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De la mano

De la mano

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Cierro los ojos y me duermo. Siento como si estuviera de la mano de personas que ya no están. Los sueños a veces son una ventana para encontrarnos con quienes ya no podemos alcanzar. El domingo pasado fue el Día del Padre en Brasil, y para quienes ya no tienen padres, es un día que se puede extrañar profundamente.

Poco antes de ese día, un hombre pasó la noche con su amiga en casa, disfrutando de una agradable conversación. Mientras la conversación continuaba, tras mucha conversación y un poco de vino, recordó a su difunto padre. Recordó que, cuando él vivía, competían por la atención de su madre. Le susurró a su amiga: «Mi padre me dijo una vez: antes de ser tu madre, ya era mi esposa».

El niño se percató de la rivalidad masculina que existía entre ellos, lo cual, a la vez, parecía saludable en la dinámica que establecieron. Nutrió y alimentó la relación. Ser rival de su padre no lo convirtió en enemigo, sino que lo puso en competencia consigo mismo para ser una mejor versión de sí mismo.

El criterio para ser una mejor persona se medía por la madre, pero el hombre pertenecía al mundo, no solo a su madre. Era por el mundo que él, desde niño, de alguna manera, ya sabía que debía alcanzar su máximo potencial. No por sí mismo, sino por quienes lo rodeaban.

Esa noche, después de tantas conversaciones, se retiró a su habitación a dormir. Para su sorpresa, recibió una visita inesperada mientras dormía. Su padre acudió a él en sueños para hablar, para pasar tiempo juntos, para coexistir. Pasaron toda la noche despiertos, juntos. El hombre comprendió que, después de tantos momentos de amarga rivalidad con su difunto padre, la regla de ser mejor persona ahora lo enorgullecería.

Se tomaron de la mano. Por fin, se estableció una tregua entre ambos. La rivalidad ahora ondeaba su bandera blanca, y padre e hijo, desde la distancia, podían amarse y contemplar a los hombres que habían sido para su madre, el uno para el otro y para el mundo. Su legado había sido transmitido. De padre a hijo, de una mano a la otra, y, quién sabe, a sus nietos y bisnietos. Por generaciones venideras.

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