La violencia bélica extrema y el escarmiento colectivo quedan al descubierto en fosas comunes del Neolítico

Aquello fue más que una matanza: fue un escarmiento. Hace más de 6.000 años, en lo que hoy es Alsacia, al noreste de Francia, una comunidad humana del Neolítico enterró los cuerpos de un grupo enemigo derrotado en la batalla, pero antes montaron un verdadero espectáculo violento. A algunos les arrancaron los brazos izquierdos, a otros les partieron las tibias y les destrozaron el cráneo para luego perforarlos, colgarlos a la vista de todos y exhibirlos como trofeos de guerra.
Lo que queda de aquel despliegue de sadismo bélico ha sido rescatado de dos yacimientos, uno en Achenheim y el otro en Bergheim. Los arqueólogos, que publican sus hallazgos este miércoles en la revista Science Advances, han concluido que se trata de una de las evidencias más antiguas y claras en Europa de celebraciones rituales de victoria. Interpretan, además, que la brutalidad no solo sirvió para eliminar al enemigo, sino también para exhibir poder, honrar a los caídos y consolidar la identidad del grupo vencedor.
Un equipo internacional de investigadores ha reconstruido la muerte de 82 individuos enterrados en las fosas comunes y que pertenecieron a dos grupos diferentes. Algunos tienen sus cuerpos completos, aunque fueron asesinados con crueldad, y de los otros solo se encontraron sus brazos izquierdos. “Creemos que las comunidades representadas en las fosas corresponden a poblaciones venidas de fuera, que fueron derrotadas por los locales”, explica Javier Ordoño, uno de los arqueólogos españoles que firma la investigación.
Lo que se sabe es que entre el año 4300 y el 4150 antes de nuestra era, en la región de Alsacia, hubo un reemplazo de los residentes locales, que se enfrentaron a grupos llegados desde la cuenca donde hoy está París. Y que ese proceso generó conflicto y guerras. “El valle del Rin —que marca la frontera natural entre Francia y Alemania— siempre fue un corredor de tránsito poblacional y también una zona de frontera y conflicto”, señala Ordoño. El investigador añade que “incluso en épocas recientes, y en conflictos como la Segunda Guerra Mundial, la zona ha tenido ese papel”. En el Neolítico no era diferente. “Por allí pasaban diversos grupos, algunos de los cuales entraban en choque con los que ya estaban asentados”, puntualiza este arqueólogo. Ante el temor a lo desconocido, los grupos locales reaccionaron con una violencia desproporcionada.
Cerca de los mutilados, hay una serie de enterramientos más tradicionales, donde se cree que los moradores le daban sepultura a los miembros de su tribu. Esto permitió comparar a los individuos locales con los forasteros y sacar algunas conclusiones. Utilizando técnicas de análisis multiisotópico —en las que pasaron por laboratorio muestras de carbono, nitrógeno, azufre, oxígeno y estroncio de los cadáveres—, los investigadores encontraron diferencias significativas entre las víctimas de los rituales violentos y el resto.
En Bergheim, los cuerpos masacrados presentaban niveles más altos de nitrógeno, lo que sugiere dietas distintas —quizá más ricas en proteína animal— o mayores episodios de estrés fisiológico que los restos de los locales. También revelaron una variabilidad mucho mayor en los valores de azufre, indicando que no procedían de la misma región que los residentes enterrados sin violencia. Aún más interesante: dentro de las propias víctimas, los esqueletos completos y los brazos seccionados tenían valores distintos, lo que apunta a orígenes diferentes entre los que llegaron de fuera.
Un período de violencia extremaLos análisis de dientes rescatados de las fosas permitieron rastrear la infancia y juventud de los enterrados. Aunque las víctimas y el resto compartieron una duración similar de lactancia y destete, los perfiles isotópicos de los forasteros reflejan mayores episodios de estrés y movilidad. Además, el estroncio mostró que los individuos masacrados habían tenido infancias más nómadas, cambiando de entornos geológicos, a diferencia de los enterrados de forma convencional. Esto refuerza la idea de que las víctimas eran forasteros.
A partir de este punto la historia se pone un poco más opaca. Y extremadamente violenta. Los arqueólogos han interpretado que estos depósitos corresponden a celebraciones de victorias militares. Ordoño lo explica: “La violencia pública jugaba un papel central en la cohesión social de estos pueblos neolíticos”. El autor agrega que “se trataba de rituales de victoria que deshumanizaban al enemigo y, al mismo tiempo, fortalecían el espíritu de la comunidad”. Este fenómeno sangriento servía, en definitiva, para honrar a los caídos propios y para celebrar la victoria, reforzando la cohesión interna del grupo.

Esta es la hipótesis de los investigadores: una vez capturados, los forasteros eran tomados como prisioneros y llevados a los poblados para ser exhibidos públicamente. Allí, los torturaban frente a todo el mundo y sus restos eran expuestos. “De esto somos capaces con tal de defendernos”, era el mensaje. Según los arqueólogos autores del nuevo estudio, las ejecuciones formaban parte de un “teatro político” donde la violencia no solo era excesiva, sino que también estaba ritualizada.
Los simbolismos sobre los que se sustentaba este ritual no terminan de estar del todo claros. No se sabe, por ejemplo, por qué solo se amputaban los brazos izquierdos, siempre los izquierdos. El estudio especula con que podría estar relacionados con la función defensiva de ese brazo porque es el que suele cargar con el escudo. “El mayor enigma es determinar con precisión el origen de esas poblaciones forasteras y comprender por qué algunos están conservados con sus cuerpos enteros y otros solo por brazos cortados”, resume el arqueólogo.
Tensiones migratorias en la PrehistoriaNo se trató de un hecho asilado. “El Neolítico está considerado el periodo más violento de la historia de la humanidad”, apunta Ordoño. Fue durante ese tiempo que la población humana comenzó a crecer, se establecieron las primeras propiedades de tierras, y las jerarquías sociales se hicieron más evidentes. Todo esto generó choques violentos, masacres y guerras por el control de los recursos.
“Aunque a veces los arqueólogos abusamos de la idea de cambios sociales para justificar algunas conductas humanas del pasado, es evidente que los momentos de conflicto, migración y desplazamiento generan tensiones y en ese período las hubo”, reflexiona Ordoño. “Lo vemos incluso hoy”, añade. “Las migraciones suelen levantar resistencias y, en algunos casos, violencia. En la prehistoria ocurría lo mismo: cuando la supervivencia estaba en juego y se percibía una amenaza externa, surgían respuestas brutales”.
Estos huesos, gracias al avance tecnológico en la arqueología, funcionan hoy como verdaderos “discos duros llenos de información”, detalla el científico. Estas nuevas metodologías de análisis genético y biológico, le están dando a los investigadores una imagen cada vez más clara de cómo vivían y, sobre todo, de cómo morían estas comunidades humanas.
EL PAÍS