Torpedos humanos: los temerarios buzos italianos que pusieron en jaque a la Royal Navy
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Es una noche sin luna. Agarrotado y desorientado, el teniente de navío Luigi Durand de la Penne trata de controlar su maiale en el fondo del puerto de Alejandría. Pero el torpedo humano se pasa de largo, hundiéndose en el fango del lecho marino. En el frío y la oscuridad, busca a su compañero desaparecido. "Solo importa la misión". El buzo reúne las pocas fuerzas que le quedan para arrastrar el ingenio explosivo por el lodo viscoso. Consigue ubicarlo bajo un gran acorazado y pone el temporizador de dos horas. Medio inconsciente, emerge casi al borde de la muerte. No sabía que estaba a punto de hacer historia.
Cuando el 10 de junio de 1940 la Italia fascista de Benito Mussolini entró apresuradamente en la Segunda Guerra Mundial declarando la guerra a Francia y Reino Unido, los vientos bélicos soplaban a favor del Eje. La marina italiana era potente, con seis acorazados y 21 cruceros. Sobre el papel se veía capaz de enfrentarse a la Royal Navy, que hasta entonces controlaba el Mediterráneo desde sus tres bases estratégicas en Gibraltar, Malta y Alejandría. Era así porque los británicos andaban cortos de efectivos debido al esfuerzo que suponía la defensa de la metrópoli y sus intereses en oriente. Para Berlín, este apoyo político y militar de primer orden, eran grandes noticias. La Regia Marina, esperaban los alemanes, sería decisiva para expulsar a los aliados del Mediterráneo y controlar el sur de Europa. La realidad era bien distinta.
Detrás de un aspecto amenazante, la marina de guerra italiana adolecía de serios problemas. El primero era la falta de liderazgo y unas dotaciones poco adiestradas y desmotivadas. Además, estaba atenazada por una brutal burocracia, con todas las decisiones centralizadas y sin margen de iniciativa para los mandos inferiores. El segundo problema era una escasez crónica de combustible, motivada por la falta de fuentes de suministro, agravada por la precipitada entrada en guerra sin ningún tipo de previsión. Por último, su mentalidad era anticuada. Eran muy escépticos del poder de la aviación y esto resultó fatal.
Los británicos aprovecharon estos puntos débiles. Cinco meses después, en la noche del 11 al 12 de noviembre, Londres atacó a la flota italiana en su propia casa, en la bien defendida base de Tarento. Con tan solo 21 aviones Fairey Swordfish lanzados desde el portaaviones HMS Illustrious, los torpederos biplano consiguieron dejar fuera de combate tres acorazados. Un golpe demoledor. Al año siguiente, en la batalla de Matapán (27 al 29 de marzo de 1941), la Royal Navy terminó de destrozar el poder naval italiano hundiéndoles tres cruceros y dos destructores. La Regia Marina había perdido todo su brillo. Con una excepción.
La Décima Flotilla de asaltoLa marina de guerra italiana estaba desarrollando una rama secreta para realizar misiones de alto riesgo. Eran buceadores y pilotos de pequeñas embarcaciones preparados para dar golpes de mano imprevistos. Lo que hoy conocemos como Operaciones Especiales. Su unidad más importante se denominó Xª Flottiglia MAS (Décima Flotilla MAS). Fue creada en marzo de 1941, al desgajarse de la Iª Flottiglia MAS que agrupaba unidades de lanchas rápidas torpederas.
El Acrónimo MAS, que originalmente significaba Motoscafo Armato Silurante (lancha armada torpedera), pasó luego con la Xª a significar Mezzi di Assalto (medios de asalto) al integrar tres vectores de ataque: lanchas explosivas y torpederas, torpedos tripulados y hombres Gamma o buzos de combate. Su objetivo era realizar ataques sorpresa sobre los buques enemigos en sus propios fondeaderos.
Tampoco era una novedad. La marina italiana ya obtuvo grandes éxitos en la Primera Guerra Mundial, atacando la flota del Imperio austrohúngaro en sus puertos del Adriático con medios de este estilo. La Décima Flotilla MAS era la heredera directa de aquellos intrépidos marinos y a lo largo de la guerra tuvieron éxitos y fracasos, pero fueron quienes evitaron el ridículo de una flota de superficie incapaz de plantar cara a su oponente. Esta pequeña unidad, que llegó a contar con poco más de 200 efectivos, puso en jaque a la poderosa Royal Navy.
De todos los medios a disposición de la Xª Flottiglia MAS, el torpedo tripulado SLC era, sin duda, el más impresionante. Se trataba de un torpedo de submarino muy modificado cuya principal característica era que, al contrario que los modelos convencionales —de gran velocidad y autonomía reducida— era muy lento, pero podía funcionar durante varias horas. De ahí su denominación en italiano SLC o siluro a lenta corsa (torpedo de navegación lenta).
