Sánchez y España, en su laberinto

Hay crisis políticas que definen generaciones. Y luego están aquellas que retratan a estados. Lo del caso Cerdán (y, por extensión, lo que arrastra consigo Pedro Sánchez) parece querer inscribirse en esta segunda categoría. No como un escándalo más, sino como síntoma. Como confirmación. Como vértice visible de una patología recurrente: la de un Estado que, una y otra vez, se quiebra por sus costuras institucionales. España como Estado fallido no por incapacidad técnica, sino por agotamiento moral.
Porque esta crisis, en la superficie, parece otra tormenta político-mediática más en la travesía del sanchismo. Pero cuando uno observa el patrón, el déjà-vu institucional es demasiado elocuente como para ignorarlo. Felipe González cayó no solo por los GAL, sino por lo que estos simbolizaron: la confusión entre Estado y aparato. Aznar no pasó al ostracismo por la guerra de Irak, sino por mentir sobre el 11-M, revelando el miedo del poder a que el pueblo sepa. Zapatero no cayó por la crisis económica en sí, sino por negarla y jugar a mago de Oz con los mercados. Rajoy fue devorado por los papeles de Bárcenas, el PP paralelo que (teóricamente) creció a la sombra del oficial. Y ahora, Sánchez, ¿caerá por Cerdán?
¿Lo justifica todo, tener “la peor oposición”? ¿Se resiste solo por mantenerse?No por Cerdán en sí. Lo que está en juego no es una figura secundaria, sino el relato de regeneración que Sánchez ha querido (y aún pretende) encarnar. Si el PSOE iba a ser el muro de contención frente a las cloacas del pasado, ¿qué hace ahora atrapado entre conversaciones, ceses a destiempo y silencios cada vez más incómodos?
Lee tambiénEl presidente volvió de su “retiro” diciendo que había que dignificar la política. Su error (trágico en el sentido clásico del término) ha sido confundir el poder con la virtud. Y eso lo convierte en rehén de sus propias promesas, de sus propios gestos, de su propio laberinto. Porque, si hay una figura mitológica que encarna su momento actual, esa es la de Teseo, quien entró al laberinto confiado, guiado por un hilo que creía seguro, dispuesto a vencer al monstruo de siempre. Pero ese hilo (el del relato, el de la legitimidad, el de la resistencia) parece haberse enredado. Y el minotauro esta vez no es otro que su propia fragilidad política.
El ex secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, en el último pleno del Congreso
Dani DuchMientras tanto, hay quienes (con los ojos bien abiertos) detectan la oportunidad. Junts, por ejemplo, percibe en este desconcierto un contexto ideal para tensar la cuerda y ganar espacio político para Catalunya. No tanto porque el Estado ahora esté dispuesto a ceder, sino que quizás esté demasiado ocupado salvándose a sí mismo como para resistir según qué empujones. Veremos si los de Carles Puigdemont saben hacerlo o si Sánchez como mínimo a eso sí que seguirá resistiendo como en sus mejores tiempos.
Al final, ¿vale la pena resistir cuando ya no se recuerda para qué se empezó a hacerlo? ¿Lo justifica todo, tener “la peor oposición”? Porque, si se resiste solo por mantenerse, el ejercicio deja de ser político para volverse mecánico. Y en política, como en los mitos, a veces se cae no por falta de fuerza, sino por olvidar el sentido del camino.
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