Emperador Xi

Xi es un estalinista puro y duro, que destruye y purga a amigos y enemigos por igual, y cuya sonrisa afable y comportamiento amistoso son profundamente engañosos, como afirma Michael Sheridan en su libro Red Emperor .
Este libro demuestra con claridad que los líderes del partido, políticos y militares siempre provienen de un círculo que perpetúa el poder, generación tras generación. El padre y la madre de Xi ya eran figuras importantes del Partido, a pesar de haber atravesado momentos difíciles —todo siempre depende del emperador reinante—, y el ascenso de Xi Jinping se caracterizó por luchas internas, el liderazgo de ciudades cuasi estatales como Shanghái y la dirección de los Juegos Olímpicos de Pekín, que requirieron medidas implacables.
Xi (que se tiñe el pelo de negro, como todos los demás miembros de la cúpula política y militar) tiene una aspiración global: quiere que China sea la potencia dominante del mundo —o al menos en la mayor parte del mismo— mediante una inversión masiva en lo militar, copiando a los mejores, relegando a Rusia a un papel secundario y acercándose a grandes países actualmente en conflicto con Trump, como India y Brasil.
En Occidente, crece la preocupación por las ramificaciones del poder de Pekín. Italia quiere expulsar a las empresas chinas de sectores estratégicos, como las que también están presentes en Portugal en los sectores energético y bancario. Xi es mucho más peligroso que Stalin porque sabe cómo gestionar el poder financiero de China, la globalización de sus ciudadanos y su capacidad para paralizar el comercio mundial —y, por ende, el mundo mismo— mediante los millones de productos que fabrica para empresas extranjeras y sus filiales. Xi estará presente en Alaska: si Trump cede ante Putin, intentando entregar a Rusia lo que invadió en Ucrania, China podría considerar a Taiwán un asunto cerrado.