Estaba armado con una cabeza explosiva a base tritolital (también llamado torpex). Los operadores (piloto y tripulante) iban sentados a horcajadas, equipados con trajes de goma y sistemas de respiración especiales. En vez de las habituales botellas de aire comprimido, utilizaban autorrespiradores con un circuito cerrado. Esta era una de las claves, ya que evitaba la indiscreción de las burbujas de aire expelidas por los sistemas de botellas.
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Los equipos de los buzos italianos, desarrollados por la empresa Pirelli, eran los más avanzados del momento. Para lidiar con la eliminación del dióxido de carbono (CO₂), el aire respirado por el buzo pasaba por un filtro de cal sodada (hidróxido de calcio con hidróxido sódico) y este mismo aire, enriquecido con oxígeno puro de una botella del equipo, se volvía a introducir en el circuito.
Uno de los más afamados buzos de la Xª Flottiglia MAS fue el oficial Teseo Tesei, todo un referente que realizó, de forma casi artesanal, las primeras modificaciones en torpedos para convertirlos en los SLC. Durante una de las pruebas, el comportamiento del equipo era tan errático e inestable que fue incapaz de amarrarlo al muelle. Ofuscado, se cuenta que Tesei le dijo a su tripulante: "amarra tú a este cerdo". La frase se hizo famosa y el torpedo empezó a denominarse así desde entonces: el maiale (cerdo, en italiano). Tesei, como ejemplo de las arriesgadas acciones de la Flotilla, moriría en el desastroso intento de ataque al puerto de La Valeta (Malta), el 26 de julio de 1941.
Misión sin retornoLas misiones llevadas a cabo con este tipo de medios eran para gente hecha de otra pasta. Los SLC debían ser llevados hasta las proximidades de sus objetivos y lo normal (salvo en Gibraltar) es que se hiciera a bordo de un submarino. El que más se utilizó fue el Scirè, un sumergible de la clase 600, que se modificó para llevar en su cubierta tres contenedores estancos para sendos maiale. Solo llegar al área de operaciones con el submarino ya era una aventura. Debían evitar ser detectados y a menudo implicaba superar campos de minas.
La labor de inteligencia previa era fundamental para localizar defensas, accesos a las dársenas interiores, redes antitorpedos y ubicar lo mejor posible el fondeadero de los buques objetivo. El sigilo era primordial y se elegían noches largas y sin luna, por lo que estas operaciones solían tener lugar en invierno.
Tras salir del submarino y preparar el SLC (que no era rápido ni sencillo) debían dirigirse hacia la entrada del puerto. La navegación inicial se hacía en superficie, con los buzos asomando solo la cabeza y sin utilizar sus respiradores. El problema era que el maiale tenía tendencia a hundirse de popa, lo que a veces obligaba al segundo tripulante a utilizar su respirador desde el primer momento, lo que generaba a la postre muchos problemas.
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Llegados a la entrada del puerto era el momento de superar los obstáculos defensivos, como las redes de acero antitorpedos. Estas debían sobrepasarse, unas veces por el fondo (cortándolas o levantándolas) y otras por la superficie, con el considerable riesgo que suponía. En ambos casos, un trabajo agotador.
Luego los tripulantes debían orientarse en casi total oscuridad por el entorno de aguas turbias de los puertos y dirigirse a sus objetivos. Localizado el buque, había que buscar las aletas estabilizadoras del casco (también llamadas estabilizadores de rolido o quillas dobles de balance), sujetar unas mordazas a cada lado del casco y pasar un cabo por ellas; luego se separaba la cabeza de guerra y se colgaba de dicho cabo por la anilla. Era la forma de asegurarse de que la carga explosiva detonaría en el punto óptimo.
Una vez terminada la tarea y con la carga armada con el temporizador, en teoría debían regresar con el torpedo, lo que casi nunca fue posible. Los SLC solían presentar fallos, las baterías se agotaban y los buzos se quedaban sin aire o terminaban intoxicados, por lo que lo habitual era que intentaran ganar la costa sin preocuparse del equipo. Además, tras los primeros éxitos de este tipo de ataques, lo británicos reforzaron sus medidas defensivas e incluso se crearon unidades especializadas para patrullar las noches sin luna.
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A todos estos desafíos se unía las penosas condiciones de trabajo, a profundidades del entorno de los 10 metros (a veces más) y un frío invernal. La duración del filtro de CO₂ era de unas tres horas (algo siempre relativo) y a veces el sistema no era tan eficaz como debía y el gas venenoso se empezaba a acumular. Lo grave era que el buzo no se solía dar cuenta hasta que era demasiado tarde. Otras veces, el empleo excesivo del respirador producía un envenenamiento por oxígeno, que provocaba convulsiones y peligro de muerte.
Por si fuera poco, la cal sodada producía un polvo cáustico que a veces se introducía en el circuito de respiración y, si llegaba a los pulmones del buzo, provocaba graves lesiones internas. Si esto ocurría durante la misión, le obligaba a subir de inmediato a superficie, con el evidente riesgo de ser detectados. El resultado fue que la gran mayoría de los buzos murieron o fueron capturados. Eran misiones sin retorno.
