Era la casa más bonita del pueblo…

1. Un hombre exhausto y destrozado por la lucha contra el ciclo del fuego, se negó a contemplar la brutal realidad que lo invadía por todos los sentidos, y le dijo al periodista que era la casa más hermosa del pueblo, con sus flores, árboles, rincones y recovecos, y la calidez que brindaba durante sus ratos de ocio y socialización. La emoción lo invadió, y con la mirada baja, hizo una pausa para hablar, dando paso a un silencio de dolor y profunda tristeza. Un silencio que ocupaba la destrucción y el vacío de una vida. Lugares que fueron devorados por el fuego. Casas que fueron consumidas en un abrir y cerrar de ojos por las llamas. Los recuerdos de tantas vidas, ahora allí, esparcidos entre las negras cenizas del fuego, nos recuerdan que una familia vivió allí, sus "reliquias" ahora transformadas en negros fragmentos de sufrimiento.
Todos esos rincones, muebles, fotografías y objetos domésticos convertidos en polvo eran la encarnación de una memoria que mediaba entre el tiempo vivido, el pasado y el presente. Funcionaban como objetos narrativos que impedían el olvido y sublimaban el dolor de la partida, con la simbolización ritual de una ausencia vivida en la memoria, encarnada en los objetos que, de generación en generación, conformaban el ecosistema doméstico: los recuerdos de una familia.
Tras el incendio, hubo vacío, una ausencia dolorosa, la recuperación de la narrativa que recurre a un antes, para superar los escombros del después. La búsqueda de un lugar que no existe físicamente, pero que puede recordarse a través de la imaginación que nos permite habitar la ausencia. Mirando el suelo consumido por las llamas y dibujando con el dedo, aquí una habitación, allá la cocina, la sala de estar, con palabras entrelazadas con dolor, permanece el silencio de una mirada triste y resignada. El dolor de la ausencia que nos confronta con la representación de la no presencia. La relación entre el pasado vivido y el pasado recordado que, en un instante, lleva a la suspensión del tiempo-memoria/tiempo-vivido. El reloj se había detenido en el momento exacto en que las llamas se llevaron toda la vida.
La destrucción del lugar, los campos, los bosques (robles, castaños, alcornoques, abedules), los patios, los animales, las huertas, los viñedos, las casas y los porches es, sin duda, un acontecimiento de gran violencia psicológica, pues nos confronta con la pérdida irreparable del tiempo vivido. También se refiere al desplazamiento de la pérdida de la memoria física y material, simbólica y espiritual. La memoria ya no es una celebración, sino el olvido como ritualización del sufrimiento de la pérdida a través de la destrucción del fuego. Nos encontramos ante lo que Halbwachs (1987) clasificó como memorias traumáticas, asociadas a experiencias psicoanalíticas donde el recuerdo se vincula sintomáticamente a los fantasmas de la tragedia presente y al dolor incesante.
La memoria del pasado sufre un grave accidente. Pone en tela de juicio la relación entre la identidad y la memoria local, y el recuerdo y los relatos fundacionales pierden su capacidad de afirmar su fidelidad a la memoria y la historia.
Siempre existe la posibilidad de recordar. Pero recordar, provocado por la violencia de la destrucción, no es recordar para crear memoria, sino la única manera de acceder a una memoria herida por el dolor y la desolación del fuego que bloquea nuestra imaginación y nos convoca a un olvido terapéutico.
Este hombre, oriundo de Vila Viçosa, en el municipio de Arouca, transmitió con poesía y veracidad el dolor que le atenaza el pecho y le llena los ojos de lágrimas cuando la tragedia llama a la puerta y nos arrebata la vida. Una vida hecha de un largo y accidentado tiempo, de deseos y terquedad. Fue esta vida intangible la que se perdió y jamás podrá reconstruirse.
