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Javier Aranda Luna: El mural que falta

Javier Aranda Luna: El mural que falta

Javier Aranda Luna

S

i los murales de la Secretaría de Educación Pública fueran pintados hoy, ¿qué temas se imagina que abordarían? Y, si pudiéramos proponer un nuevo mural, ¿qué idea o concepto cree que deberíamos sugerir?

La minería no, porque ya la pintó Diego Rivera y las infrahumanas condiciones en que trabajan los mineros son las mismas; la protesta, tampoco, porque ya fue pintada y las protestas continúan. ¿Pintaría algún concierto masivo en el Zócalo, como el de Motomami? ¿El crimen aún no resuelto de los normalistas de Ayotzinapa? ¿El huachicol fiscal?

Diego Rivera tenía antena para percibir lo que estaba en el ambiente, y no perdía oportunidad para fijarlo en sus murales. En los más de 3 mil metros cuadrados pintados en la Secretaría de Educación Pública (SEP) dio cuenta de una joven recién afiliada al Partido Comunista. La conoció en la capilla de San Ildefonso mientras hacía La creación. Al pintarla le decía que tenía nariz de perro, y Frida Kahlo, la joven en cuestión, le decía que él tenía cara de sapo. La pintó repartiendo armas para la Revolución.

En sus magníficos murales de la SEP también aparecen Antonieta Rivas Mercado, escoba en mano, y uno de los beneficiados por su mecenazgo: Salvador Novo, postrado y con unas inmensas orejas de burro. El título de la obra: Quien quiera comer que trabaje. Tampoco dudó en pintar sentado en un elefante enano a José Vasconcelos.

Hace unos meses se inauguró el Museo Vivo del Muralismo en el edificio de la SEP. Un espació espléndido intervenido por Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Luis Nishizawa, Roberto Montenegro y Manuel Felguérez.

Este museo busca promover el valor del movimiento muralista exaltando su estética e importancia histórico social, ofreciendo un espacio para fortalecer los saberes, conocimientos y experiencias que transmiten los murales. Y enterarnos, por ejemplo, de la existencia de otros murales magníficos y poco conocidos.

Son los casos de los del mercado Abelardo Rodríguez y los de la Normal de maestros de José Clemente Orozco, como el titulado Alegoría nacional, de 380 metros cuadrados, pintado en una inmensa superficie cóncava, que se encuentra al aire libre. En el vestíbulo de la escuela hay dos murales más del mismo pintor: El pueblo se acerca a las puertas de la escuela y Derrota y fin de la ignorancia.

Se ha dicho que la mayor revolución historiográfica en las décadas pasadas ha sido la inclusión en la Historia de las personas ordinarias, de sus actividades. Quienes lo hicieron decididamente en nuestro país no fueron los historiadores, sino los escritores y artistas: Martín Luis Guzmán, Nellie Campobello, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, por nombrar sólo a algunos.

Es claro que la Revolución Mexicana también fue una revolución cultural, gracias a la cual los mexicanos pudieron verse a sí mismos como un gran crisol donde rasgos y costumbres se mezclaron. Gracias a las expresiones artísticas se vieron por primera vez los varios Méxicos que son México.

Por su gran capacidad de síntesis de complejos procesos históricos y su genialidad plástica, Diego Rivera fijó en el imaginario colectivo a un Emiliano Zapata como uno de los grandes forjadores del país y no como el bandido que muchos vieron. Más aún: la frase definitoria del zapatismo, Tierra y libertad, la acuñó Rivera para resumir el pensamiento zapatista.

Una de las grandes lecciones del muralismo es que en su construcción participaron personas con distintas capacidades y diferentes ideologías.

En 1921, un general antirreligioso, como Álvaro Obregón, intelectual con fuertes creencias religiosas que había participado con Madero en su movimiento democrático, como José Vasconcelos, y un pintor comunista que a sus 35 años ya era una leyenda por su virtuosismo y su audacia vanguardista, como Diego Rivera, iniciaron uno de los movimientos artísticos que se convirtieron en la aportación más importante de México al arte universal: el movimiento muralista.

No es casual que escritores como Carlos Monsiváis tuvieran claro que no existe transformación posible sin cultura. Por eso da gusto la creación del Museo Vivo del Muralismo, pues nos permitirá ver que sólo desde la cultura se pueden fraguar los grandes cambios, las grandes transformaciones. Sin memoria no hay imaginación posible; sin la coincidencia de los distintos no hay proyectos duraderos. Sin cultura no hay democracia. ¿Estaremos participando de veras en una gran transformación como en la que participaron los muralistas?

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