¿Invertir en defensa? Y con razón.

Cuando los aliados de la OTAN volvieron a elevar el listón en La Haya —5% del PIB para defensa, apoyo irrestricto a Ucrania, aceleración de la inversión tecnológica—, Portugal no se quedó atrás. Por primera vez en décadas, el país no solo promete cumplir, sino que quiere liderar.
La pregunta ahora no es si podemos seguirles el ritmo a los grandes. Es si podemos hacerlo sin perder el rumbo.
Desde la invasión de Ucrania, ha quedado claro que la paz no se puede garantizar con buenas intenciones ni presupuestos minimalistas. Europa ha comprendido la necesidad de defenderse. Y Portugal, a pesar de su tamaño, no puede seguir siendo un mero espectador. Por eso, el Gobierno ha anunciado que adelantará el objetivo del 2% del PIB para defensa, cuatro años antes de lo previsto. Un gesto nada simbólico.
Es una decisión valiente. En un país donde cada euro se disputa entre sanidad, educación y pensiones, decir "invirtamos en defensa" requiere visión. Pero también madurez política: proteger la democracia cuesta dinero, y no hacerlo puede costar mucho más.
Además del gasto, existe una estrategia. El gobierno quiere que esta inversión impulse la innovación nacional: desde el apoyo a startups tecnológicas hasta la participación directa del mundo académico, incluyendo la reformulación de las normas de contratación pública para dar mayor agilidad a las empresas portuguesas del sector. No se trata solo de un refuerzo militar, sino también de una inversión industrial, económica y científica. Una OTAN con acento portugués.
Portugal cuenta con activos únicos en esta nueva estrategia geoestratégica. Su posición atlántica lo sitúa en una encrucijada clave entre continentes, con acceso privilegiado al Atlántico Sur y a rutas marítimas emergentes. El enfoque en la ciberdefensa y la guerra híbrida —donde las amenazas no provienen de tanques, sino vía satélite, redes o sabotaje— hace aún más evidente el valor de invertir en innovación nacional. Portugal no tiene por qué ser el más grande. Pero puede ser uno de los más inteligentes.
Y esta no es una guerra abstracta. Una defensa nacional moderna no solo se utiliza para responder a escenarios de conflicto armado. Se utiliza para proteger infraestructuras críticas, reaccionar ante crisis tecnológicas, apoyar a la población en catástrofes y garantizar que el país cuente con recursos propios ante imprevistos. La pandemia ya lo ha demostrado. El cambio climático también lo demuestra. Invertir en el sector de defensa no es un lujo: es una garantía de soberanía.
Es natural que haya dudas. Hablar de mayor inversión en defensa puede parecer extraño en un país con tantas otras necesidades. Pero esta decisión no sustituye otras prioridades, sino que las protege. Solo con seguridad podemos garantizar la salud, la educación o la estabilidad. Lo importante ahora es que este camino sea claro, justo y bien explicado. Y que Portugal no se quede atrás en un momento decisivo.
La decisión anunciada en La Haya no es solo presupuestaria. Es política. Es estratégica. Y, sobre todo, es madura. Asumir responsabilidades en la OTAN es también una afirmación de la ambición de un país que quiere ser parte de la solución y no solo un nombre en la lista. Por la seguridad, por la economía y, sí, por la libertad.
observador