Indígenas y científicos se unen en México para salvar a anfibio considerado un elixir

Durante cinco décadas, Froylán Correa se ganó la vida pescando en Pátzcuaro. Hoy, en este mismo lago, se dedica a salvar al achoque, una salamandra considerada un hechizo mágico en México por su asombrosa capacidad para regenerar sus órganos.
Pariente del ajolote, este anfibio se encuentra “en peligro crítico de extinción”, según la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), debido a la sobrepesca, la contaminación y la extracción de agua en su hábitat en el occidental estado de Michoacán.
Por ello, biólogos de la Universidad Michoacana decidieron asociarse con la comunidad indígena de San Jerónimo Purenchécuaro en un proyecto remunerado para impulsar la reproducción del achoque.
Correa, un hombre mayor que conoce íntimamente el lago, está profundamente involucrado en su trabajo como recolector de huevos de anfibios.
“Me quedé muy impactado (…), ahora la nueva generación ya no lo conoce”, dijo el hombre.
El biólogo Rodolfo Pérez lleva los huevos a su laboratorio en la Universidad Michoacana, donde eclosionan. Cuando los anfibios crecen, son devueltos a las instalaciones de los pescadores, quienes los cuidan hasta que estén listos para regresar al lago, explica Israel Correa, familiar de Froylán.
El achoque pertenece al género Ambystoma, estudiado por la ciencia debido a su extraordinaria capacidad para regenerar miembros mutilados y partes de órganos como el cerebro y el corazón.
Está emparentado con el ajolote, que habita en la zona del Lago de Xochimilco, al sur de la Ciudad de México, y cuya figura adornará los billetes de 50 pesos a partir de 2021, considerados los más “atractivo” por la población, según una encuesta del Banco de México (central).
Desde la época prehispánica, el achoque ha sido un alimento y una medicina. Los pueblos indígenas le atribuyen propiedades nutricionales y curativas para enfermedades respiratorias.
Según las leyendas del pueblo de Pátzcuaro, el achoque fue primero un dios malvado que se escondía en el lodo del lago para escapar del castigo de otras deidades.
El biólogo Rodolfo Pérez afirma que el proyecto de conservación de especies "nos ha dado mucho trabajo". Para él, el mayor obstáculo es "obtener una compensación económica" para los pescadores, ya que los achoques requieren atención constante.
“No podemos faltar ni un solo día porque si no, morirán (…). Llueva o truene, haya fiesta o no, tenemos que estar aquí”, dice Israel Correa.
La colaboración entre investigadores e indígenas ha dado como resultado una población “estable” de achoque, compuesta por entre 80 y 100 individuos “en una fracción muy pequeña” del lago, destaca Luis Escalera, colega de Pérez en la Universidad Michoacana.
Esta cantidad, sin embargo, es “muy inferior a la de hace 40 años”, lamenta Escalera.
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IstoÉ