La defensa de Europa

En el artículo que publiqué hace dos meses sobre la economía de la defensa me manifestaba favorable a aumentar el gasto español hasta el 2% del PIB, que es ahora la media europea. Señalaba asimismo la dificultad de encajarlo con el también necesario aumento en políticas sociales. Concluía que es difícil, pero que se puede hacer si el aumento es gradual y la economía crece.
Entenderán mi perplejidad cuando dos meses más tarde nos encontramos hablando del 5% y, aún más, y que los estados europeos se muestren entusiastas. Parece una frivolidad.
La extraña unanimidad tiene una explicación fácil: el mensaje se envía a Trump en el 2025, pero la meta se fija para el 2035. Es una huida hacia delante, a la espera de un cambio de humor de Trump o de un nuevo presidente.
Pero no todo es comedia. La situación europea en defensa está marcada por dos realidades que, juntas, nos ponen en una situación dramática: la guerra de Ucrania y la hostilidad de Trump hacia la UE. Congelar el frente en Ucrania es vital para contener a Putin. Pero al mismo tiempo, es dudoso que aquí y ahora podamos hacerlo sin tecnología americana.
La negociación con EE.UU. no acabará siendo sobre la cifra de gasto en defensa. Europa, lógicamente, se tendrá que pagar sus guerras, cuesten lo que cuesten. Pero con una buena planificación europea puede hacerlo sin llegar al 5%. El gasto ruso no llega al 1% del PIB de UE más Reino Unido. Ciertamente, Rusia tiene una potencia nuclear superior a la europea, lo que implica, por desgracia, que esta tendrá que ser también una preocupación. En todo caso: si ahora no tenemos paridad de defensa es por nuestra fragmentación e ineficiencias en el gasto.
La confrontación seria será sobre si el fortalecimiento de la defensa podremos hacerlo llegando en un periodo razonable a la independencia estratégica, o bien si Trump nos querrá vasallos y, aprovechando la debilidad presente, nos querrá imponer una dependencia permanente de su tecnología y equipamientos, con el beneficio adicional de aumentar sus exportaciones, algo que valora en extremo.
El rasgo diferencial sobre el 5% es que la opinión pública española es menos proclive a hacerle la rosca a EE.UU.Habrá pues que navegar las aguas entre Putin y Trump. ¿Sabremos? El objetivo es disponer de una capacidad de defensa autónoma y de suficiente escala para contener, el tiempo que haga falta, a Putin, u otras amenazas. No creo que lleguemos al punto de tener unas fuerzas armadas europeas. Me imagino más bien un crecimiento importante de las alemanas –tienen la capacidad fiscal– y el mantenimiento de un botón nuclear en Francia.
En este camino, Europa está sufriendo humillaciones, como la de Zelenski, la patética de Rutte o la claudicación de eliminar los impuestos a las grandes empresas digitales americanas. Ojalá su opinión pública vea un día que lo que gana ahora no compensa lo que pierde en prestigio y confianza de sus aliados históricos. Pero ya hemos visto cómo las gastan en los EE.UU. de Trump. Solo si somos más fuertes y menos dependientes nos respetarán. Creo, con poca convicción, que aún estamos a tiempo de reaccionar.
La posición europea no ha sido unánime: España no se ha sumado. Me satisface que alguien no lo haya hecho. Sin duda, el posicionamiento ha sido favorecido por sus condiciones internas, pero así es para todos los países. El rasgo diferencial –que nunca me ha gustado– en este caso es que la opinión pública española es menos proclive que la europea a la simpatía hacia EE.UU. y, por tanto, menos tolerante a hacerle la rosca. Es notable, por ejemplo, que el PP haga equilibrios para no apuntarse al 5%.
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¿Pagaremos un precio por este desmarcaje? De momento, Trump ha amenazado en el terreno arancelario. Hasta ahora ha respetado la unidad comercial de la UE: los aranceles no distinguen país de origen. En el contexto del asentimiento general del 5%, introducir aranceles específicos para España sería un ataque a la línea de flotación de la UE que tendría que parecer desproporcionado. Es más probable que se actúe sobre aranceles en productos europeos con origen muy sesgado hacia España. Pienso pues que la posición española quedará diluida en la negociación arancelaria global UE– EE.UU. Puede haber otros tipos de represalias, pero España también tiene activos –como los acuerdos sobre bases militares– que acabarán limitando la intensidad del conflicto bilateral.
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