El verdadero BOOM

El 25 de julio de 1997 finalizó el primer Boom, un festival psicodélico que reunió a 3500 personas ese año a orillas de un lago portugués. Tres años después, el 25 de julio de 2000, otro boom se produjo en los cielos de París, sacudiendo el mundo de la aviación. El fatal accidente del Concorde, el único sufrido por este tipo de avión, marcó el principio del fin de la era supersónica de la aviación comercial.
Si el festival Boom, que se acerca a su 30.º aniversario, creció orgánicamente, casi tribalmente, hasta las 40.000 personas que hoy lo celebran como un ritual de reconexión, arte y concienciación medioambiental, el Concorde, un logro europeo y símbolo de un futuro a toda prisa, voló durante casi tres décadas con una mezcla de admiración e inquietud. Transportó a 2,5 millones de pasajeros, pero nunca pasó de ser un lujo aéreo: restringido, ruidoso e insostenible. Cuando estalló, trajo consigo una mezcla de sueño y pesadilla.
Ahora, una nueva compañía —esta vez estadounidense, llamada Boom Supersonic— promete resucitar los aviones supersónicos de sus cenizas. ¿Es este el camino correcto para la movilidad? ¿Salir del festival Boom en Idanha-a-Nova cubierto de barro rumbo a Alcochete, cruzar medio país en llamas por carretera, cumplir con todos los protocolos aeroportuarios y esperar en una tienda libre de impuestos hasta embarcar en un nuevo Concorde? ¿Es esto un regreso a una carrera tecnológica del pasado o una auténtica promesa de futuro?
Mientras que el festival Boom se centra en la proximidad, la sostenibilidad y la experiencia sensorial y humana, Boom Supersonic insiste en la velocidad como fetiche tecnológico. Un experimento reciente podría ayudar a aclarar el debate: un avión eléctrico voló 133 km con cuatro pasajeros, consumiendo solo el 7 % de la energía de una aeronave convencional. La aviación, como cualquier otra forma de movilidad, necesita reconciliarse con el planeta, y quizás la próxima revolución provenga de otro lugar, cuyo desarrollo masivo presenciamos a diario: drones autónomos, silenciosos y asequibles, cada vez más utilizados en escenarios bélicos, al igual que la aviación militar precedió a la aviación civil en la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Creo que el próximo BOOM podría no ser el resultado audible de romper la barrera del sonido, sino más bien el resultado de una idea que madura en silencio. ¿Y si la próxima vez que vayamos al festival Boom, pedimos un dron desde el móvil para que nos recoja en nuestra calle? Sin aeropuertos, sin pistas, sin nada. De vuelta, simplemente límpiense el barro antes de embarcar para no ensuciarse. ¡Gracias y buen viaje!
Profesor de Sistemas de Transporte y consultor en aviación, aeropuertos y turismo // Escribe semanalmente para SAPO
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