Tras el gran fracaso del ataque a Malta se planificó otra operación contra el puerto de Alejandría (Egipto). Se denominó G.A.3 e involucró al submarino Scirè con tres SLC, tripulados por De la Penne (que actuaba como jefe del grupo) con Bianchi el primero, Marceglia/Schergat el segundo y Martellotta/Marino el tercero. Todo comenzó bien, pues el Scirè pudo sortear un campo de minas y dejó a los tres SLC en el punto convenido. El grupo, tras una larga aproximación a velocidad reducida para ahorrar baterías, logró penetrar en el puerto sin ser detectado.
El SLC de Marceglia responde a la perfección y consigue hacer una aproximación de manual a su objetivo, el enorme acorazado de 32.000 toneladas HMS Queen Elizabeth. Se topan con la red que protegía al buque y encuentran un hueco. Consiguen colocar la carga colgada de su anilla, pero Schergat se empieza a encontrar mal por haber usado demasiado tiempo el respirador. Abandonan su torpedo, hundiéndolo, y tratan de escapar por la costa. Serían capturados.
Martellota y su tripulante, Mario Marino, no tienen tanta suerte. Su maiale, haciendo honor a su nombre, navega hundido de popa, obligando a Marino a usar el respirador durante toda la aproximación. Tampoco Martellotta se encuentra bien. Aun así, buscan sin éxito un posible portaaviones. En su lugar, encuentran un crucero ligero, presa menor, por lo que se dirigen a su objetivo principal. Con grandes dificultades consiguen sujetar el torpedo entero bajo las hélices del petrolero Sagona, un buque noruego de 12.000 toneladas requisado por la Royal Navy. Con Marino en muy mal estado por el uso continuado del respirador, ganan la costa a nado y serían capturados.
El ataque de Durand de la Penne y Bianchi fue más complicado. En el traje del oficial entraba agua, haciendo que estuvieran agarrotados por el frío. El primer problema que se encuentran es sortear la red que rodea el buque. Son incapaces de levantarla y pasar por el fondo, y tampoco encuentran ningún hueco, por lo que deciden rebasarla por encima. Lo consiguen y llegan al acorazado. Pero De la Penne, aterido e incapaz de controlar el torpedo, se pasa de largo y el ingenio se hunde en el fango a unos 17 metros del objetivo. Intenta volver, pero el maiale no funciona. Busca a Bianchi, pero ha desaparecido. Su tripulante, medio inconsciente por fallos en su respirador, tuvo que salir a superficie y fue capturado.
Con un esfuerzo sobrehumano y durante 40 minutos, De la Penne consigue arrastrar su torpedo hasta colocarlo debajo. No puede hacer más, coloca el temporizador y casi al borde de la muerte sube a superficie. Inmediatamente es localizado y capturado.
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Al cabo de unas horas se producen varias explosiones. Los acorazados HMS Queen Elizabeth y HMS Valiant son sacudidos. Más lejos, el petrolero Sagona explota en llamas y daña al destructor Jervis que estaba a su costado. La misión ha sido un éxito operativo. Seis hombres han inutilizado tres buques de guerra y un petrolero, más de 70.000 toneladas. De estos, solo el Jervis y el Queen Elizabeth pudieron ser reparados antes del final de la guerra.
Gibraltar fue diferente. Los italianos estaban teniendo éxito hundiendo varios buques en la bahía, así que decidieron colocar un viejo mercante, el Olterra, en un discreto espigón del puerto de Algeciras, justo enfrente del de Gibraltar. En una operación de película, montaron una base secreta de SLC y, a través de una compuerta bajo la línea de flotación del barco, conseguían salir sin ser detectados, cruzar los apenas siete kilómetros de separación y atacar con sus maiale el tráfico naval.
Tuvieron varios éxitos y consiguieron burlar a las autoridades españolas y al espionaje británico, que hasta el final de la guerra no fueron conscientes de la jugada. La Royal Navy se vio obligada a montar una férrea vigilancia en el exterior de la bahía, mientras se volvían locos buscando submarinos, pues no entendían cómo eran capaces de atacarles pese a disponer de enormes medios de vigilancia. Gibraltar se convirtió en una base poco segura.
Hasta septiembre de 1943 (fecha del armisticio de Italia con los aliados) la Xª Flottiglia MAS consiguió hundir o dañar cinco buques de guerra y 25 mercantes durante la guerra. Una proporción muy alta comparada con el modesto desempeño general de la Regia Marina, sobre todo en cuanto a su flota de superficie. Pero no solo era el daño. Este tipo de amenaza forzó a los británicos a dedicar muchos recursos, tropas y medios a proteger sus puertos. Y lo hicieron un puñado de hombres con determinación y arrojo.
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