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Toros afeitados en el Congreso

Toros afeitados en el Congreso

Sánchez recogió ayer, según lo previsto, unos vales intercambiables por oxígeno en el Congreso. El desenlace estaba escrito y todos los actores sin excepción, principales y secundarios, dieron afinada cuenta de las líneas de diálogo asignadas por el guionista con envidiable profesionalidad. La única incógnita con la que se afrontaba el pleno radicaba en la calidad interpretativa de los protagonistas, no en lo que iban a decir. Y todos ellos dieron brillo a su papel con solvencia dramática, aunque no hasta el punto de hacer creíble lo increíble.

Hizo bien el aparato monclovita en inflar las expectativas de la jornada. Plantearla en la previa como un examen a vida o muerte para Pedro Sánchez: ¿Saldrá vivo o en un ataúd del hemiciclo? La intención era la amplificación del reto al que se enfrentaba el presidente para que quedáramos asombrados del resultado: ¡Qué gran líder! ¡Qué capacidad de resistencia! ¡Qué gran faena ha realizado! Como si no fuera cosa sabida que todos los toros que iban a saltar al ruedo en esta ocasión, a excepción de los dos de la ganadería de la oposición, lucirían una aparente pero afeitadísima cornamenta que reducía el riesgo vital para el maestro Sánchez a prácticamente cero.

Los socios extendieron a Sánchez un cheque de tiempo, el tesoro más buscado en política

Venía el presidente cojeando tras dispararse al pie. El mensaje de renovación del PSOE que debía lanzarse en el comité federal del pasado fin de semana, primera estación del camino de redención sanchista, quedó en nada. Los propios socialistas (algunos) boicotearon el encuentro ejecutando sumariamente por acosador de mujeres a Paco Salazar, el estrecho colaborador de Pedro Sánchez en la Moncloa que debía incorporarse al comité federal como vicesecretario de organización. ¡Qué cerca tiene uno a veces los cuchillos que hacen daño! El chasco no podía repetirse.

Lo de ayer, en cambio, sí fue reconstituyente para el líder del PSOE. No basta para sanarlo, tampoco para garantizarle una larga estadía en la presidencia. Pero el resumen es que las cosas le salieron lo mejor que podían salirle. Los socios de investidura, cada uno en su papel atendiendo a coyunturas propias y al perfil de su electorado, hicieron lo que se esperaba de ellos. Le aplicaron un vendaje temporal en las heridas, no sin antes echarle en las mismas un poco de sal pactada. Sólo faltó que resonase en el hemiciclo la proverbial frase de las madres cuando vertían alcohol en las rodillas de sus retoños: ¡lo que pica, cura, presidente!

El presidente, ayer en el Congreso

Dani Duch

Del papel de cheerleader de Yolanda Díaz al tono severo del PNV todo remitía al mismo final. No bastan dos secretarios de organización del PSOE empurados por la justicia para retirarle la confianza a Pedro Sánchez. Tampoco que la trama de corrupción que se investiga haya llegado ya al ejecutivo a través de Adif o la dirección general de Carreteras. Más allá de los ornamentos florales que utilizara cada uno en sus intervenciones, lo que justifica tanta comprensión es que quien está esperando en la puerta es el PP.

Y a los socios del PSOE, de momento, les incomoda más un gobierno presidido por Alberto Núñez Feijóo que las acusaciones de cómplices de la corrupción que puedan recibir por mantenerse leales al PSOE. Una fidelidad que, por el simple criterio de precaución, ha de acompañarse con la muletilla sobre la escasa confianza que ya les merece Pedro Sánchez. Las advertencias, proclamas y aspavientos de los socios de investidura que se escucharon ayer en el Congreso no eran más que una teatralización necesaria previa a la extensión del cheque de tiempo con el que Sánchez se fue del hemiciclo. Tiempo, el tesoro más buscado en política.

Lo vivido ayer no tapa la debilidad del Gobierno, que sigue sometido a la máxima presión, a la defensiva y a la espera de acontecimientos que escapan a su control. Un nuevo envite sustancial de la justicia, gastados ya los comodines de renovación del partido y el de las promesas legislativas para luchar contra la corrupción que Sánchez desgranó ayer, situaría definitivamente las cosas al borde del abismo.

Costó creer al presidente cuando dijo que había pensado en dimitir. Otra vez el mismo truco que cuando se retiró cinco días para reflexionar sobre su continuidad, cuando aparecieron las primeras informaciones vinculadas a su mujer. A estas alturas resulta ya cansina la reiterada estrategia del hombre acorralado que saca fuerzas de flaqueza para, en un acto heroico, salvarnos a todos y al mundo entero. Sánchez, humano como todos a pesar de tanto, quiere y piensa en salvarse a sí mismo. Y en eso sí que hay que reconocerle una gran capacidad para el combate, incluso cuando está tremendamente malherido y el pronóstico sigue siendo de lo más pesimista.

lavanguardia

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