Las ONG no cambian el mundo, pero cambian a las personas.

Es un placer volver a CartaCapital después de casi dos años sin escribir. Para quienes aún no me conocen, soy Franklin Félix, trabajador de ONG con más de 25 años de experiencia, psicólogo de formación y cocinero en mi tiempo libre. Actualmente soy Secretario Ejecutivo de la Asociación Brasileña de Organizaciones No Gubernamentales (ABONG), miembro fundador de la Alianza para el Fortalecimiento de las Organizaciones de la Sociedad Civil y asesor de la Presidencia de la República en este tema.
Durante más de cuatro años, escribí para esta revista en la columna "Diálogos da Fé ", abordando temas como el Espiritismo y los derechos humanos. Desde 2023, tras mi conversión al Candomblé, he seguido otros caminos; pero para quienes estén interesados, aún quedan muchos de mis escritos de esa época por los que siento un gran cariño y respeto. CartaCapital siempre ha sido un espacio de referencia y diálogo para mí, tanto en el ámbito de la fe, un elemento que me constituye, como en el mundo de las ONG, y confieso que echaba de menos escribir aquí.
Ahora vuelvo a hablar, desde mi perspectiva, del buen vivir, de la solidaridad, de las humanidades, del trabajo con causas, y de todo lo que envuelve este enorme paraguas del universo de las organizaciones no gubernamentales.
Como texto de resumen, elegí parafrasear la famosa cita de Paulo Freire, mi mentor, en la que dice que "La educación no cambia el mundo. La educación cambia a las personas. Las personas cambian el mundo".
Para mí, esta afirmación, aunque simple y poderosa, nos recuerda que la verdadera transformación social comienza con el cambio individual, el despertar de la conciencia crítica, el desarrollo de habilidades y la ampliación de horizontes que nos brindan los diversos elementos de nuestra vida.
Fortalecer las organizaciones de la sociedad civil es invertir en la vitalidad económica y social del país
Las personas “transformadas” y comprometidas comienzan a actuar de manera diferente en sus comunidades, en el trabajo y en la vida pública, generando cambios concretos y duraderos.
Inspirado por esta perspectiva que comparto con ustedes, y a la vez invitándolos a analizarla desde diferentes perspectivas, me he arriesgado a una adaptación: las ONG no cambian el mundo; las ONG cambian a las personas, y las personas cambian el mundo . Al fin y al cabo, el verdadero impacto de las organizaciones de la sociedad civil reside precisamente en su capacidad de impactar vidas, ampliar repertorios y crear oportunidades para que las personas se conviertan en protagonistas de sus propias historias y del cambio colectivo. Ya sea ofreciendo formación, defendiendo derechos, organizando acciones solidarias o coordinando redes, las ONG actúan como catalizadores de la transformación humana.
Al igual que la pedagogía freireana, la labor de las ONG es política en el mejor sentido de la palabra: busca construir un mundo más justo, pluralista y digno. Al transformar a las personas, siembran nuevas prácticas, nuevos valores y nuevas posibilidades para el futuro. Y es en esta interacción, entre la acción colectiva y el cambio individual, donde se encuentran la educación, la solidaridad y el compromiso social, sustentando cualquier proyecto que tenga como horizonte la justicia social y la dignidad humana.
Mucho antes de que se utilizara el término "ONG" en Brasil, ya existían organizaciones privadas sin fines de lucro dedicadas al bien común: las Santas Casas de Misericordia. La primera, en Santos, se fundó en 1543, seguida por la de Salvador en 1549, inspirada en el modelo portugués del siglo XV. Creadas por laicos vinculados a la Iglesia católica, vivían de donaciones, legados y trabajo voluntario, brindando asistencia social y hospitalaria a la población. Si bien operaban desde una perspectiva de caridad religiosa en lugar de una perspectiva basada en los derechos, como muchas ONG actuales, se consideran precursoras en nuestro campo, allanando el camino para la sociedad civil organizada en el país.
En Brasil, el término ONG se ha utilizado ampliamente para designar a instituciones privadas sin fines de lucro que trabajan en causas de interés público. Según la legislación, el nombre oficial es Organización de la Sociedad Civil (OSC), concepto que engloba asociaciones, fundaciones y organizaciones religiosas con actividades sociales. Estas instituciones forman parte de la sociedad civil organizada, un grupo de actores que, mediante proyectos, incidencia política, acciones directas y alianzas, promueven derechos, inciden en políticas públicas y prestan servicios en áreas como la educación, la salud, el medio ambiente, los derechos humanos, la cultura y el desarrollo comunitario, entre otras.
Según el Mapa de OSC de Ipea, existen más de 897.000 organizaciones activas en el país, distribuidas en todos los estados, desde pequeños grupos comunitarios hasta instituciones con alcance nacional e internacional. El impacto económico del sector es significativo: un estudio de Sitawi, en colaboración con Fipe, estima que el tercer sector representa aproximadamente el 4,27% del PIB de Brasil y genera más del 5,8% de los empleos formales, una proporción mayor que la de sectores industriales tradicionales como la industria automotriz.
Estas organizaciones, además de movilizar recursos y generar empleos e ingresos, desempeñan un papel esencial en la democracia, garantizando que se escuchen las diversas voces y que se impulsen las agendas sociales, ambientales y culturales. Por lo tanto, fortalecer a las OSC es una inversión en la vitalidad económica y social del país, reconociendo que el desarrollo y la participación ciudadana van de la mano.
Las ONG abarcan un universo diverso, que abarca desde iniciativas comunitarias, a menudo no institucionalizadas, hasta organizaciones sólidas con alcance internacional, como las lideradas por comunidades religiosas o colectivos locales (que sirven comidas a personas sin hogar, distribuyen ropa u organizan campañas de limpieza), que operan con base en el voluntariado y la solidaridad directa. Por otro lado, existen estructuras consolidadas que pueden operar con independencia de gobiernos y empresas, financiadas con donaciones individuales para garantizar su autonomía.
Lo que tienen en común estas diferentes iniciativas es su compromiso con causas colectivas y el desarrollo de proyectos con impacto social, educativo y ambiental, que varían en tamaño, fuentes de financiación y estrategias de acción.
Sus presupuestos también son muy diversos: pueden ir desde pequeñas colectas comunitarias hasta millones de reales al año en grandes ONG, recordando que hay una legislación específica y órganos de fiscalización, pero de eso hablaré en los próximos textos.
Concluyo este texto compartiendo, con preocupación, que en los últimos años muchas organizaciones han enfrentado persecución y criminalización burocrática: exigencias administrativas desproporcionadas, recortes de fondos y narrativas políticas que intentan desacreditar el papel de la sociedad civil. Estos ataques amenazan la libertad de asociación y el espacio democrático, socavando directamente la capacidad de las ONG para cumplir su misión. Aun así, la sociedad civil resiste y se reinventa, demostrando que, ya sea en un pequeño comedor comunitario o en campañas globales, su trabajo es esencial para una sociedad más justa, solidaria, soberana y hermosa.
¡No hay soberanía ni democracia sin el importante papel de las ONG!
Este texto no representa necesariamente la opinión de CartaCapital.
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