Sin defensa europea no hay Europa social

Los líderes de la OTAN se reunieron este miércoles en La Haya, Países Bajos, para una cumbre que podría marcar un punto de inflexión histórico. La decisión de establecer un nuevo nivel de inversión en defensa —el 5% del PIB— es más que una cifra simbólica. Es una clara señal de que la seguridad ha vuelto al centro de las preocupaciones europeas, no como una decisión ideológica, sino como una respuesta a la realidad. Incluso con el decidido impulso del inestable presidente estadounidense. La guerra ha regresado al continente y, con ella, la urgencia de replantear el papel de Europa en el mundo.
Algunos ven a la OTAN como un remanente de la Guerra Fría, una estructura envejecida y dependiente de Washington. Pero lo que el Kremlin hizo en Ucrania y lo que sigue haciendo con misiles y drones sobre ciudades civiles es un duro recordatorio: el mundo no es más seguro, solo más impredecible. La OTAN, por mucho que se la critique por su inercia burocrática o el desequilibrio entre sus aliados, sigue siendo el único escudo eficaz de disuasión militar en Europa.
Pero esta dependencia del liderazgo estadounidense se ha convertido en una vulnerabilidad. No por una falta total de capacidad europea —que existe, aunque dispersa y mal coordinada—, sino por falta de voluntad política. La incómoda realidad es que, tras décadas de paz, muchos Estados europeos se han vuelto gradualmente menos responsables de su propia defensa. Y ahora, ante las evasivas de Trump y la latente reticencia estadounidense a brindar mayor apoyo a Ucrania, el error estratégico de esta complacencia se hace evidente.
Por tanto, este es el momento de que Europa decida si quiere ser actor o sólo una etapa de la historia que otros escriben.
La autonomía estratégica europea ya no es un eslogan tecnocrático de Bruselas. Es una necesidad existencial. Para quienes se ven en un proyecto europeo fuerte, socialmente cohesionado, abierto al mundo, pero capaz de defenderse, la opción es clara: más integración, más coordinación, más inversión en nuestras propias capacidades militares, no para rivalizar con la OTAN, sino para fortalecer su cohesión. Al menos hasta que sea posible crear unas Fuerzas Armadas Europeas únicas.
De hecho, si Europa quiere seguir siendo relevante en la OTAN, debe ser más que un simple apéndice político de Estados Unidos. La mutualidad del Artículo 5 exige credibilidad. Y la credibilidad requiere recursos, compromiso y visión estratégica. Un grupo de Estados del bloque europeo que delega su defensa no puede aspirar a liderar nada.
Aún queda una ilusión por desmantelar: que la paz solo puede garantizarse mediante la diplomacia. La diplomacia es esencial, pero solo es eficaz cuando se apoya en la disuasión. Putin lo ha comprendido mejor que muchos responsables políticos europeos. Su régimen se basa en la intimidación, la división interna de las democracias y la normalización de la brutalidad como instrumento de política exterior. Ignorar esto es no aprender nada de la historia.
Al mismo tiempo, la guerra en Ucrania ha revelado una Europa más unida y decidida de lo que muchos anticipaban. La rápida respuesta, la acogida de refugiados, el suministro de armas y el apoyo económico han demostrado que el ideal europeo de libertad y solidaridad sigue vivo. Pero también ha demostrado que este impulso debe estructurarse en un compromiso duradero, no solo con Kiev, sino con la idea misma de la soberanía europea.
La OTAN necesita a Europa, no solo como espacio geográfico, sino también como pilar político y moral. Y Europa necesita a la OTAN, pero sobre todo se necesita a sí misma: para verse como una potencia, no solo económica sino también geopolíticamente. Esto requiere un liderazgo valiente, un electorado consciente y una cultura estratégica que trascienda el corto plazo.
No se trata de militarizar el proyecto europeo. Se trata de garantizar su continuidad. Una Europa social, verde, digital y democrática solo puede prosperar si está protegida. Sin seguridad, no hay libertad. Y sin libertad, todo lo demás se desmorona.
La Cumbre de La Haya no lo resolvió todo, ni mucho menos. Pero marcó el fin de una era de inocencia estratégica. El compromiso de reforzar la defensa, aunque ambicioso, es una declaración política que no puede quedar en el papel. Si Europa quiere, puede salir de esta guerra más fuerte, más unida y mejor preparada para el siglo XXI. Pero tiene que quererlo. Y tiene que actuar.
Escribe para SAPO cada dos semanas los jueves // Tiago Matos Gomes escribe utilizando el antiguo acuerdo ortográfico
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