Batallas navales II: 'Master and Commander' en Navarino por la independencia griega
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*Esta serie de verano indaga en las batallas navales más interesantes de la historia. Este capítulo está dedicado a la de Navarino (actual Pilos), acaecida en 1827 durante la Guerra de la Independencia de Grecia.
A mediodía, la brisa que había soplado suavemente desde el amanecer, arreció brevemente para después amainar justo cuando la flota inglesa, con el HMS Asia a la cabeza, seguido por el Genoa, el Albion y el Dartmouth enfilaron hacia la bahía de Navarino. Detrás, casi en formación, venía la escuadra aliada francesa con el Sirene, el Scipion el Trident y el Breslau. A la derecha de los franceses, a sotavento y un poco más atrás, aparecieron también los navíos rusos: el Azov, el Gangout, el Ezequiel y el Alexander Nevsky. Diez navíos de línea y dos fragatas –el Dartmouth y la pesada Sirene– a los que había que sumar varias corbetas y bergantines, para un total de 26 buques con unos 458 cañones. Enfrente, una enorme flota turco-egipcia en formación de herradura y compuesta nada menos que por 65 buques, entre ellos seis navíos de línea y 15 fragatas, además de otras embarcaciones que sumaban más de 2.000 cañones.
Era el 20 de octubre de 1827 cuando una concatenación de malentendidos, órdenes vagas y suspicacias entre ambas flotas iba a provocar una gigantesca batalla naval entre casi 100 buques de guerra; la última de la historia de la época de los grandes veleros, que supondría, además, el final de la Guerra de Independencia de Grecia contra el Imperio Otomano sin que participara ni un solo griego más allá de los esclavos que, paradójicamente, lucharon obligados en las naves turcas.
“Ya estábamos a menos de dos millas de la entrada de la bahía de Navarino, con todas las velas desplegadas, incluso las de sobrejuanete arriba y abajo, cuando el contramaestre tocó el silbato para la comida, y muchos se reunieron en la mesa del rancho por última vez”. Un desconocido artillero británico a bordo del navío HMS Genoa, recordaba tan sólo dos años después los instantes previos a la batalla.
Supondría el final de la Guerra de Independencia de Grecia contra el Imperio Otomano sin que participara ni un solo griego
Como sacado de una novela de la popular serie naval de Patrick O’Brien iniciada con Master and Commander, la crónica anónima firmada por ‘A british seaman' y publicada en Glasgow con el título Life on Board a Man-of-war; Including a Full Account of the Battle of Navarino (1827) permanece como una fuente de primera mano de un marinero de a pie:
“El flautista tocó entonces Nancy Dawson, la conocida llamada para que los cocineros de cada mesada subieran a por su ración con su monkey, –un recipiente de madera para guardar el grog, una mezcla de ron, azúcar, agua y limón habitual de la Royal Navy–. Cuando trajeron el licor, los marineros más veteranos de nuestra mesada propusieron beber hasta que se acabara, lo que todos aceptaron. Jack Burgess dijo que siempre había sido la costumbre en el HMS Tremendous durante la temporada de caza; «pero qué», continuó, «¿para qué os hablo de la temporada de caza, si nunca habéis visto un disparo en combate en vuestra vida? Si hubierais estado conmigo en el Tonnant en Trafalgar*, habríais visto disparar tres rondas por minuto, ¡muchachos! ¡Allá va! Lo lanzamos al San José como si estuviéramos jugando al billar o a los bolos (solo que un poco más rápido, ya sabes, y no tan agradable); pero ya veréis esas cosas antes de que anochezca”.
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Más que con la vista, las rondas de cañonazos les atronarían los oídos y las sentirían en sus carnes, una vez que la densa niebla provocada por los cientos de cañones humeantes oscureciera rápidamente toda la bahía de Navarino –la actual Pilos– hasta hacerla casi de noche, aún con el sol brillando en un cielo despejado. A las 13:30, poco después de que la flota aliada comenzara a entrar en la bahía, uno de los fuertes de la costa disparó una salva sin proyectil mientras que la mayoría de los turcos, según el capitán Milius del Scipion, se sentaban en las almenas fumando sus pipas. El primer signo de actividad real no fue precisamente agresivo, sino más bien disuasorio: el envío de un pequeño bote desde el buque insignia del almirante turco Moharrem Bey, con el fin de pedirle al inglés Edward Codrington, al frente de la fuerza aliada, “que no insistiera en hacer entrar su flota en el puerto". La respuesta de Codrington fue que él había venido a dar órdenes, no a recibirlas.
