¿Vivienda? El verdadero problema de la política

La crisis de la vivienda, por muchas ilusiones que se alberguen, nunca se resolverá con la economía. Ni en Portugal ni en el resto del mundo occidental, donde la falta de vivienda asequible para la ciudadanía se ha convertido en un problema flagrante, especialmente entre los jóvenes. La solución siempre tendrá que ser política. Pero política entendida en su sentido más noble e integral, no en el de las intrigas mezquinas y las soluciones fáciles que tan a menudo plagan nuestra vida cotidiana. En otras palabras, política caracterizada por la gestión y administración responsable de los asuntos comunitarios, centrada en la resolución de problemas y la creación de una mejor calidad de vida.
Dejar que el mercado funcione sin restricciones y con escasa regulación nos ha llevado a la situación que vemos hoy en las principales ciudades, tanto de Portugal como del resto de Europa. El problema es que estamos inmersos en una profunda crisis estructural que inevitablemente tardará años en resolverse. Y no desaparecerá con soluciones rápidas y milagrosas ni con el anuncio de la construcción de viviendas, como veremos en los próximos meses, en vísperas de las elecciones locales del 12 de octubre. Por muy buenas que sean sus habilidades oratorias o sus buenas intenciones, ningún candidato a la alcaldía de las grandes áreas metropolitanas podrá cumplir, por sí solo, la promesa de resolver el problema de la vivienda en el municipio que dirige.
Como ha demostrado la historia, las crisis de vivienda pueden resolverse con políticas públicas genuinas y, sobre todo, con una amplia planificación y coordinación. Así ocurrió en la devastada Europa tras la Segunda Guerra Mundial, o posteriormente, en los grandes proyectos de urbanización que impulsaron el crecimiento de las ciudades, con la indispensable ayuda de millones de trabajadores inmigrantes.
En Portugal, también tenemos buenos ejemplos del papel del Estado en este ámbito, como ocurrió en la década de 1990 con el Plan Especial de Realojamiento (PER), que erradicó las favelas en las áreas metropolitanas de Lisboa y Oporto. Y no podemos olvidar el ejemplar plan para el barrio de Alvalade, diseñado para ampliar el área urbana de Lisboa, con una combinación casi perfecta de apartamentos y viviendas asequibles para las clases media y media-alta. Pero no solo eso: Alvalade se construyó como una "ciudad dentro de la ciudad", gracias a un plan urbanístico que sigue siendo relevante, armonioso y eficiente hasta el día de hoy, integrando jardines y espacios comerciales y de ocio con equipamientos culturales, escuelas, lugares de culto e incluso una instalación deportiva de primer nivel para su época.
Manteniendo las distancias necesarias, el barrio de Alvalade es lo más cercano que tenemos a lo que se hizo en Viena, la capital austriaca, que ahora se considera unánimemente la ciudad con el modelo más inmune a la actual crisis de vivienda, aunque ya muestra algunas grietas. En otras palabras, hay un fuerte predominio de vivienda asequible, aunque integrada en un tejido urbano donde confluyen diversos estratos económicos.
En Viena, actualmente, aproximadamente la mitad de las viviendas son "viviendas sociales", pero sin la "importancia" que ese término aún tiene entre nosotros. Por eso, el presidente del Ayuntamiento de Oeiras, Isaltino Morais, tiene razón al referirse siempre a "barrios municipales" en lugar de "viviendas sociales" en todas sus intervenciones públicas, combatiendo así un estigma sin sentido. En la capital austriaca, el ayuntamiento, junto con las cooperativas de vivienda y las mutualidades sin ánimo de lucro, sigue siendo el principal arrendador. Y los planes urbanísticos priorizan la construcción de una auténtica vida urbana, donde la gente pueda ir a la escuela o al trabajo a pie o en transporte público.
El ejemplo de Viena, sin embargo, es difícil de replicar hoy en día. Por una sencilla razón: es fruto de una idea "utópica", iniciada hace más de un siglo, en 1920, en la llamada "Viena Roja", cuando los "radicales de izquierda" tomaron el poder en la ciudad y, con la ayuda de la élite intelectual y artística que proliferaba allí en aquel momento, idearon un ambicioso plan para crear viviendas para la clase trabajadora. El modelo, aunque utópico, demostró ser resiliente y extremadamente eficiente. Y siempre se basó en una firme demanda de planificación y políticas públicas que consideraran el acceso a la vivienda como la máxima prioridad para los ciudadanos. Un siglo después, esto es exactamente lo que necesitamos para resolver la crisis de la vivienda: más utopía y voluntad de actuar.