2. Necesitaremos mucho tiempo para recuperar esta tragedia, la retrospectiva creativa que restaurará nuestra memoria y el evento. Los políticos deberán tomar las medidas adecuadas con seriedad y coherencia, en el momento oportuno, que es nuestro momento. Necesitaremos elaborar planes sencillos y comprometidos con todas las víctimas del árbol de fuego. Juntos, reuniremos conocimiento y energía, recursos y recursos, y juntos reconstruiremos lo posible y crearemos lo que el futuro nos exige. Sin prisas, sin amateurismo, sin demagogia política. Nunca abandonemos a quienes lo han perdido todo, o casi todo; necesitan que las autoridades públicas sean solidarias, responsables, cercanas y activas.
Debemos aprender de estos incendios. No podemos limitarnos a combatirlos. Debemos aprovecharlos para reorganizar nuestros pueblos, nuestras montañas y mesetas, para dar un nuevo significado antropológico al territorio. Esto requiere valentía y determinación política; no podemos quedarnos de brazos cruzados viendo cómo se desarrolla esta tragedia sin intervenir ni tomar decisiones. Es el momento de tomar las decisiones necesarias, uniendo a todos y a todo en un amplio compromiso para defender nuestras vidas y el futuro de nuestros territorios. Debemos encontrar otra forma de vida y otra forma de organización económica para nuestros pueblos, aldeas y comunidades.
Dada la magnitud de la tragedia, es necesario implementar una agenda contractual para el desarrollo local que involucre a todos los residentes, sus respectivas instituciones y fuerzas activas, convocando la masa crítica y la experiencia necesaria en un proceso de investigación-acción-participación, utilizando metodologías participativas y colaborativas. La participación comunitaria durante todo el proceso garantiza el éxito en la resolución del problema. Debemos reunir a todos sin excepción, sobre la base de la democracia popular, abriendo el debate, involucrando y comprometiéndose. Las soluciones al problema deben provenir de la comunidad y llegar a los órganos de decisión, y nunca imponerse desde arriba. Debemos democratizar y legitimar la toma de decisiones y el desarrollo de soluciones. Los modelos verticales y burocráticos no han dado resultados; son caros, desperdician cientos de millones de euros y son fríos y distantes de las personas y los problemas. En Lisboa y Bruselas, las soluciones son escasas y, en general, ingratas para quienes dependen del territorio. Invertir en mayores recursos de prevención no es la solución; es posponer la solución al gastar cada vez más millones sin prevenir la tragedia de los incendios forestales. La tragedia nos da la razón.
La solución es exclusivamente política y nacional. Implica una agenda para el desarrollo de las economías locales, rurales y de montaña, centrada en la economía endógena, dependiente de los recursos locales y ambientales. Esto se complementa con una política de repoblación del interior, con el desplazamiento de recursos humanos y materiales, y el retorno a la economía local. Se valora y fomenta la agricultura ecológica, los bosques resilientes y sostenibles, y un sistema que dinamiza la vida social y cultural en torno a comunidades densas y equilibradas. Se reconstruyen las instituciones estatales locales que fueron desmanteladas en favor de un Estado mínimo, dejando que el mercado regule, especule, destruya y devalúe los territorios de baja densidad. Los resultados se reflejan claramente en el bosque incendiado.
Un programa para desmantelar monocultivos forestales evasivos, como el eucalipto. Con políticas para valorar y conservar el agua y sus fuentes. Un reconocimiento a las comunidades pastoriles, con el regreso del ganado autóctono a las montañas y mesetas. Prevenir que las áreas locales (rurales, montañosas y de valle) sean absorbidas por el turismo de monocultivos y las economías extractivas. Prestar especial atención a las fuentes de contaminación provenientes de fuentes domésticas y comerciales, minas, vertederos, etc. Promover una política para eliminar todas las fuentes de contaminación. Recalificar la vida comunitaria, fortaleciendo los lazos sociales de proximidad y solidaridad. Facilitar una mayor humanización de la vida social, económica y cultural.
Jornal Sol