Las dos orillas de Julio Anguita y la destrucción de la izquierda radical

Julio Anguita, un mito del comunismo español, dijo en su día que en política hay dos orillas, "en un lado están el PP y el PSOE y en el otro Izquierda Unida, como única formación de izquierdas". La semana pasada, cuando se cumplían cinco años de la muerte del que fuera primer alcalde de Córdoba en democracia, el líder actual de IU, Antonio Maíllo, y la eurodiputada de Podemos, Irene Montero, se volvieron a echar los trastos a la cabeza, a cuenta de las dos orillas.
Los partidos a la izquierda del PSOE, que consiguieron unos brillantes resultados cuando se presentaron juntos a una elecciones generales, avanzan hacia su autodestrucción por una cuestión de egos. Yolanda Díaz, Ione Belarra y Antonio Maíllo hacen como si quisieran recuperar la unidad perdida, pero ninguno de los tres está dispuesto a ceder ni un ápice para que esto suceda. Las heridas son demasiado profundas.
En Córdoba, durante el homenaje a Anguita, Maíllo citó al exalcalde e ídolo comunista y pidió a las izquierdas que se junten en la orilla contraria a la que ocupa el bipartidismo. Pero la respuesta de Montero evidenció que la ruptura es total y que no hay solución posible. "Las dos orillas son hoy la de la guerra y la de la paz", dijo la dirigente de Podemos, y acusó a IU y a Sumar de haberse aliado con el PSOE y situarse en el lado de los que defienden el rearme, por sus puestos en el Gobierno.
La realidad es que en la política española actual todos los partidos están en la misma orilla. En vez de un río, tenemos un lago redondo en cuya circunferencia se sitúan todas las formaciones políticas que no paran de disparar al contrincante, que se ha convertido en enemigo, para destruirlo cuanto antes. Muchas veces, es el fuego amigo el que acaba con algunos, sobre todo en el bando de las izquierdas.
Las últimas elecciones generales, autonómicas y locales han demostrado que la división en las listas a la izquierda del PSOE lo único que hace es tirar a la basura decenas de miles de votos que, si fueran a una sola candidatura, serían decisivos para formar gobiernos progresistas. Los resultados del 23 de julio de 2023 permitieron a Pedro Sánchez lograr la mayoría para su investidura gracias a comprar el apoyo de los independentistas de derechas y de izquierdas. Aunque lo bautizaron como un gobierno de coalición progresista, se ha demostrado que es una coalición de poder en la que cada uno va subiendo el precio para permitir al presidente seguir en La Moncloa.
Pablo Iglesias, que había firmado un acuerdo de gobierno con Sánchez en 2019, se pasó a lo que entonces era la orilla del poder. Pero poco a poco, los socialistas se hartaron de él, le situaron en la irrelevancia y acabaron descuartizándole en beneficio de Yolanda Díaz. La líder de Sumar ha aprendido que los ataques al bando mayoritario del Ejecutivo deben tener un límite. Es como dar una bofetada con la mano blanda y luego sonreír al agredido para seguir viviendo cómodamente en el lado de los que ocupan el poder y tienen la capacidad de colocar a los estómagos agradecidos.
Así sigue Díaz, a la que el líder socialista le permite algún protagonismo. Se conforma con presentar una ley para reducir la jornada laboral a 37,5 horas semanales, aunque sabe que no tiene ninguna oportunidad de ser aprobada por el Parlamento. Y para consolarse, viaja en cuanto puede a ver al Papa, o incluso a la alfombra roja del Festival de Cine en Cannes. Presume de buen talante, aunque no le tembló la mano para excluir a sus socios de Podemos de las listas electorales en 2023 y, por supuesto, de su cupo en el Gobierno.
En política, es muy importante ocupar los espacios disponibles. Si dejas un hueco libre, siempre habrá alguien que se sitúe allí. Unidas Podemos ha cometido muchos errores en los últimos años. Pocos se acuerdan de cómo optaron por apoyar al soberanismo en Cataluña, el País Vasco y Galicia y perdieron toda su fuerza en los tres territorios. Los votantes siempre prefieren el original que las copias y entregaron sus papeletas a los representantes de la izquierda independentista.
Pero el peor error cometido fue fiarse de Pedro Sánchez. El abrazo de 2019 fue el principio del fin de la izquierda radical en España. En estos momentos, la división de estos partidos les sitúan en la irrelevancia política, mientras que los socialistas intentan ocupar ese espacio. El PSOE ha girado en los últimos siete años hacia su izquierda y hacia el secesionismo. Primero, obligado por los pactos para su investidura, pero más tarde se ha ido dando cuenta que ese es un caladero de votos muy importante.
Sánchez lleva años queriendo resucitar la teoría de Anguita de las dos orillas. En una están "los reaccionarios de la derecha y la ultraderecha" que crecen en todo el mundo poniendo en peligro los logros sociales de las democracias occidentales y en otra está él con todos los demás; los progresistas que apoyan su gobierno (no sé qué tienen de progresistas Junts o el PNV, tan de derechas o más que el PP).
Pero la orilla del autodenominado progresismo es cada vez menos estable. El presidente del Gobierno no puede cumplir sus promesas a los secesionistas, los partidos a su izquierda están en un proceso de autodestrucción y cada votación en el Congreso es un suplicio para Ferraz. Antes o después, la coalición saltará por los aires.
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