CAMINO(S) A LA FELICIDAD

Si a un grupo de personas se les hiciera la siguiente pregunta: “¿Eres feliz?”, habría quienes la considerarían, además de innecesaria, inapropiada. ¿Tiene sentido hablar de felicidad con todo lo que ocurre a nuestro alrededor y en el mundo: gente que lucha entre sí en Israel y Gaza, en Rusia y Ucrania; inflación y precariedad económica que aumenta año tras año; las atrocidades contra el planeta, que incluyen el desperdicio virtual, la contaminación y las variaciones climáticas; guerras comerciales entre los poderosos; ¿El abrumador progreso tecnológico que, por no ir acompañado de una reflexión sobre los valores y la conducta individuales y colectivos, abre el camino, en palabras de Günther Anders, a la bancarrota moral que nos transformará a todos «en hijos de Eichmann»? [1] Sin embargo, esta pregunta plantea una serie de cuestiones y puede servir como punto de partida para una mayor reflexión sobre el tema.
En términos generales, la “felicidad” (del latín felicitas , -atis ), [2] es una emoción compleja y multifacética, que puede definirse como “una profunda sensación de bienestar, como un sentimiento de realización emocional, que hace sentir a la persona que su vida tiene sentido y propósito”. [3] Ser feliz es, por tanto, estar en paz con la vida, consigo mismo y con los demás. Este concepto de felicidad difiere, sin embargo, del disfrute efímero de esos momentos inmediatos y transitorios de alegría o placer que experimentamos en nuestra vida diaria o en determinados momentos de nuestra vida. La verdadera felicidad (en griego eudaimonia ) consiste en alcanzar el bienestar a largo plazo a través del desarrollo personal, que se revela a través de los objetivos de vida que nos planteamos y los valores que abrazamos. Sin embargo, este estado de equilibrio físico y psicológico que nos hace sentir felices está condicionado por factores individuales y colectivos que varían según el nivel de desarrollo económico de la población o el contexto cultural, social y religioso.
A pesar de haber sido objeto de estudio desde la antigüedad (desde la Antigüedad Clásica hasta la actualidad, pasando por las tradiciones budista y china), el tema de la felicidad ha emergido en las últimas décadas como un floreciente campo de estudio, basado en una base académica plenamente establecida. La razón de este resurgimiento radique, tal vez, en el hecho de que resulta urgente, en las circunstancias actuales y en el clima global de desintegración de valores que caracteriza a la sociedad contemporánea, revisitar ideas y experiencias que, en el pasado, ocuparon las mentes de historiadores, filósofos, hombres de letras y de leyes, científicos, políticos y hombres de fe, que establecieron esquemas de pensamiento y de acción que estructuraron las sociedades y les dieron cohesión. En la antigua Grecia y Roma, algunos filósofos eran escépticos sobre la posibilidad de alcanzar la felicidad en esta vida, mientras que otros ofrecían recetas para cambiar nuestras actitudes y poner así la tan deseada “felicidad” a nuestro alcance. Otros lo vieron como estable y autosuficiente. Para Aristóteles, la aspiración suprema del ser humano y el fin último ( telos ) de nuestra existencia es alcanzar la felicidad o realización personal ( eudaimonia ). Sin embargo, la felicidad individual depende de la adquisición de un conjunto de virtudes y valores morales, de acuerdo con dispositivos jurídicos que promueven la excelencia y posibilitan la vida en sociedad ( Ética Nicómaco 5,2, 1130b22-26). Aristóteles sostiene también que los bienes externos, de los que dependen el bienestar y la felicidad de los ciudadanos (salud, riqueza y otras exigencias), son normalmente consecuencia de la búsqueda de los bienes del alma, mediante la práctica de actos virtuosos, y no al revés: '...no son las virtudes las que se adquieren y se conservan por medio de los bienes externos, sino los bienes externos por medio de las virtudes' ( Pol. 7,1,1323a39-b6, trad. de AC Caeiro, 20124).
