¿Por qué puede resistir Sánchez?

“Como los fuertes ataques al líder del PSOE no acabaron con él, vimos que era necesario llegar al límite y poner en riesgo el Estado con tal de terminar con él”. Esta confesión de un periodista conservador podría atribuirse a alguno de los muchos enemigos de Pedro Sánchez. Sin embargo, esa operación de acoso y derribo tiene tres décadas de antigüedad y se desarrolló durante el último mandato de Felipe González. Sus promotores tenían una consigna rotunda: “Váyase señor González” y un pretexto infalible: “Defender la libertad de expresión amenazada”. Y lo cierto es que los escándalos que entonces zarandeaban al socialismo harían palidecer a los actuales.
Sólo entre 1989 y 1993 –últimas elecciones que ganó González– dimitieron el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, por la cesión de un despacho oficial a su hermano, y el ministro de Sanidad por supuestas irregularidades urbanísticas en su etapa al frente de Renfe, de las que fue absuelto solo muchos años después. Paralelamente, estalló el caso Filesa de financiación ilegal del PSOE, y el fraude del BOE, cuya directora, la socialista Carmen Salanueva, acabaría en la cárcel. Asimismo, tuvo que dimitir el gobernador del Banco de España (propuesto por el propio González) por especular en Bolsa.
Una declarada conjura mediática amplificó solo la corrupción socialista durante una década, pero no logró aplastar al PSOE en 1996Y pese a todo –y en un contexto de crisis económica e incremento desbocado del paro–, el PSOE ganó contra pronóstico las elecciones de 1993. Obtuvo cuatro puntos más que el Partido Popular y casi veinte escaños más. De hecho, su apoyo electoral sufrió una erosión levísima: el socialismo logró el respaldo de cerca del 30% del censo, apenas un punto menos que en las elecciones de 1986, cuando venció con mayoría absoluta.
En realidad, el efecto más relevante de los escándalos que afectaban al PSOE fue la galvanización del voto de centro derecha en torno al PP. Los populares se hicieron con todo el sufragio huérfano del centrismo y arrancaron un millón de votos de la abstención y de los nuevos electores. Y lo lograron a pesar de que cargaban también con su propio lastre de financiación ilegal –el caso Naseiro–, que no prosperó porque el Tribunal Supremo desestimó las grabaciones (no menos bochornosas que las de Koldo y Ábalos) aportadas por el juez instructor.
Lo realmente sorprendente a efectos comparativos con la coyuntura actual es lo que ocurrió en la siguiente legislatura. En esa etapa se produjo la fuga del ex director de la Guardia Civil, Luis Roldán, acusado de corrupción y que estuvo a punto de ser nombrado titular de Interior por González. A resultas de ello tuvo que dimitir el ministro responsable, aunque también lo hizo un mes después el titular de Agricultura por irregularidades fiscales. Y no sería el último. Un año más tarde dimitieron el vicepresidente Serra y el ministro de Defensa por las escuchas ilegales del Cesid.
La gran recesión del 2008 y la aparición de nuevas siglas por el relevo generacional provocaron los daños más irreversibles al Partido SocialistaDurante esa misma etapa, ingresó en prisión el exgobernador del Banco de España, dimitió la presidenta de la Cruz Roja, la socialista Carmen Mestre, por llevar la institución a la ruina, y estalló el caso de los fondos reservados de Interior. Y por si fuera poco, se reabrió la investigación de la guerra sucia contra ETA y, a tres meses de las elecciones, ingresó en prisión el expresidente socialista de Navarra por el cobro de comisiones.
Pues bien, el PSOE firmó un empate técnico con el PP en los comicios de 1996 pese a llevar como candidato al mismo líder –el misterioso “señor X”– que había gobernado durante aquel tétrico período y que siempre se enteraba por la prensa de los escándalos que afectaban a su partido. De hecho, la base electoral socialista resistió numantinamente: cedió solo medio punto en voto sobre censo con respecto a 1993. Eso sí, los populares movilizaron a su favor a un millón y medio de votantes más que tres años atrás. Y el resto es una historia conocida. Los errores mayúsculos de la derecha y la renovación del liderazgo socialista devolvieron el poder al PSOE ocho años después y con un apoyo solo superado en los comicios de 1982.
La base del PSOE ya no es la de hace dos décadas, pero quizás sea más fiel en una atmósfera polarizada y pueda crecer a expensas del voto útil de izquierdaEn realidad, fue la gestión de la crisis económica del 2008 lo que hundió irremisiblemente al socialismo, que estuvo a punto de ser superado en el 2015 por las nuevas formaciones de izquierda nacidas al calor del agotamiento del sistema. Y aunque Pedro Sánchez logró recuperar el liderazgo progresista y evitar la irrelevancia en que han caído otros partidos socialdemócratas, el PSOE ya no recuperó más de tres millones y medio de votos perdidos. Eso sí, aunque más reducido, quizás el núcleo duro socialista sea hoy más sólido.
¿Y ahora qué? Predecir siempre es difícil. Sobre todo predecir el futuro. Hasta el estallido del caso Cerdán, y a la espera de lo que pudiese deparar el inescrutable futuro, la base potencial del PSOE parecía destinada a resistir e incluso a crecer moderadamente a expensas de la polarización política y de la crisis cainita que desangra a la izquierda radical. ¿Se ha truncado definitivamente esa expectativa aunque, al final, Sánchez logre contener la magnitud de los destrozos? Las perspectivas actuales del socialismo son sombrías, pero si González consiguió mantener los apoyos al PSOE en medio de un diluvio casi universal de escándalos, ¿por qué no podría hacerlo Sánchez si no le salpicaran nuevos casos -aunque sí a la oposición popular- y continuara exhibiendo una situación económica infinitamente mejor que la de la primera mitad de los 90?
lavanguardia