¿Necesita África el aborto subvencionado? La nueva «misión civilizadora» de Occidente.

En 2006, a instancias del gobierno británico, se creó el Fondo de Acción para el Aborto Seguro (SAAF), una fundación vinculada a la Federación Internacional de Planificación Familiar (IPPF) con el objetivo declarado de "construir un movimiento global para ampliar el acceso al aborto seguro". SAAF se presenta como la primera y, hasta la fecha, la única organización internacional dedicada exclusivamente a promover el aborto en países de ingresos bajos y medios.
Detrás de los términos eufemísticos —acceso , salud reproductiva , opciones informadas— se esconde una auténtica guerra cultural sostenida por enormes cantidades de capital, dirigidas en particular hacia el África subsahariana, continente que recibe por sí solo el 45% de los fondos totales.
Pero ¿realmente necesita África esto? ¿Es esta su prioridad? ¿Quién decide las necesidades de África?La pregunta no es retórica. En un continente marcado por la pobreza estructural, la inestabilidad política, el desempleo juvenil desenfrenado y la falta crónica de infraestructura, atención médica y educación, es justo preguntarse qué lógica subyace a la inversión sistemática de millones de dólares en la promoción del aborto y la ideología de género.
Tan solo en el trienio 2022-2024, el Fondo de Acción para el Aborto Seguro ha otorgado más de 12 millones de dólares a más de 240 ONG en 86 países. La financiación no se destina a mejorar los centros de salud, reducir la mortalidad infantil ni empoderar a las madres; más bien, apoya campañas ideológicas, cabildeo político, manifestaciones públicas y actividades escolares y mediáticas que normalizan y legalizan el aborto.
La pregunta surge espontáneamente: ¿por qué una maquinaria de guerra cultural, orquestada por las élites occidentales, invertiría tanto en un “derecho” que, en gran parte del continente africano, no representa ni una necesidad sentida ni una prioridad democrática?
Una agenda ideológica disfrazada de “derechos”Los objetivos declarados de la SAAF y la IPPF revelan un proyecto mucho más amplio que la simple liberalización del aborto: implica moldear las normas sociales , romper tabúes , redefinir la identidad y desmantelar las tradiciones culturales y religiosas . El objetivo no es apoyar a las mujeres, sino reeducar a la población , comenzando por las comunidades locales y utilizando a las ONG como plataformas del nuevo pensamiento dominante.
La inclusión sistemática de las “comunidades LGBT+” y la promoción de un lenguaje inclusivo que otorga el derecho al aborto también a “personas con diferentes identidades de género” —como sucedió en leyes recientes en América Latina— muestran claramente cómo el aborto es solo una pieza de una estrategia más amplia: la reformulación antropológica del ser humano según los cánones ideológicos occidentales .
¿Una nueva “misión civilizadora”?Occidente, que antaño exportaba escuelas, hospitales y misioneros, hoy exporta revoluciones culturales preempacadas , impuestas desde arriba a sociedades que a menudo aún conservan una visión de la vida profundamente ligada a la familia, la religión y la comunidad.
Los mismos poderes que promueven el multiculturalismo en su país, que afirman respetar las diferencias culturales y los derechos de los pueblos, en África parecen actuar al revés: no buscan comprender, sino convertir; no buscan apoyar, sino reformar .
Por otro lado, las decisiones geopolíticas de Occidente nunca son neutrales: dondequiera que se invierten recursos, también se busca influencia. Configurar las sociedades africanas según nuevos paradigmas implica no solo crear "aliados culturales", sino también someter a esos pueblos a una forma actualizada de dominación: ya no colonial, sino ideológica .
¿Qué desarrollo? ¿Qué libertad?Ante todo esto, cabe preguntarse: ¿de qué tipo de libertad estamos hablando? ¿De qué tipo de desarrollo? ¿Y en beneficio de quién?
Quizás África no necesite otro "fondo para el aborto", sino la capacidad de decidir por sí misma cómo abordar sus desafíos, sin presiones externas disfrazadas de filantropía. Quizás el verdadero respeto por la diversidad —muy solicitado en foros internacionales— debería comenzar precisamente con el reconocimiento de que cada pueblo tiene derecho a proteger su propia identidad, sus propios valores, su propia visión de la vida y del individuo.
La verdadera pregunta entonces es: ¿Quién autorizó a Occidente a remodelar la humanidad a su imagen y semejanza? Y sobre todo:
¿Hasta dónde se puede llevar este experimento antes de que el mundo empiece a rechazarlo?
vietatoparlare