Exponiendo el régimen antimafia: ese pacto de supervivencia mutua con la mafia

La reacción (ausente) de la política
¿Por qué la política se siente justificada al no investigar este tema a fondo? La respuesta es simple, casi banal: carece de un enfoque cultural.

Han transcurrido más de diez años desde que el periodismo local destapó un ejercicio arbitrario y despótico de incautaciones y confiscaciones en la Sección de Medidas Preventivas del Tribunal de Palermo : bienes incautados con el pretexto de actividades antimafia y transformados en una auténtica máquina de hacer dinero para jueces, administradores judiciales, asistentes, etc. La cobertura mediática nacional, necesaria dada la magnitud del escándalo, impidió que la peligrosa investigación quedara reducida a un simple escándalo —con el consiguiente proceso judicial de nueve años que involucró al periodista Pino Maniaci , antes de una absolución total, confirmada en apelación, del infame cargo de extorsión— y la Fiscalía de Caltanissetta tomó medidas para desmantelar judicialmente el llamado "círculo mágico" de Silvana Saguto .
Esto es lo que sucedió, confirmado e indiscutible. Que la reacción haya sido emprendida por una pequeña emisora como Telejato es a la vez amargo y natural: solo David puede enfrentar a Goliat, y para evitar socavar la lucha de las víctimas, la gente debe apropiarse de la narrativa y la memoria que se transmite. De hecho, a pesar de la atención de los medios nacionales, incluso hoy en día la sospecha de que el caso Palermo está lejos de ser aislado y de que existe un sistema bien establecido, distribuido por todo el país, apenas se expresa en episodios esporádicos de pequeñas fuentes de noticias locales. Otro aspecto que permanece en gran parte sin revelar es un secreto a voces: la correlación entre las incautaciones, las confiscaciones y las secciones de Quiebras y Ejecuciones Hipotecarias . Es un hecho, respaldado por numerosos incidentes y jurisprudencia, que la administración judicial de un bien confiscado, con la intención de enriquecerse, tiene un gran interés en ver el activo desmantelado hasta los huesos lo antes posible, porque una vez que ha fallado, no hay obligación de informar. Si bien esto no se puede discutir, quizás para no ofender a las masas escandalizadas de reminiscencias pasolinianas, el escándalo que acecha en la fase final, la de las subastas judiciales, es completamente inconcebible. Estos métodos de participación y asignación son tan ambiguos que nadie se atreve a alzar la voz, protegidos por una cortina de humo, sellados, inviolables y, sobre todo, legales, lo que impide el inicio de acciones legales. Los políticos, que disponen de numerosas herramientas para intervenir, parecen reaccionar como un recluta en el frente cuando se les convoca.
Más que una falta de interés, desde las reacciones de Cafiero De Raho a la apelación de la familia Cavallotti al TEDH o la respuesta legalista e inconclusa de Andrea Delmastro a la pregunta parlamentaria de Roberto Giachetti, parece que los políticos tienen miedo de abordar el tema. Esto es inquietante para un sistema donde es imposible no preguntarse cuánto está involucrada directa o indirectamente la mafia, la verdadera. Este es el aspecto más intocable y aterrador, aunque corresponde al curso natural de la desviación: la mafia disfrazada de antimafia en un pacto de supervivencia mutua. ¿Por qué la política se siente justificada al no profundizar? La respuesta es simple, casi banal: falta un enfoque cultural. Independientemente de lo preparado que esté el mundo para aceptar la verdad, la conciencia se alimenta de canales irracionales e imparables: el deseo de garantizar justicia para las víctimas, de arrojar luz sobre este último capítulo de la Cuestión del Sur , de darle al fenómeno un lugar cultural claro; ¿por qué no, en un escenario?
Donde el rey es desnudado y la máscara del poder es juzgada por el público, donde la burguesía ha caído hace tiempo en la trampa de la mundanidad y es abofeteada por la memoria y las palabras, el teatro representa el bautismo de una conciencia social definitiva. La inmortalidad de la narración escénica libre y el testimonio fugaz de los acontecimientos actuales hacen que el público juzgue por lo que ve y sea juzgado por lo que oye, en un presente aún demasiado condicionado por el pasado como para mirar hacia el futuro. Y es precisamente el arte el que estimula la imaginación; en su representación, es imperativo impulsar el pensamiento crítico más allá de todo materialismo para sacar a la luz esa verdad suprema que, para citar a Eduardo De Filippo, en el teatro ha sido y siempre será la ficción sublime. Se hará, se hará en escena.
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