¿Por qué en verano tenemos menos hambre? Así responde tu cuerpo a las altas temperaturas
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Lo de los guisos calientes son para el invierno y las cremas frías para el verano es algo que nadie pone en duda. A medida que se acerca la canícula y el termómetro sube de grados, las comidas copiosas van dejando paso a las ensaladas frescas y el gazpacho, así como a la fruta, sobre todo si es la de temporada.
La falta de interés por comidas más propias de los meses fríos tiene su explicación, tal y como cuenta Paula Serrano, dietista-nutricionista especializada en patología digestiva y miembro de la Academia Española de Nutrición y Dietética (AEDN): “Suelen ser copiosas, altas en grasas y proteínas, por lo que su digestión es más larga y pesada y la sensación térmica que provocan no es refrescante, que es lo que buscamos en verano, sino todo lo contrario”.
La experta se refiere solo a la sensación que provoca porque, tal y como asegura su colega Ingortze Zubieta, Miembro de Honor de la AEDN, “aunque sea muy agradable ingerir platos fríos, técnicamente no bajan nuestro termómetro corporal. Comer frío no hace que el organismo se refresque, pero ayuda mentalmente…y eso siempre viene bien”.
Pero la falta de interés por tradicionales platos de cuchara no es el único efecto del calor en la alimentación. Es muy habitual notar una notable bajada de apetito con la llegada del calor gracias a la termorregulación o, lo que es lo mismo, los mecanismos que utilizamos los individuos para mantener la temperatura interna del cuerpo sin importar la temperatura ambiente.
Menos ingesta calóricaPues bien, uno de esos mecanismos tiene que ver con la alimentación y el calor que se libera cuando se asimila. La teoría afirma que en climas fríos el cuerpo necesita compensar la pérdida de calor aumentando la ingesta de alimentos. Mientras que en ambientes cálidos, la demanda de alimentos del cuerpo disminuye.
Lo explica Zubieta: “El calor eleva la temperatura central, activando neuronas hipotalámicas (POMC) que inhiben el apetito. Además, el cuerpo evita generar calor interno a través de la digestión, lo que reduce la ingesta energética”. Lo bueno es que raramente supone un problema de nutrición.
Cambiar la dieta al llegar el calorAunque no es un imperativo y es perfectamente sano comer cocido en un día de calor, tal y como explica Paula Serrano, durante los días de mucho calor “puede ser de gran utilidad priorizar comidas ligeras, bajas en calorías, con alta proporción de agua, como vegetales, gazpacho y frutas; y evitar alimentos excesivamente termogénicos como el café o el picante, que puede añadir más calor corporal”.
"Los días de mucho calor puede ser de gran utilidad priorizar comidas ligeras, bajas en calorías y con alta proporción de agua"
De hecho el calor puede ser una buena excusa para añadir más verduras frescas a la dieta durante el verano. Pero sin dejar de lado las proteínas, que son esenciales. El consejo de Serrano es claro: “Elegir proteínas magras y ‘frescas’, como pescado, marisco, huevo, legumbres, carnes blancas. Son nutricionalmente eficientes sin generar tanto calor interno”.
Las expertas también sugieren servir “las proteínas animales con preparados más frescos: añadir salsas de yogur frías, utilizar legumbres ya enfriadas, como garbanzos salteados con especias atemperados; o ensaladas con mozzarella, un alimento muy proteico que contiene 20 g de proteína por cada bola”.
La clave está en la hidrataciónEvitar los golpes de calor pasa, irremediablemente, por la hidratación, que no consiste solo en consumir mucho líquido. Ingortze Zubieta asegura que “el agua también puede llegar a través de los alimentos, como verduras (ensaladas, cremas frías) o con frutas como la sandia o el melón, de alto contenido en agua”.
El Confidencial