Poesía peruana en la Argentina: un movimiento que une tradición y nuevas voces

Los nuevos autores, las mujeres, los raros, los referentes de la tradición. Los poetas peruanos protagonizan en Argentina un intenso movimiento que tiene su eje en la producción editorial y se extiende a la participación en festivales, ciclos de lecturas y seminarios. Los intercambios y las influencias mutuas entre peruanos y argentinos tienen antecedentes en otros períodos pero en el presente cobran una importancia y una difusión inéditas.

La obra y el pensamiento de Mario Montalbetti (1953) son un centro de gravitación en el fenómeno. Este escritor y profesor universitario doctorado en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets) se define como “un lingüista que escribe poemas”, lleva publicados nueve libros de poesía y ensayo en Argentina desde 2017 y en septiembre Caleta Olivia publicará el décimo, Perro negro. Cinco de esos títulos aparecieron con el sello N direcciones, que además coeditó con Mansalva la poesía reunida en Lejos de mí decirles (2023).
En junio, durante su última visita a Buenos Aires, Montalbetti dictó a sala llena en el Malba el seminario ¿Por qué es tan difícil leer un poema? “En Latinoamérica nuestro primer gesto de independencia es no ser españoles y eso ocurre también con la lengua. Hay un castellano sudaca, los acentos son distintos pero en el fondo nos entendemos porque usamos la lengua de la misma manera”, dijo Montalbetti en una entrevista pública con el editor Gerardo Jorge, en el auditorio del Museo.
Carmen Ollé (1947) acaba de recibir en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, uno de los más importantes del continente. Antes, participó en la lectura de cierre del último Festival Internacional de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires. Su presencia estuvo motivada además por la presentación de Noches de adrenalina, un título de referencia en la poesía latinoamericana contemporánea. Libros de Tierra Firme, la editorial de José Luis Mangieri, publicó por primera vez el libro en la Argentina en 1994 y Nebliplateada lo reeditó en marzo pasado.
Noches de adrenalina salió en Perú en 1981 e impactó en un escenario donde las voces de mujeres estaban relegadas. La voz femenina que enunciaba los poemas, una “lírica verde de bella subdesarrollada” situada entre Lima y París, incorporó de modo desenfadado y cáustico temas de la sexualidad, el erotismo y la crítica a la cultura occidental. Ollé integró Hora Zero, un grupo de vanguardia en su país, y desarrolló una trayectoria destacada dentro del movimiento de mujeres y de escritoras.
Blanca Varela (1926–2009) fue un nombre de excepción en el panorama precedente, por su condición de mujer y por la dimensión de su obra. Caleta Olivia y Gog & Magog se asociaron en 2023 para publicar en Buenos Aires su poesía completa, bajo el título Las cosas que digo son ciertas. Referente de la generación del 50, Varela fue introducida en la Argentina a principios de los años 80 por el grupo Ultimo Reino, que le dedicó un dossier en su revista. El auge de la poesía peruana en Argentina actualiza un circuito que también tiene su historia.
“En el Perú todos escribimos con César Vallejo soplando en nuestras nucas”, dijo Montalbetti en el Malba a propósito del autor de Trilce. No obstante, aclaró que su formación maduró con la lectura de los poetas de la generación del 60. “Tres nombres notables en la poesía de esa década, porque cambiaron diametralmente el curso de las lecturas, fueron Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza y Enrique Verástegui”, observa Mario Arteca, uno de los poetas argentinos más atentos a la tradición peruana.
La estadía del poeta surrealista Enrique Molina en Lima fue el origen de múltiples contactos entre escritores peruanos y argentinos hacia mediados de los años 50. En 1964, en Buenos Aires, la revista Zona de la poesía americana publicó un dossier de nuevos autores con poemas de Javier Heraud (1942–1963), caído en combate como miembro de una organización guerrillera, y Lola Thorne (1931–1991), quien vivió unos años en la Argentina como agregada cultural en la embajada de Perú y pareja del escritor Miguel Brascó..
“En los años 60 la poesía peruana entró en una etapa marcada por la escritura conversacional, más directa y relacionada con una temática político–social, con nombres como César Calvo, Marco Martos y Mirko Lauer, entre otros. Cisneros, con su Canto ceremonial contra un oso hormiguero, de 1968, publicado ese año también en la Argentina por el Centro Editor de América Latina; Hinostroza con Contra natura, de 1970, y Verástegui con En los extramuros del mundo, de 1971, llevaron distintas influencias de la poesía de lengua inglesa a cuestiones directas de lo popular y sumaron un cuadro de explosiva renovación del habla, llegando incluso a penetrar en nuestra propia poesía argentina”, explica Arteca.
El libro de unos sonidos. 14 poetas del Perú (1988), antología de Reynaldo Jiménez publicada por Ultimo Reino, inscribió otro mojón. Nacido en Lima en 1959, Jiménez vive en Buenos Aires desde la infancia; sus lazos familiares con Perú tramaron también su iniciación en la poesía, como sobrino del poeta, ensayista y traductor Javier Sologuren (1921–2004).