Los barcos ingleses, franceses y rusos se encontraban en la bahía de Navarino después de un año agitado en torno a la Revolución griega comenzada en 1821, que buscaba la independencia del Imperio Otomano. En un principio, las tres potencias se habían opuesto a las demandas nacionalistas de los griegos con el objetivo de preservar el orden y el status quo internacional con la Sublime Puerta temiendo una disgregación incontrolada de otros territorios, pero las tornas habían ido cambiando a lo largo de los seis años de conflicto.
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Esa mañana, los ingleses no iban teóricamente en misión de guerra, sino con la intención de hacer cumplir un armisticio entre los otomanos y los griegos. En la represión de la guerra griega habían jugado un papel determinante el gobernador de Egipto Mehmet Alí y su hijo el general Ibrahim Bajá, que comandaba los barcos más modernos de la turco-egipcia. Los aliados y especialmente Codrington recelaban precisamente del gobernador egipcio Mehmet Alí, que según sus indicios tenía intención de sabotear cualquier mediación en el conflicto.
En ese contexto, la presencia amenazante de la enorme flota turco-egipcia era intolerable para Edward Codrington, que exigía su retirada, apoyado especialmente por el almirante ruso, el conde Heiden, y un poco más reticentemente por el francés Henry de Rigny. Siguen sin estar muy claras, doscientos años después, las verdaderas intenciones de Codrington, Heiden y de Rigny, cuando llegaron a Navarino en relación con las órdenes que tenían de sus gobiernos, que no eran de ataque. Tampoco eran claras las intenciones de la Sublime Puerta y su extraño aliado Egipto, en teoría una provincia del Imperio Otomano con un gobernador subordinado al sultán y que actuaba, sin embargo en la práctica, como un estado soberano más.
Los ingleses no iban teóricamente en misión de guerra, sino con la intención de hacer cumplir un armisticio entre los otomanos y los griegos
El 6 de julio, Gran Bretaña, Francia y Rusia habían firmado el Tratado de Londres, que se basaba esencialmente en el Protocolo Anglo-Ruso de 1826 que impulsaba la búsqueda de un acuerdo entre griegos y otomanos aunque sin ningún tipo de presión. Según Woodhouse, un año después, la cláusula principal que se añadió era secreta “aunque permaneció secreta solo hasta que The Times publicó el texto completo una semana después y establecía que, si la Puerta (el gobierno otomano) no aceptaba la mediación en el plazo de un mes, los tres aliados enviarían cónsules a Grecia, un paso que acabaría conduciendo al reconocimiento formal; y que, si tanto los griegos como los turcos rechazaban el armisticio propuesto, las potencias contratantes intervendrían entre ellos para impedir las hostilidades”.
En medio de los acuerdos y disputas entre los cuatro imperios, además de Egipto, se encontraba el movimiento revolucionario griego, que podría definirse como la quintaesencia del nacionalismo romántico del siglo XIX, jalonado con los versos de un poeta y aventurero: Lord Byron, que luchó por Grecia y promovió a su vez el filohelenismo en toda Europa, hasta el punto de que, según el consenso historiográfico, sólo hubo un momento más decisivo para la independencia griega que la Batalla de Navarino que fue la muerte del mismo Byron en el sitio de Messolonghi cuatro años antes. –C.M Woodhouse, The Battle of Navarino–. El mismo historiador británico resumiría sucintamente la batalla “como un asunto esencialmente entre las grandes potencias de la época, de la cual las naciones y pueblos más pequeños fueron solo beneficiarios o víctimas indirectas de manera incidental”.
Sólo hubo un momento más decisivo para la independencia griega que la Batalla de Navarino y fue la muerte del mismo Lord Byron
Después de que el bote enviado por Moharrem Bey fuera despachado agriamente por Codrington a bordo del Asia, los acontecimientos se precipitaron. Según el relato inglés, los turcos izaron una bandera roja en tierra y dispararon una salva de aviso para atacar, porque en ese momento un bote salió del buque insignia turco, el Capitana Bey, hacia el del egipcio de Ibrahim Baja, al tiempo que se percibió movimiento en las naves incendiarias otomanas estacionadas cerca de la isla de Escafiria, que cierra la bahía: básicamente la coartada inglesa de que fue el enemigo quien inició el ataque, que no tiene en cuenta las provocaciones de Codrington. Casi inmediatamente, a las 2:10, el capitán Fellows, a bordo de la fragata Dartmouth, que había permanecido cerca de la entrada para vigilar los buques incendiarios turcos, observó que las tripulaciones de estos preparaban una mecha.
