Labubus: Las muñecas feas que conquistan el mundo (y nadie sabe por qué)

De vez en cuando, la humanidad decide coleccionar cosas extrañas. Hemos tenido pulseras fluorescentes, fundas de móvil con forma de comida... y ahora tenemos a los Labubus. Sí, Labubus. Muñecas de vinilo con expresiones inquietantes, ojos saltones y la mirada de alguien que acaba de salir de una adorable pesadilla. ¿Y lo peor? Están por todas partes, y hay quien paga una fortuna por ellas.
Kasing Lung es un artista de Hong Kong con un talento excepcional y una aparente fascinación por las criaturas de ojos grandes y ligeramente espeluznantes. Creó un universo poblado por estas figuras, que parecen la descendencia ilegítima de un Gremlin y un Ewok quemado. Pop Mart, una empresa china especializada en convertir rarezas en euros, vio un nicho allí y comenzó a venderlas en cajas sorpresa. Sí, has leído bien: sorpresa.
La lógica es simple: compras una caja sin saber qué muñeca hay dentro. Podrías conseguir la que querías o una copia. Podrías conseguir una con sombrero. Podrías conseguir el mítico "Labubu secreto", que aparece con menos frecuencia que un viaje puntual en tren. ¿El resultado? Adultos intercambiando muñecas en grupos de Facebook como si estuvieran en el parque, solo que con mucha más ansiedad y con un presupuesto limitado para juguetes.
La fiebre del Labubu lo dice todo sobre la época en la que vivimos. Estamos tan ávidos de belleza, mimos y significado que hemos llegado a encontrar bonito lo que, objetivamente, es ligeramente perturbador. Cuanto más raro, más artístico. Cuanto más feo, más conceptual. La estética contemporánea se ha convertido en una especie de test de Rorschach: si encuentras encanto en el Labubu con el aire de alguien a punto de robarte el alma, felicidades, oficialmente formas parte del problema.
No hablamos de juguetes baratos. Cada caja sorpresa puede costar más de 50 euros (sí, cincuenta euros), sobre todo si es una edición limitada o se vende en el mercado negro para los desesperados. Y, por supuesto, nadie se conforma con solo una. Porque el capitalismo ha aprendido a explotar nuestras necesidades emocionales con colores pastel, narrativas vagas y un algoritmo que sabe exactamente cuándo somos vulnerables. Si antes la adicción era comprar zapatos, ahora es alinear muñecas con nombres como "Labubu Cosmic Rabbit" en la estantería del salón y luego llorar en MB Way.
El furor de los Labubus no es solo otra tendencia de consumo. Es un reflejo cínico del mundo en el que vivimos: hiperconectado, absurdamente estético, carente de lógica pero lleno de deseos. Quizás los Labubus sean el reflejo perfecto de nuestra era. O quizás, y esto es difícil de aceptar, el verdadero bicho raro... seamos nosotros.
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