Se puede decir que la evolución del concepto de felicidad está estrechamente asociada al de progreso. Estudios recientes revelan que la expectativa de una vida saludable, el bienestar material, la libertad de cada ciudadano, las buenas relaciones con los demás, la confianza en las instituciones y órganos de gobierno y la sensación de seguridad proporcionan evaluaciones favorables de la vida y, en consecuencia, determinan la percepción y el grado de felicidad de los ciudadanos. Pero hay quienes se conforman con muy poco y hay quienes tienen mucho y son infelices. Hay quienes buscan y encuentran la felicidad en las cosas sencillas, en el bienestar mental y la mejora espiritual y quienes, por el contrario, la buscan desesperadamente sin encontrarla nunca. Esta dualidad y la tensión que de ella surge está muy presente en el texto que trataré a continuación, que explora, de manera ejemplar, la idea de construir la felicidad a través de la comparación de dos modos de vida opuestos: el del asceta/sabio y el del guerrero. Éste es el relato del pueblo de la India y los brahmanes , atribuido a Paladio, obispo de Helenópolis, en Bitinia, nacido en el año 364 d.C. C. De complicada historia textual, este texto, que gozó de gran popularidad en la Antigüedad tardía y en la Edad Media, habrá llegado hasta nosotros, en su última versión, como apéndice de la Historia Lausiaca , texto cristiano del mismo autor, en el que retrata la vida de los anacoretas, eremitas o monjes que, en los primeros tiempos del cristianismo, vivían en reclusión.
La historia reproduce un diálogo entre Alejandro Magno y Dandamis, el más antiguo y sabio de los brahmanes. Esta comunidad de sabios vivía lejos de la civilización, en zonas remotas entre India y China, contentándose con lo que la naturaleza les proporcionaba espontáneamente: aire, agua y comida. Desprendidos del deseo de gloria y de la búsqueda de placeres, los brahmanes eran felices, porque disfrutaban de una plena y saludable tranquilidad de espíritu. Alejandro decidió entonces visitarlos con el propósito de asimilar la sabiduría de aquel pueblo. Dandamis comenzó diciendo que sería extremadamente difícil enseñarle algo a Alejandro, porque el espíritu del conquistador estaba imbuido de poderes malignos. La sabiduría, según el asceta brahmán, consiste en no aspirar a nada y sólo puede ser accesible a quienes viven lejos del seno traicionero de la ciudad griega, donde reinan la codicia, el orgullo y las ambiciones desmedidas. Dandamis terminó su discurso interrogando y desafiando a Alejandro: ¿no querría abandonar las guerras y abrazar la paz, llevando una vida pacífica, desprendida de los bienes materiales?
A pesar de reconocer el valor real del conocimiento de Dandamis, Alexander rechazó la invitación, diciendo que si lo hacía, sería el blanco de la venganza de sus compañeros de armas. Tendría pues que cumplir el destino que los dioses le habían destinado y continuar con sus conquistas, aunque sólo le trajeran infelicidad.