En Navarino, la flota turco-egipcia contaba aún con varios brulotes: unas embarcaciones incendiarias no tripuladas que se lanzaban en llamas contra los barcos enemigos en bahías cerradas o puertos para prenderlos en llamas. Aunque comenzaban a estar en desuso ya en el XVIII con las grandes embarcaciones de vela, eran peligrosísimos en un escenario naval como lo era la bahía de Navarino. Para evitar el riesgo, las órdenes que tenía Fellows de Codrington eran las de disparar sus balas de cañón contra esas naves al primer signo de actividad, cuando aún estuvieran lejos de la flota aliada con el objetivo de hundirlos o que ardieran antes de ser lanzados. Fellows, sin embargo, envió un bote de aviso para que desistieran de su actitud. Los turcos respondieron con disparos al bote y prendieron fuego a uno de los buques incendiarios.
Según señala el historiador Douglas Dakin en The greek struggle for independence (1821-1833), Fellows envió entonces un cutter (otra pequeña embarcación) para encargarse del buque incendiario antes de que fuera lanzado y asegurarse de que se consumiera inofensivamente cerca de la costa de Escafiria. Los musulmanes dispararon esta vez contra el cutter y para proteger a las tripulaciones del bote y el cutter, Fellows abrió fuego con mosquetes desde el Dartmouth. Lo mismo hizo el almirante de Rigny desde su buque insignia, el Sirene, que pasaba cerca para tomar su posición asignada.
Los turcos respondieron con disparos al bote y prendieron fuego a uno de los buques
Si la flota egipcia hubiera mantenido la calma ante la provocación británica esperando hasta la noche, el uso de los brulotes en Navarino habría sido fatal para los buques británicos, franceses y rusos: en la oscuridad se camuflaban bien y era prácticamente imposible verlos bien para hundirlos antes de que la escasa tripulación que los comandaba les prendiera fuego cerca ya de los buques enemigos antes de saltar al agua. Sin embargo, tras los cañonazos a distancia del Dartmouth y el Sirene contra los brulotes, la fragata egipcia Ishania se acercó al navío francés abriendo fuego y entonces el cañoneo se desató a gran escala entre ambas flotas.
“La batalla en ese momento se libraba con la furia más implacable; un barco tras otro se incendiaba; y cuando explotaban, sacudían nuestro barco hasta los cimientos”, relataba
La descripción del artillero inglés define cómo se desarrollaba una batalla naval de esas dimensiones en ese momento: acercándose por la banda, los navíos descargaban todos sus cañones contra el enemigo al tiempo que se exponían a las balas del otro navío. De esta forma, a la habilidad para posicionarse y maniobrar ante el otro buque se unía inevitablemente la diferencia de potencia de fuego para salir mejor parado.
Los barcos de vela habían alcanzado, de hecho, su máximo esplendor a finales del siglo XVIII, especialmente con esos buques de guerra, como eran los navíos de línea de tres puentes con 100 cañones asomando por sus cubiertas, o los de dos, con entre 70 y 90. De todos ellos, el buque más grande jamás artillado había sido el navío español de tres puentes Santísima Trinidad, con 116 cañones, capturado y hundido en 1805 durante la Batalla de Trafalgar, mientras que en Navarino los más poderosos eran navíos de dos puentes como el buque insignia inglés, el HMS Asia, de 85 cañones, al que acompañaban los rusos Azov, Gangout, Ezequiel y Alexander Nevsky y los franceses Scipion, Trident y Bresalu, que eran de su misma clase, aunque con menos cañones, ya que portaban 74.
Junto a los navíos de línea estaban las más rápidas fragatas, como la Dartmouth, que eran menos poderosas en cuanto a fuego de cañón, de hasta 50 piezas y que más rara vez podían ser de dos puentes, con hasta sesenta cañones, como era el caso concreto del Sirene, buque insignia francés del almirante de Rigny que luchó en Navarino.
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Y además de los navíos de línea y las fragatas de guerra, estaban la corbeta, el balandro o el bergantín, buques de dos palos con menos cañones, que estaban destinados a labores de vigilancia, persecución, escolta y patrulla. Veleros con densas arboladuras de tres palos o dos palos e intrincadas jarcias para su manejo que desaparecerían progresivamente a lo largo del siglo sustituidos por los acorazados y destructores con propulsión a vapor.
