Todos seremos derrotados

La escalada de la retórica nuclear entre Washington y Moscú en los últimos días no puede verse simplemente como una forma de que Trump y Putin conmemoren el 80.º aniversario del lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Y, a pesar de toda la preocupación que pueda generar, también es importante no tomar las amenazas demasiado en serio. En esencia, lo que estamos presenciando tiene cierto aire de Guerra Fría, aunque con una diferencia fundamental: esta vez, ambos líderes no defienden ideologías opuestas e incluso comparten sorprendentes similitudes en la forma en que silencian a sus oponentes, presionan a sus adversarios y utilizan todos los medios a su alcance para fortalecer su poder personal, permitiendo que solo los rodeen sus seguidores leales.
Esta escalada de amenazas es, más bien, un síntoma de algo más amplio: el creciente poder de los llamados "hombres fuertes". Es incluso la consolidación del "triunfo de las bestias" que ha marcado la política internacional durante casi una década: el poder ejercido por hombres que concentran la autoridad, cultivan una imagen de fuerza personal y recurren descaradamente a las amenazas como arma principal.
Con Donald Trump al mando de la Casa Blanca y su introspección en las redes sociales, este estilo ha cobrado cada vez más prominencia y ha recibido nuevos imitadores. Y, poco a poco, está arrastrando al mundo a un clima de confrontación permanente, que siempre exige el uso de la fuerza, lo que destruye inexorablemente muchos de los valores y principios que, durante un tiempo, creímos que debían guiar el debate político y las relaciones internacionales entre los Estados.
En el estado actual del mundo, parece que ya no importa quién tiene la razón, sino quién es más fuerte. Y, sobre todo, quién amenaza con mayor intensidad, como si tuviera todo permitido y nada que perder. La diplomacia internacional, en cuestiones clave, ha sido sustituida por luchas de poder, sanciones, guerras comerciales y, cuando la ocasión lo amerita, amenazas militares abiertas.
Parece que nos dirigimos constantemente hacia una confrontación inminente y explosiva que, como en las películas de aventuras, se evita en el último minuto. Aquí, no por un héroe improbable, sino siempre por las acciones de un "hombre fuerte", con su inevitable retórica nacionalista que promete sueños de grandeza a sus compatriotas. Hemos visto, en tantos casos, que nada de esto es cierto. Es solo la percepción que intentan crear. Y, como ya nadie duda, todos sabemos que hoy vivimos en un mundo dominado más por las percepciones que por un análisis frío, metódico y transparente de la realidad.
Este surgimiento del poder de las "bestias" constituye la mayor amenaza para el sano desarrollo de la humanidad, la defensa de los derechos humanos y los valores que posibilitan la libertad y la justicia social y económica. La erosión de los valores democráticos es evidente en casi todas partes. Y no solo ha crecido la intolerancia hacia quienes piensan diferente, sino que también está desapareciendo una noción muy antigua que siempre ha sido la base del pensamiento humanista: el respeto al otro, quienquiera que sea, pero que debe ser respetado como ser humano.
La forma en que tantos países tradicionalmente democráticos han observado en silencio lo que ocurre en Gaza revela el mundo en el que vivimos y la erosión de los valores que todos deberíamos compartir, especialmente porque están consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la propia creación de las Naciones Unidas. Cuando, deliberadamente, como en los antiguos asedios medievales, se mata de hambre a poblaciones, no puede haber estrategia política que excuse al "brutal" que comanda este exterminio. Mucho menos, por ejemplo, ya se han iniciado intervenciones de fuerzas internacionales para prevenir situaciones que no alcanzaron esta barbarie. Y es cada vez más inaceptable que Israel siga prohibiendo a observadores y periodistas internacionales la entrada al territorio para que puedan informar libremente sobre lo que realmente sucede.
En Gaza, oculta a la mirada del mundo, no solo una población está siendo diezmada por el hambre y los disparos. Es la humanidad misma la que, al optar por el silencio, termina sitiada y abandona los valores que deberían guiarla. Y cuando esto sucede, como en una guerra nuclear, una conclusión es inevitable: todos seremos derrotados.

