Los amantes de Coldplay demuestran que todo el mundo es una 'celebrity' acosada

Nunca entendí la famosa Kiss Cam. Jamás comprendí por qué en un espectáculo deportivo parte del protagonismo tenía que estar en las gradas y no en la cancha de básquet. Siempre he preferido admirar en la pantalla gigante la repetición de la mejor jugada de fútbol americano y no tener que asistir a un beso protagonizado por una pareja de novios, o incluso de dos desconocidos obligados a achucharse por el mero hecho de coincidir en el asiento de al lado. En fin, una tontería. Tontería que ha llevado a una pareja de amantes adúlteros que asistían a un concierto del grupo Coldplay a ocupar todo centro de la atención mundial.
El problema no es que les hayan pillado con las manos en la masa. Al fin y al cabo en la entrada del show ya se les advertía que podían ser grabados por las cámaras. Tampoco es que les hayan despedido de sus respectivos trabajos ni que la familia de ella, ultraconservadora, se haya llevado un disgusto mayúsculo al enterarse de los hábitos adquiridos por su hija, que siempre se ha comportado de manera ejemplar. El problema de todo esto tiene un nombre: el fin de la intimidad. En toda la extensión de la palabra. La falta de intimidad de la que tanto se quejan los famosos (que no siempre comparto) también es problema de cualquier hijo de vecino anónimo. Y ahora más que nunca.
Has de tener mucho cuidado con lo que haces porque, de una forma u otra, te acabarán descubriendo. La sobreexposición (que tanto me trabajo como celebrity) ha invadido el universo. Ahora usted puede ser protagonista de un acontecimiento mundial sin haberlo pretendido; precisamente por esta tendencia de tener que grabar todo, mostrar tu mundo al mundo y compartirlo a tutiplén.
Antes esto no pasaba. Podías ir a Las Ventas a una corrida taurina con tu amante y nadie se enteraba. Antes podías hacer novillos y no ir a clase de ética e irte a hacer botellón. Antes podías decir a tus padres que te quedabas a dormir en casa de tu amigo de la infancia y te ibas tranquilamente a un after. Antes podías decir que tenías fiebre cuando en realidad estabas prolongando tus vacaciones. A día de hoy estas mentiras piadosas no se las puede permitir nadie. En esta nueva era de (aparente) libertad máxima lo que impera es el control más férreo y absoluto. Nos han vendido que somos más libres que nunca y es mentira. Ahora estamos más controlados que nunca. Por las redes sociales, por los localizadores, por los GPS, por las cámaras que captan todo. En definitiva, que ya no puedes ser infiel sin que todo el mundo se entere. No haré apología de la infidelidad (no la entiendo), pero si usted decide ejercerla le recomiendo que sea en la habitación de un hotel y que jamás aparezca en público con su amante. Siempre habrá alguien haciéndose un selfi que, sin querer, podría delatar su momento clandestino.
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