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Perro Sanxe en el estrecho de Ormuz

Perro Sanxe en el estrecho de Ormuz

El portaviones norteamericano Nimitz cruzó ayer el estrecho de Malaca rumbo a Ormuz. Después de varios meses de navegación por el mar de la China Meridional, el USS Nimitz, trescientos treinta y tres metros de eslora, dos reactores nucleares, noventa aviones de combate y unos seis mil militares a bordo, entre marineros y personal de las fuerzas aéreas, se dirige hacia Oriente Medio, para reforzar la vigilancia del estrecho de Ormuz, puerta de entrada y salida del golfo Pérsico, enclave vital para el transporte marítimo de hidrocarburos.

Como medida extrema ante los ataques de la aviación israelí, el régimen iraní podría tener la tentación de bloquear Ormuz para provocar una crisis mundial en el suministro de combustible que obligase a detener la ofensiva. A falta de bomba atómica, Ormuz podría ser el último recurso de los ayatolás. El pasado domingo, la agencia oficial iraní de noticias señalaba que las autoridades de Teherán estaban considerando la posibilidad de bloquear el estrecho, por el que cada día circulan unos veinte millones de barriles de petróleo, aproximadamente el 20% del consumo mundial de crudo. Por la misma ruta circulan a diario casi 60 millones de toneladas de gas natural licuado.

Una imagen del USS Nimitz

Una imagen del USS Nimitz

Dominio público

Volvemos a 1980. Al iniciarse la guerra entre Irán e Irak inmediatamente después de la revolución islámica en la antigua Persia, ambos contendientes iniciaron hostilidades navales en aguas del estrecho de Ormuz para bloquear a los petroleros del adversario. Como consecuencia de ello volvieron a subir los precios del petróleo con el consiguiente repunte de la inflación. La economía española registro una recaída y Adolfo Suárez empezó a ponerse nervioso. Se le estaban acumulando los problemas y solo le faltaba una nueva crisis del petróleo. Suárez había ganado dos elecciones legislativas consecutivas (1977 y 1979), pero estaba acumulando enemigos entre las clases dirigentes. Banqueros y grandes empresarios consideraban que ya había cumplido con su papel y que era el momento de favorecer la creación de un gran partido español conservador. No entendían al Suárez que se abrazaba con el lider palestino, Yasser Arafat, que retrasaba el ingreso de España en la OTAN y que parecía querer competir con el PSOE en su propio terreno. Los militares ultras le odiaban. La jerarquía católica, en pleno viraje wojtyliano en Roma, le acusaba de haber efectuado demasiadas concesiones laicas a la izquierda. Su partido se estaba quebrando, corroído por las disensiones internas. Y el rey Juan Carlos no tardaría en retirarle el apoyo.

En ese momento, Suárez empezó a obsesionarse con Ormuz, En todas sus intervenciones parlamentarias citaba el estrecho que podía estrangular la economía mundial. La prensa de Madrid empezó a burlarse de su inusitado interés por la política internacional. Suárez padece el síndrome de Ormuz, escribián, El 29 de enero de 1981, mientras proseguían las escaramuzas en el golfo Persico, Adolfo Suárez González presentó la dimisión para intentar conjurar la posibilidad de un golpe de estado militar, que creía inminente. El golpe tuvo lugar el 23 de febrero. Cuarenta y tantos años después, vuelve Ormuz y otro presidente español se halla en la cuerda floja. La historia no se repite, pero rima.

Suárez nunca se interesó mucho por la política internacional, pero captó en Ormuz se podía decidir su destino. Con Pedro Sánchez las cosas ocurren al revés. Es uno de los presidentes españoles que ha mostrado un mayor interés y competencia en la política exterior, rivalizando con Felipe González y José María Aznar, habla idiomas con gran fluidez, conoce muy bien los circuitos de la política europea, pero en las últimas semanas se ha alejado del frente exterior a medida que le crecían los problemas internos. Recordemos que hace dos meses Sánchez viajaba a China para entrevistarse con el presidente Xi Jinping, el mismo día en que la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, era recibida por Donald Trump en la Casa Blanca. Aquel viaje a Pekín fue muy significativo. Tenía aires de desafío a Washington. Algún día sabremos cuál ha sido el coste político de ese viaje para el hoy atribulado presidente Sánchez,

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Mapa del estrecho de Ormuz.

En su agenda tiene anotada ahora una cita muy incómda para los días 24 y 25 de junio en La Haya (Países Bajos). Asamblea general de la OTAN, con presencia del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. En esa asamblea, Estados Unidos exigirá que los países miembros de la Alianza Atlántica eleven su gasto en defensa al 5% del PIB. A Trump no le basta con el 2%, exigencia formulada por primera vez por Barack Obama en la asamblea general de la OTAN celebrada en 2016 en Varsovia, poco antes de concluir su segundo mandato presidencial. Trump quiere el 5% y lo quiere ya.

Es posible que en La Haya se llegue a un acuerdo para subir el gasto europeo en defensa al 3,5% en los próximos años, con un margen de fluctuación hacia el 5% en gastos adicionales en ciberseguridad. Sánchez difícilmente puede adoptar ese compromiso con la actual mayoría parlamentaria. Una mayoría complicada, muy heterogénea, que ahora corre el riesgo de deshilacharse ante la compresión extrema de la legislatura. Podemos ya se ha situado en ese escenario: acusa a Sánchez de belicista y al PSOE de partido corrupto. Podemos no votaría hoy una cuestión de confianza planteada por Sánchez. Los morados están esperando la asamblea de La Haya para trazar una línea divisoria con grueso rotulador y volver a pedir a Izquierda Unida que abandone el Gobierno. El pequeño Podemos, agrupación en la que se condensan muchos resabios y sinsabores, todavía liderada intelectualmente por Pablo Iglesias, un hombre con capacidad para el combate político, ve un espacio libre y lo ocupa. Sus cuatro diputados serían decisivos en el voto de una moción de confianza. Hoy están en el no. Todo vuelve. Vuelve la pinza de Julio Anguita. Todo rima.

