El destino perfecto para saborear el verano: playas de postal, pueblos idílicos y una de las mejores gastronomías de Francia

Los bretones saben como nadie darse caprichos, dejarse llevar por los placeres de la vida y disfrutar de cada momento como se merece. Tal vez el secreto esté en la sal, esa que se te queda pegada a la piel después de un placentero día de playa o la que no perdonan a la hora de elaborar su mantequilla, el bien más preciado para un auténtico bretón. Este es uno de los secretos de su gastronomía, el ingrediente que acompaña a su dieta desde el desayuno hasta la última comida del día.
Pero no solo de mantequilla se vive en Bretaña, aquí también presumen de tener las ostras más sabrosas, las conservas más cotizadas, los mejores dulces y la sidra que marida con todo y que tan bien sienta junto a una sencilla galette (crepe salada) o un surtido de quesos. Motivos no le faltan para ser considerada una de las mejores gastronomías del país (cuyo nivel es bastante alto) y, lo mejor, es que, a todos esos homenajes gastronómicos, se le suma una belleza natural que enamora.
Bretaña es grande y unas vacaciones relajadas requieren un ritmo tranquilo así que el primer paso el acotar bien la zona. En este caso nos quedaremos en la península de Quiberon, una lengua de tierra que se adentra en el mar lo justo para dejar paisajes espectaculares y, a su vez, muy diferentes.
A un lado, la Costa Salvaje, esa en el que el Atlántico pega con fuerza y los acantilados son los protagonistas. Para conocerla solo hay que seguir el conocido como Sendero de los aduaneros, que recorre parte de este tramo de costa y se asoma como un balcón natural sobre altos acantilados y un mar siempre con olas, atravesando calas pequeñas, coquetos faros y miradores en los que uno se olvida del tiempo viendo el espectáculo de la naturaleza.
Una escena salvaje que contrasta con la otra versión de Quiberon, esa cuyas playas de arena fina se llenan de bañistas al salir el sol y en sus puertos descansan las barcas de colores que cada día salen a buscar lo mejor del mar.

Y es que es la forma de la bahía de Quiberon lo que hace que sus aguas seas tan ricas e idóneas para el cultivo de las ostras, uno de los manjares más buscados en la zona, un capricho mucho más asequible de lo que se puede creer desde fuera y un imprescindible en cualquier aperitivo, comida o cena.
Mucho saborDurante años, las conservas fueron el otro producto estrella de la zona. Una de las conserveras más populares de país vecino, La Belle-Iloise, sigue enlatando el sabor de Quiberon para poder disfrutarlo en cualquier momento. No solo trabajan como siempre lo han hecho, también innovan con productos y recetas que cuidan tanto como su presentación. Por eso, una visita a esta fábrica es un buen plan para aprender a valorar su producto y conocer el proceso.
Y si después de la cata final hay ganas de postre, justo en frente se encuentra otro gran referente de la zona, la Maison d'Armorine. Una histórica confitería artesanal fundada en 1946 que sigue siendo reconocida por sus caramelos de mantequilla salada. Una auténtica delicia.
Llegar por su gastronomía y quedarse por sus paisajes es algo casi inevitable. Gracias a sus casitas de piedra con contraventanas de colores y jardines repletos de hortensias de tamaño XL, ir de un sitio a otro siempre es un placer, una postal en movimiento donde todo parece estar colocado en el lugar ideal. Sin duda, uno de esos lugares en los que al terminar las vacaciones se dice: "Aquí me quedaría a vivir".
20minutos