un discurso nada crítico con los flujos de inmigración ilegal, alimento muy nutritivo a Vox y Aliança Catalana. Y al tiempo, obliga al PP y también a Junts a fijar posición en una cuestión en la que ambos partidos están obligados a tomar en tiempo real la temperatura a sus votantes para evitar la fuga de sufragios hacia su derecha.
Pero más allá de todo eso, lo sustancial es que España es toda una anomalía en estos momentos. No hay otro país europeo en el que el discurso oficial y las decisiones que de él se derivan sean tan entusiastas con el fenómeno migratorio. También en esto, como en casi todo, Sánchez es de tomar riesgos y saltar sin red. Ya se verán los resultados.
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