“Viajaba durante los veranos a Perú y pasaba meses en el país –cuenta Reynaldo Jiménez–. Me hice amigo de Blanca Varela y conocí a Emilio Westphalen, otro gran poeta. Ellos me hicieron conocer a autores como Alejandro Romualdo y Carlos Germán Belli y me ayudaron a definir la antología, que estuvo enfocada en la primera mitad del siglo XX. En el momento en que se publicó el libro no se conocía la poesía peruana en Argentina, y continué el proyecto”. En 2005 Jiménez reeditó la antología, corregida y aumentada a 37 poetas, a través de su sello Tsé Tsé, donde también publicó a otros peruanos notables como Roger Santiváñez y José Morales Saravia.
Las revistas fueron otro espacio de llegada. Xul presentó en septiembre de 1981 a “cuatro novísimos peruanos”, entre ellos un por entonces desconocido Mario Montalbetti. Otro de los autores incluidos entonces fue Carlos López Degregori, del que La Primera Vértebra, editorial de poesía latinoamericana con sedes en la Argentina y Perú, acaba de reeditar Retratos de un caído resplandor.
Diario de Poesía, el periódico trimestral dirigido por Daniel Samoilovich, publicó entre otras recopilaciones el dossier Veinte poetas del Perú (1994). Entre otros autores fue incluida entonces Rocío Silva Santisteban (1963), luego invitada al Festival de Poesía de Rosario; dedicada en los últimos años a la actividad política, en 2020 fue electa congresista por el Frente Amplio por Justicia, Vida y Libertad, una coalición de centro izquierda.
Tres años antes Diario de Poesía rescató por primera vez en Argentina la obra de Luis Hernández (1941–1977), un autor de culto. La muerte confusa del poeta en la estación Santos Lugares del ferrocarril San Martín, sospechada como suicidio, y sobre todo una obra donde las referencias cultas se mezclan con expresiones de la calle contribuyeron a un mito. También las anécdotas: preguntado si no veía contradicción entre el interés por la poesía y su oficio de médico, contestó: “Juro por Apolo, dios de la medicina y de la poesía, que no. Es el mismo juramento”.
Nebliplateada rescató en 2022 la obra de Hernández con la publicación de Vox horrísona, compilación de tres libros publicados en vida y textos inéditos que quedaron en cuadernos. “Una de las cosas que él buscaba con la poesía y la medicina era la de combatir el dolor de existir. Uno se imagina que un médico puede recetarte un antibiótico pero también la lectura de, por ejemplo, El Gran Gatsby, para curar cierto mal, ya que, como decía Pascal, una enfermedad primero es una enfermedad del alma”, escribió Fabián Casas en el prólogo.
La editorial Bajo la luna fue pionera en la difusión actual de poesía peruana con la publicación de La piedra alada (2009) y Animal de invierno y otros 65 poemas sobre la naturaleza y sus poemas (2019), ambos de José Watanabe (1946–2007), otro autor de referencia.
Tilsa Otta (Lima, 1982) es una presencia recurrente en el escenario poético a partir de su invitación al Festival de Poesía de Rosario, en 2009. Su registro lírico está acentuado por la ironía, como en “A veces me faltan palabras”: “si las encuentran/ den aviso/ entonces podré decirles/ algunas cosas pendientes/ si me alimentan/ si me proveen/ cuánto podría decirles”. Narradora, poeta y realizadora audiovisual, publicó en Argentina Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo (Neutrinos, 2021), Antimateria o el gran acelerador de poemas (Neutrinos, 2022), Dos pequeñas islas mirándose fijamente (Mansalva, 2023) y La vida ya superó a la escritura (Caleta Olivia, 2023).
En el último Festival de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires también participaron Roxana Crisólogo Correa (1966), poeta que vive entre Lima y Helsinki y piensa sus textos como “un recorrido por la política global, desde abajo, subterráneamente”, y Teresa Cabrera Espinoza (1981), quien este año publicó Villa riqueza a través de Eloísa Cartonera.
Crisólogo Correa presentó Dónde dejar tanto ruido, publicado por Gog & Magog. El libro fue “un ejercicio de descolonizarme de estructuras patriarcales y académicas de dónde se busca la poesía”, según explicó la autora, y de allí el recurso a voces de personajes populares: artesanos, modistas, vendedoras de dulce –opuestas a la figura de un profesor– y un carnicero, como fue su padre, quien “salía temprano a recoger la carne que llegaba de la Argentina”.
Los textos de Crisólogo Correa despliegan situaciones en Berlín y otros escenarios europeos en un proceso donde la extrañeza refuerza la identidad de los orígenes: “Cada día me convierto en peruana/ Cocino convencida de que dedicarse/ a la gastronomía es la salvación”. Dónde dejar tanto ruido se perfila como un libro de referencia de la nueva poesía latinoamericana y de la cultura peruana en Argentina y propone una voz de esperanza en un contexto desolador: “lo hemos perdido todo y por eso vamos a celebrar/ que aún queda algo escondido en el agua/ microscópico y celular/ algo que brilla con los ojos vendados/ ocupando terreno hacia adelante como una cordillera”.
Clarin