Opinión: Mundo Canino

En tiempos de amenaza nuclear, crisis climática y desafíos globales, insistir en soluciones militares no solo es inmoral, sino suicida. La irracionalidad de las guerras y la ceguera del poder son síntomas de un sistema que urge repensar. ¡La paz no es una utopía: es urgente!
A lo largo de la historia, las guerras se han presentado como instrumentos de conquista, defensa o redención. Sin embargo, un análisis más profundo revela la irracionalidad que las sustenta y la ceguera del poder que las alimenta. En el siglo XXI, en un mundo que se proclama globalizado, civilizado e interconectado, la persistencia de los conflictos armados plantea una pregunta esencial: ¿por qué seguimos recurriendo a la violencia organizada para resolver disputas?
La irracionalidad de las guerras se evidencia, ante todo, en su coste humano. Millones de vidas se pierden, no solo entre soldados, sino sobre todo entre civiles inocentes: niños, mujeres, ancianos. Poblaciones enteras son desplazadas, culturas destruidas, traumas colectivos perpetuados durante generaciones. No hay argumento racional que justifique tales pérdidas. Ninguna frontera, ninguna ideología, ningún recurso natural justifica el sufrimiento causado por una guerra. Incluso los supuestos "vencedores" terminan heridos, en cuerpo, alma o economía.
Además de la destrucción física, existe la ruina moral y ética que traen las guerras. Cuando la violencia se institucionaliza, cuando la matanza se legitima con banderas y discursos patrióticos, se tambalean los cimientos de la humanidad. La guerra deshumaniza, transforma al "otro" en enemigo y borra la empatía. Y todo esto a menudo lo llevan a cabo líderes alejados del campo de batalla, cómodamente instalados en los pasillos del poder, cegados por la ambición, el orgullo o la sed de dominación.
Es precisamente esta ceguera ante el poder la que perpetúa los conflictos. Líderes ebrios de autoridad, incapaces de escuchar o reconocer errores, prefieren arrastrar a naciones enteras a confrontaciones evitables antes que ceder o dialogar. La historia reciente está llena de ejemplos: guerras iniciadas con falsos pretextos, intervenciones militares disfrazadas de "misiones de paz", escaladas bélicas motivadas por cálculos electorales o intereses económicos ocultos. La política, contaminada por el ego y la codicia, se convierte en terreno fértil para decisiones irracionales e irresponsables. ¡Vivimos en un mundo de dominación!
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