A la importancia de los cañones había que sumar la pericia de las tripulaciones tanto para la navegación como en el fuego de mosquetes que también acompañaba a los cañones, como muestra el relato del marinero del Genoa:
“Se nos ordenó disparar solo dos veces con las armas, pero, en este caso concreto, nos atrevimos a desobedecer las órdenes; pues después de las primeras cinco o seis rondas, me atrevo a decir que el arma que yo manejaba se cargaba regularmente con dos balas de 32 libras y una bala de metralla de 32 libras; y a veces con un cartucho de metralla encima de todo. Cuando el oficial nos reprendió por sobrecargar los cañones, uno de los hombres respondió, mientras se limpiaba la sangre y la suciedad de los ojos, que le gustaba darles una muestra de todas nuestras balas. En el navío de línea de batalla que estaba justo a nuestra altura, había un turco grandullón y robusto, con una camisa de franela roja, que manejaba un cañón en el puerto casi frente al nuestro y, como era muy hábil, nos estaba causando muchos problemas. Uno de los marines, al observar esto, apuntó con su mosquete y disparó a nuestro corpulento adversario en la cabeza, que cayó hacia atrás y quedó colgando del puerto con la cabeza hacia abajo, pero pronto fue arrojado por la borda por el que ocupó su lugar”.
La precipitación de la batalla con el incidente del Dartmouth y el hecho de que los aliados no hubieran entrado con una formación propiamente de guerra convirtió la batalla en un caos entre todas las naves más que en un plan de ataque, como habría sido con los buques más grandes y artillados en primera línea, –de ahí su denominación– aguantando la mayor parte del fuego. Durante las cuatro horas largas que duró el intenso cañoneo, cada navío actuó casi por su cuenta o con la idea de ayudar y combinarse con los buques aliados más cercanos. El Trident, el Breslau y el Scipion, por ejemplo, recibieron fuego de las baterías de la costa. El Scipion además fue alcanzado por uno de los pocos brulotes que lograron su objetivo mientras era cañoneado a ambas bandas por sendas fragatas egipcias.
Durante las cuatro horas largas que duró el intenso cañoneo, cada navío actuó por su cuenta
Según el relato del capitán Millius: “Este diabólico artilugio, bajo la dirección de hombres tan hábiles como valientes, logró engancharse a la proa de babor de mi barco y se deslizó gradualmente bajo el bauprés, entre la vela de trinquete y la polea. Intentamos en vano empujarlo de vuelta al mar abierto. Realmente parecía como si lo atrajera hacia nosotros una fuerza magnética. El foque, el bauprés y las cuerdas de los mástiles de proa se convirtieron en presa de las llamas, que fueron empujadas hacia la popa por una brisa bastante fuerte que soplaba desde el sur, de modo que se extendieron a la batería de 36 cañones por los escobén y las portillas”.
El peligro era tal, que el maestro artillero planteó mojar la pólvora del buque antes de que el fuego la prendiera e hiciera saltar por los aires el Scipion, pero el capitán Millius ordenó seguir hasta el final con su potencia de fuego intacta mientras intentaba realizar una maniobra para desengancharse del brulote y poder controlar el fuego; una maniobra que en realidad fue posible por un bote que envío el francés Trident, que estaba cerca y alejó la nave incendiaria sin que el mismo Millius se diera cuenta.
La mayor pericia de las tripulaciones británicas, rusas y francesas, así como la calidad de sus navíos, fueron los que decantaron la batalla
Así se sucedieron múltiples combates en desorden total entre los distintos navíos, como este también del Genoa: “Justo a nuestra altura, con casi todos sus cañones apuntando hacia nosotros, se encontraban dos de los buques de guerra enemigos. Un poco más adelante, a estribor, había otro buque de dos cubiertas y tres fragatas de dos cubiertas estaban situadas a babor y delante, por lo que podían causarnos graves daños con sus disparos. Una gran fragata se encontraba a popa y nos acribilló con éxito durante algún tiempo, hasta que un barco francés se acercó y nos relevó recibiendo el fuego”.
La mayor pericia de las tripulaciones británicas, rusas y francesas, así como la calidad de sus navíos, fueron los que decantaron la batalla de intenso intercambio de cañoneo y mosquetes. Aunque los otomanos también disponían de navíos de línea y fragatas, sólo las de la flota egipcia se podían comparar realmente a las europeas.
El Confidencial