La característica fundamental de este Relato es la crítica feroz de una sociedad carente de valores morales y de sus costumbres (los espectáculos del circo romano son criticados con vehemencia), abogando, en cambio, por una vida vivida en conformidad con la naturaleza ( phüsis ). A través de un topos muy querido por la filosofía cínica, este texto denuncia el grotesco enfrentamiento entre un rey, que representa el máximo exponente del poder y la riqueza adquiridos dentro de una sociedad corrupta, centrada exclusivamente en la acumulación de riquezas y la ambición de gloria, y un sabio asceta e indigente, que renuncia voluntariamente a estos bienes. El primero es insaciable, busca sin cesar algo que nunca consigue y, por tanto, vive en un estado permanente de infelicidad; el segundo, a pesar de no tener nada, se contenta con las cosas más elementales de la vida, gozando de completa tranquilidad. El texto destaca la oposición y el antagonismo entre los brahmanes, los griegos y los romanos, retratados estos dos últimos como seres que han dado la espalda a la naturaleza y están contaminados por los excesos de la civilización. Dândamis resume sus pensamientos en pocas palabras:
Te harás rico como yo si quieres vivir conmigo y prestar atención a lo que digo, si escuchas mis palabras y adquieres los bienes que poseo. Dios es mi amigo y me ocupo con orgullo de sus obras. Y él vive en mí. No escucho a hombres viles. El cielo es mi techo, la tierra mi lecho, los bosques mi mesa, las frutas las delicias de mi comida, los ríos fueron creados para calmar mi sed. No como carne, como el león, ni la carne de otros animales se descompone en mí. No soy la tumba de animales irracionales muertos. La Providencia me da frutos para alimentarme, como una madre amiga da leche a su bebé (§24, traducción de Luís Cerqueira).
El texto reúne dos modelos y filosofías de vida diametralmente opuestos y, por tanto, irreconciliables. El secreto de la vida contemplativa y de la felicidad que de ella se deriva es resistir el atractivo de una sociedad donde prevalecen la codicia, el orgullo y las ambiciones excesivas. Este texto, desgraciadamente tan poco conocido entre nosotros, nos ofrece una lectura del concepto de felicidad (y de infelicidad), en la que podemos vislumbrar muchas de las preocupaciones actuales de los movimientos ecologistas. Aunque obviamente es poco práctico seguir estrictamente la doctrina defendida por Dândamis, hay, sin embargo, lecciones en ella que resuenan en las mentes de todos aquellos que defienden una sociedad justa, igualitaria y feliz: la comunión con la naturaleza, el pacifismo y el respeto al prójimo (que se extiende a la práctica del vegetarianismo), y el desapego de los bienes materiales.
No es pues casualidad que el pueblo indio, heredero de estas doctrinas, aparezca, para sorpresa de muchos, entre los pueblos más felices. Brasil, según estudios recientes, es también uno de los países con mayores porcentajes de personas que se consideran felices, lo que demuestra plenamente que no son los ingresos o el éxito profesional de un individuo lo que determina el nivel de felicidad de una persona. La calidad de las relaciones personales, la importancia de los amigos y la familia, la confianza y el respeto por el legado espiritual y moral heredado de los antepasados, son factores importantes para determinar el grado de satisfacción de las personas con la vida.
En resumen, la felicidad no es una adquisición permanente ni un estado de gracia; Es un logro que todo ser humano debe ganarse día a día. Este es el legado que nos dejó el Papa Francisco: sin AMOR no hay PAZ ni FELICIDAD.
[1] Günther Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann (traducción al portugués), 2025.
[2] Felicitas es un derivado de felix, -icis , que literalmente significa “fructífero”, “fértil”, “favorecido por los dioses”, y por ende, “auspicioso”, “favorable”, “propicio”, “afortunado”. El sustantivo traduce, por tanto, el entusiasmo y la alegría que se asocian naturalmente con la fertilidad y, por extensión, la buena suerte que de ella se deriva. Etimológicamente, félix está relacionado con una raíz indoeuropea que encontramos en el vocablo griego thêlê (mama). El significado original habría sido entonces “aquello que da o produce leche”, pero no hay rastro de este significado en los ejemplos atestiguados en latín.
[3] Robert Waldinger y Marc Schulz, Una buena vida. Lecciones del mayor estudio científico jamás realizado sobre la felicidad (traducción al portugués), 2023.
*Profesor titular jubilado de la FLUL
* En defensa de la lengua portuguesa, la autora de este artículo no adopta el Acuerdo Ortográfico de la Lengua Portuguesa (1990), por considerarlo un instrumento al servicio del analfabetismo, no respeta la Constitución de la República Portuguesa y no es fruto de una reflexión intelectual seria.
Jornal Sol