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Restaurar la verdad

Restaurar la verdad

Representando la coordinación de las comisiones diocesanas de protección a menores y adultos vulnerables, he participado en las llamadas “comisiones de instrucción” de los procesos de otorgamiento de indemnizaciones económicas a víctimas de abusos sexuales cometidos al interior de la Iglesia Católica. Después de leer gran parte de las noticias sobre la forma en que se ha ido desarrollando este proceso, siento la necesidad de dejar las cosas claras. Lo hago con base en mi conocimiento directo de un número considerable de casos y también en el conocimiento indirecto de otros casos analizados por dichas comisiones.

Estos informes señalan que “las víctimas” están muy descontentas con este proceso, al que acusan de burocrático, de reflejar insensibilidad y falta de empatía y de contribuir a su revictimización. Resulta que “las víctimas” son sólo los pocos (siempre los mismos) que tienen acceso sistemático a los medios de comunicación. La opinión de estas personas merece todo mi respeto, pero no pueden hablar por todos los demás que no comparten esa opinión y que no acceden a los medios de comunicación, porque naturalmente buscan preservar al máximo su privacidad. Debo decir que ésta es una versión profundamente distorsionada de la realidad, una visión que desalienta a otras víctimas a realizar solicitudes de diversas formas de apoyo (y la compensación financiera no es la única) que, por razones comprensibles, aún no han adquirido el coraje de hacerlas.

Por cierto, la propuesta, que siguen defendiendo estos críticos del proceso, de asignar una cantidad única a todas las víctimas tampoco favorece a éstas. Este valor tendría que ser meramente simbólico y no es eso lo que se pretende a la luz de la normativa que rige el proceso. Este valor debe ser proporcional a la gravedad del abuso y al daño causado por él, sin intención de ser lo suficientemente alto como para anular ese daño (lo cual es imposible), como si fuera un precio. Proporcional no significa equivalente y compensatorio no significa reparador. Pero la verdadera compensación debe ser efectiva y no puede limitarse a un valor meramente simbólico.

Debo decir, en primer lugar, que mi colaboración en este proceso de escucha de las presuntas víctimas casi me permite decir, sin exagerar, que a través de ella he aprendido más sobre la naturaleza y el alcance de los daños causados ​​por estos crímenes que mi experiencia de más de treinta años como juez en el área penal (donde estos crímenes, cometidos en los más variados contextos, están entre los más frecuentes). En los juicios, el análisis de los casos se centra principalmente en probar los hechos que constituyen el abuso en sí y no profundiza mucho en la magnitud del daño causado a la víctima. Se considera el efecto inmediato de ese daño, no (como se ve en estos casos que analizamos en los “comités de investigación”) su efecto prolongado a lo largo de una vida de varias décadas. Y, de hecho, las consecuencias siguen siendo bastante dolorosas varias décadas después de que ocurrieron los acontecimientos.

En la gran mayoría de los casos (no digo que no haya excepciones) las víctimas dicen que les resulta difícil hablar del tema, pero que después se sienten muy aliviadas, como si se hubieran liberado de una enorme carga. Hay que tener en cuenta que, casi siempre, durante décadas no contaron a nadie (ni siquiera a sus familiares y amigos más cercanos) los abusos que sufrieron. Cuando hablaron, no se les dio ningún crédito y ni siquiera se les culpó. Ahora hay alguien que los escucha profundamente, que cree en ellos, que no los culpa (incluso intenta liberarlos de cualquier sentimiento de culpa) y que es sensible a su dolor. Dicen que confían en estas personas que les escuchan, algo que hasta ahora no ha ocurrido con otros.

Esta escucha le da el coraje para hablar del tema con otras personas (una víctima, después de la entrevista, habló de ello por primera vez con la mujer con la que ha estado casado durante décadas). Hasta entonces nunca habían tenido el coraje de hablar del asunto con un psicólogo. Ahora deciden hacerlo. Hay casos de personas que tienen casi setenta años y que por primera vez en su vida reciben apoyo psicológico (a veces también apoyo psiquiátrico), apoyo que necesitan desde hace muchos años, y no sólo por los abusos sexuales de los que fueron víctimas cuando eran niños o jóvenes.

En muchos casos, el trauma de este abuso sexual se suma a otros traumas sufridos a lo largo de una vida de tragedias sucesivas y el apoyo del que ahora pueden beneficiarse puede aliviar ese sufrimiento acumulado. Una de las víctimas dijo: “ Hasta ahora solo ha habido oscuridad en mi vida, solo deseo que se vuelva un poco gris ”…

Estas entrevistas pueden ser un paso en un proceso terapéutico, cuyos costes también corren a cargo de la Iglesia, mucho más beneficioso que cualquier compensación económica.

En todo este proceso, el aporte especializado del Grupo Vita ha sido invaluable. Este aporte se suma a las acciones, que también se han realizado en las más variadas instancias de la Iglesia, de formación en materia de prevención y que ya han llegado a alrededor de tres mil personas. Una acción pionera que las escuelas públicas pretenden replicar.

En muchas de estas víctimas persiste una notable animosidad hacia la Iglesia. Algunos afirman haber perdido la fe a causa de lo que les sucedió (y ven esta pérdida como una pérdida, porque creyeron en un Dios que los amaba y en esta fe encontraron sentido a sus vidas). Otros llevan su animosidad hasta el punto de negarse a entrar en cualquier iglesia, incluso en bodas y bautizos de familiares. Otros afirman no haber perdido la fe en Dios, sino sólo la fe en la Iglesia. Pero también hay muchos que saben distinguir el pecado y el delito de algunos sacerdotes de muchos otros que vienen como ejemplos de bondad, rectitud y coherencia.

Debo confesar mi profundo deseo de que todas estas personas redescubran su fe y se reconcilien con la Iglesia. Para ellos sería el mayor activo (eso es lo que sinceramente pienso). Pero está en nuestras manos comprender y respetar su rebelión. No podemos reivindicar, ni siquiera sugerir, tal reconciliación. Esto sólo ocurrirá si y cuando las víctimas así lo quieran.

Artículo publicado originalmente en el periódico digital “Sete Margens”

observador

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