Filomela y la rebelión tácita de los objetos

Lo real es todo lo que existe fuera de nosotros. Los objetos son cosas en la medida en que se sitúan ante nosotros y en oposición al sujeto que los percibe y los nombra. ¿Cómo emergen los objetos en lo real ? ¿Cómo se nos presentan las cosas en una masa sensorial continua?
¿Qué significa la palabra “objeto”? Un pecho que una mujer descubre. Objectus pectorum significa literalmente la revelación de los pechos . El objectus es el gesto de este desvestirse. En el año 90 de nuestra era, Tácito estaba en Alemania. Vio por primera vez el cielo oscuro, las mareas altas, la niebla, los campos tristes. Dice que habló con los seres que vivían allí y describe sus ojos grises, su pelo rojo, sus vestidos ajustados y su sexo y nalgas cubiertas por pantalones y no por túnicas o togas. Bebió la cerveza que hacían. Vio con sus propios ojos el orden en que los guerreros se preparaban para la batalla. La página de Tácito que evoco es la siguiente: “Memoriae proditur quasdam acies inclinatas iam et labantes a feminis restitutas constantia precum et objectu pectorum et mostrata cominus captivitate”. (“Se dice que algunas líneas que estaban a punto de ceder y perder su equilibrio fueron restablecidas por algunas mujeres que instaron a los combatientes exponiendo sus pechos y aludiendo a su inminente cautiverio.”) Al exhibir sus pechos desnudos, las mujeres de los alemanes estaban rogando a sus maridos o hijos. Esta revelación tenía un valor imperativo que no hay forma de comprender con certeza: según Gudeman, estaban rogando ser entregadas a la muerte en lugar de a la esclavitud; según Müllenhoff, al objetar sus pechos, las mujeres estaban recordando a los hombres que, en caso de derrota, sus cuerpos dejarían de ser suyos; que son la presa sexual de todas las guerras. Al recordar esto y rasgarse la ropa, se convierten en objetos .
Un día, Tereo abrazó a una joven llamada Filomela. Mientras subía por aquel estrecho sendero de montaña, la empujó, la arrojó frente a él, la golpeó, la azotó. La empujó a una cueva oscura. Le arrancó la túnica. Aunque la joven gritó con todas sus fuerzas, Tereo, tras desnudarle los pechos, acercó los labios y los mordió. Varias veces, Tereo aprovechó la soledad, la frescura, la protección que le ofrecían aquellas paredes negras. Los gritos aumentaron su excitación, los sonidos intensificaron su deseo. Justo cuando Tereo estaba a punto de violarla, Filomela gritó:
—Si me tomas por la fuerza, contaré tu violencia a mi hermana, que es tu mujer, y contaré tu violencia a su padre, que es también mi padre.
Al oír estas palabras, Tereo no retiró su miembro de la vulva. Prefirió desenvainar la espada, abrir la mandíbula de la joven, sacarle la lengua más allá de los incisivos y caninos y cortársela de raíz. Finalmente, eyaculó dentro de ella, sin que ella pudiera decir una sola palabra ni decir nada al regresar a casa de su padre. Filomela, de vuelta en el palacio de su padre, sin un lenguaje articulado a través de su lengua entrelazada con su aliento y chasqueando las puntas de sus labios, sosteniendo la lengua muerta que se marchitaba, encogía y ennegrecía en su mano, comenzó a tejer una red que contaba en silencio su historia. Esto es escribir. Un silencio terrible siempre precede al habla silenciosa que sucede lejos de todos.
Filomela nos enseña que la escritura es algo que parece muerto, pero está vivo. Todas las palabras tienen su vacío, pero todas las palabras tienen su secreto que las letras revelan. En griego, Filomela es un nombre compuesto: la que ama (φιλο) la canción (μέλος): la literatura ama una voz que ya no resuena en el espacio, pero que se escucha en lo profundo del alma. Una voz que surge de lo invisible. Más allá de toda música, los labios que se han vuelto mudos aman esa canción que no se puede escuchar. Solo a los ojos de los analfabetos la escritura está muerta. Solo a los ojos de Tereo, Filomela quedó muda por el filo de su espada. Solo a los ojos de los no lectores, las letras no parecen vivir.
Hay una curiosa meditación de Gregorio Magno que cuenta que Dios mordió el infierno de los paganos que precedió a su epifanía, en tiempos del emperador Tiberio, y lo escupió en el pesebre de heno de Belén, donde un burro, bajo el reinado de Herodes, fue a comer. En ese mordisco, Dios arrancó una parte del paraíso. Solo en un segundo, tras meditar sobre su mordisco, Dios habría trasladado allí a todos los elegidos que, en el centro de su cuello, vieron crecer y florecer una nuez de Adán , en memoria del mordisco original de la manzana del paraíso que sumió a los hombres, en el principio de los tiempos, en el verdadero infierno viviente de la curiosidad hambrienta, de los gritos de los animales por doquier, de los rugidos del deseo sexual. Una fruta suspendida de una rama, como un pene colgando de los muslos de un hombre, tentó la mano de la primera mujer que apareció en este mundo. Sintió el deseo de coger lo que tentaba su mirada, porque es este simple deseo el que está en el corazón del robo. Tomar de otros lo que no tenemos. El hombre no nace en el origen y la influencia del instinto: nace en la cultura, en la comprensión , en la depredación de otros, en el aprendizaje de los objetos .
La palabra «texto», la antigua palabra textum , significa en latín la red que las arañas tejen en las ramas. El texto es este dispositivo depredador que flota en el aire. En silencio, sin lengua en la boca, Filomela —la que una vez amó la canción que habitaba su boca— hila, moviendo ambas manos, el taciturno y vengativo textum . La enigmática escritura que compone su lanzadera y que, una vez terminada, Filomela ofrece a su hermana, narra en silencio los gritos que profirió en la oscura cueva donde Tereo la deseó, la golpeó, la violó, la invadió: el texto que tejió explicaba la pérdida de su lengua .
En venganza, Procne, hermana de Filomela, asó en un asador sobre brasas al niño concebido de la violación y se lo ofreció a Tereo para que comiera.
Sin saberlo, Tereo devoró al hijo de su violencia. A mano. Sin objetos.
observador