Sánchez acudirá a La Haya en su peor momento político. Nada que ver con aquella fastuosa cumbre de la OTAN en Madrid, a finales de junio del 2022, con todos los mandatarios reunidos en el museo del Prado. Sánchez y su esposa, Begoña Gómez, radiantes, al lado del presidente norteamericano Joe Biden. ¡Cómo ha pasado el tiempo! En aquel magnífico cierre de la reunión de Madrid, el hombre en dificultades era el primer ministro italiano Mario Draghi, que tuvo que sentarse en uno de los bancos del museo para atender una llamada de Roma: su gobierno había entrado en crisis. Fue muy comentada esa foto. Todos de fiesta y Draghi, el gran tecnócrata europeo, recibiendo malas noticias. Su gobierno cayó al cabo de quince días. En La Haya, el gobernante en crisis será Sánchez. Mal momento para saludar a Trump o cruzarse con el presidente de los Estados Unidos en uno de los pasillos de la asamblea. Va a ser una reunión complicada.

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Draghi en la cumbre de la OTAN en Madrid, junio de 2022

Ballesteros / EFE

En medios militares existe el temor que Estados Unidos amenace con una importante retirada de efectivos militares en Europa para concentrar fuerzas en el Indo-Pacífico. Existe también la presunción de que el verdadero objetivo de los nuevos gobernantes estadounidenses es impulsar una estructura parecida a la OTAN para el Indo-Pacífico, para apretarle las tuercas a China, debilitando paulatinamente la Alianza Atlántica con la excusa de que los europeos no dan el paso de dedicar el 5% de sus presupuestos al gasto militar. España no está hoy en condiciones políticas, sociales y presupuestarias de dar ese paso. Italia, tampoco. Portugal, tampoco. Otros países europeos, tampoco. Ese salto del 2% al 5% obligaría a efectuar recortes que hoy no serían apoyados por la sociedad.

El salto al 2% ya se está haciendo en España de una manera muy peculiar, mediante transferencias presupuestarias que se acuerdan en el Consejo de Ministros y no se someten a la aprobación del Congreso. No parece una vía muy sostenible para los próximos tiempos. He ahí el dramático dilema al que se enfrenta Sánchez en estas horas: solo puede intentar salir de la grave crisis de reputación que supone el caso Cerdán mediante la superación de una cuestión de confianza en el Congreso o un acuerdo político para aprobar los presupuestos generales del Estado del 2026. Sobre esta plataforma, Sánchez podría intentar llegar al final de la legislatura o ceder el testigo a otro candidato socialista, hipótesis que en estos momentos no parece entrar en sus cálculos. No lo sabemos. Si piensa en el relevo, no lo pregonará ahora. El relevo, si lo hay, solo aparecerá en el último momento. Queriendo resistir hasta el final o pensando en un relevo que tenga posibilidades de ganar la batalla electoral, el líder del PSOE difícilmente podrá lograr un pacto presupuestario con sus aliados con una pesada mochila de gasto militar en la espalda.

Sánchez se juega su futuro estos días. Y se lo juega en La Haya. La actual mayoría parlamentaria no es funcional a las nuevas exigencias de gasto militar, cuya concreción aún no conocemos. No sabemos cuáles son los márgenes de maniobra que pueden salir de la asamblea de la OTAN. El gobierno italiano ya está fantaseando con impulsar la construcción del controvertido puente sobre el estrecho de Mesina, entre el sur de la península itálica y la isla de Sicilia, para incribir esa grandiosa y costosa obra pública en el apartado de “gasto militar”. La creatividad italiana no tiene límites. Quizás se lo permiten. Meloni se está trabajando el apoyo de Trump. Sánchez ha ido a ver a Xi Jinping. Política interior y política exterior siguen formando una unidad dialéctica en la actual crisis política española. Hay margen para llegar al 2% de gasto militar y a partir de ahí las cosas se complicarían mucho.

El trasfondo del gasto militar es importante en estos momentos. Acaso decisivo. Ya se están haciendo planes para un nuevo esquema de gobernación de España para los próximos años, si el PSOE pierde definitivamente las elecciones, lastrado por la abstención y la onda del escándalo. El esquema portugués. Gobierno en minoría del Partido Popular, con abstención crítica del PSOE para restar fuerza y capacidad de presión a Vox. Después de las últimas elecciones legislativas, que han sido catastróficas para la izquierda lusa, en Portugal gobernará la Alianza Democrática (coalición de centro derecha) con la abstención crítica del PS, para frenar el ascenso de la extrema derecha. Ese esquema podría repetirse en España. Todo ello a la espera de las elecciones presidenciales francesas de la primavera del 2027, en las que se decidirá el futuro de Europa.

Pedro Sánchez volvió a ser ayer Perro Sanxe, el combatiente que nunca se da por vencido, ni siquiera ante el peor de los escándalos. Está claro que ha pensado en una estrategia defensiva gradual a tenor de los acontecimientos. Reacción gradual que emplaza al Partido Popular a presentar una moción de censura. Una moción que Alberto Núñez Feijóo no quiere presentar porque teme perderla aritmética y políticamente, dando aire a su adversario. Esa indeterminación de Feijóo, a su vez da margen de maniobra a Sánchez. Situación endiablada y paradójica. Perro Sanxe, en el estrecho de Ormuz.

lavanguardia

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