Es la gerencia, estúpido.

Cada vez hay más casos de médicos que ganan miles de euros en poco tiempo, tras la investigación publicada por CNN sobre el dermatólogo del hospital Santa María, quien llegó a ganar 407 mil euros en diez sábados de trabajo. En medio de tanto caos, es evidente que hay una mezcla de lo normal y lo anormal. Pero hay un nexo común en todas estas historias: una impresionante falta de control gerencial, por no decir simplemente de gestión.
También es destacable que el presidente de la junta directiva del hospital Santa María haya logrado eludir su responsabilidad en este caso. En principio, un pago de esta cantidad debería haber desatado las alarmas. Esto ocurriría en cualquier empresa privada. Al parecer, esto no ocurre en el Santa María, como, tenemos motivos para admitirlo, tampoco ocurre en otros hospitales.
Hace tiempo que se diagnostica un problema de gestión en la atención sanitaria, que abarca desde los aspectos más generales, como la red hospitalaria (dónde deberían o no ubicarse los hospitales, o cuáles deberían cerrarse) hasta cuestiones de gestión más cotidianas. Es una vieja batalla entre los ministros de Hacienda y de Sanidad, donde los primeros insisten en que no se necesita más dinero, sino una mejor gestión. Pero, por supuesto, cada vez que los ministros de Sanidad intentan profundizar en esta intervención para una mejor gestión, acaban siendo quemados públicamente. Quizás el caso más emblemático sea el de la Maternidad Alfredo da Costa. Al menos desde la época de Correia de Campos como ministro de Sanidad, ha habido intentos de cerrar la maternidad. Y con cada intento, se multiplican los casos dramáticos en los medios, demostrando que la maternidad no debe cerrarse.
La prueba de que algo va muy mal en la sanidad es que gastamos cada vez más en servicios cada vez peores. Y aunque la mayoría de los países europeos han visto disminuir su gasto sanitario en términos de PIB tras la pandemia, aquí seguimos sin tener ningún control.
Como es habitual en un país gobernado por abogados, se consideró que la solución a los problemas de salud pasaría por más leyes y la creación de una nueva entidad con un director general y todo lo necesario. Este fue el enfoque adoptado por el gobierno de António Costa, empezando por Marta Temido. Por supuesto, no se resolvió nada y, todo indica, la situación se agravó aún más por la falta de claridad y separación de funciones entre el nuevo organismo que aspira a ser la junta ejecutiva del NHS y las numerosas entidades centrales y regionales.
Los pequeños poderes en los hospitales, como en muchas otras entidades públicas del país, se han apropiado de ingresos reales a costa de los contribuyentes y de la calidad de vida y el bienestar de los ciudadanos. La falta de herramientas de gestión, sumada a líderes directivos designados por la confianza del partido y sin ninguna capacidad de gestión, crea el entorno propicio para que los oportunistas se enriquezcan.
Los problemas que enfrenta el NHS tienen características que no pueden resolverse con leyes ni con estructuras organizativas renovadas. Se necesitará apoyo político, así como mucha valentía y competencia por parte de los directivos, para desmantelar los intereses creados, sin dejarse intimidar por los casos e incidentes menores que se repetirán cada vez que un interés se vea amenazado.
Un buen comienzo es nombrar equipos directivos competentes, con autonomía y, sobre todo, con apoyo político, dándoles, obviamente, las herramientas para gestionar. No será fácil, pues existe la convicción generalizada de que cualquier amenaza a los intereses creados acabará convirtiendo en víctima a quien quiera cambiar algo, porque los gobiernos, tanto nuevos como anteriores, carecen de la valentía necesaria. Y así es como nos volvemos cada vez menos competentes en la gestión de los asuntos públicos.
El secreto para resolver los problemas que enfrentan el NHS y muchas otras entidades públicas reside en un liderazgo y una gestión valientes y competentes. Es la gestión, estúpido, parafraseando el famoso dicho: «Es la economía». La única esperanza que nos queda es que la revuelta silenciosa que está llevando al poder a partidos autoritarios, del tipo «que haya alguien al mando», pueda generar soluciones que impidan la proliferación de oportunistas.
observador