Con la pluma se vive, con la pluma se revela.

Hay figuras que no se imponen por la huella clínica que dejan ni por las marcas institucionales que crean, sino por la línea de escritura… y la niebla de palabras que las rodea. Recientemente, en una cena de apoyo a uno de los candidatos a la presidencia de la Sección Regional Norte de la Orden de Médicos, alguien afirmó, con una franqueza un tanto desconcertante: que no conocía al candidato. Una curiosa falta de conocimiento, viniendo de alguien que comparte el mismo espacio en el hospital más grande del norte del país.
La revelación del nombre no parece haber surgido de la práctica clínica, sino de otra cuestión: el verbo. Ganó atención por lo que escribió, y por lo que se escribió sobre él, cuando se invocó un supuesto intento de silenciamiento para justificar el ruido que lo rodeaba. Sin ese halo de mártir involuntario, quizá no habría atraído tanta atención. Por supuesto, cada uno es libre de formarse su propia opinión, que es privada e intransferible, pero cuando esa opinión se aleja de hechos concretos y verificables corre el riesgo de dejar de ser una crítica legítima y convertirse en una mera calumnia. Y en este caso, no ilumina: sólo oscurece.
Más recientemente, el candidato habló de confianza y transparencia. Palabras luminosas, sí, pero a veces, cuanto más hablamos de luz, más densas parecen las sombras. En uno de sus textos, evocando a Kafka, se describe a sí mismo como una figura injustamente tratada en un proceso sin rostro. Sin embargo, hace pública una de las cartas recibidas en el contexto de este mismo proceso, exponiendo, quizás sin intención, una realidad que no encaja bien con la narrativa construida. Hay versiones que no resisten al espejo.
En otro punto, sostiene que los médicos que se forman en hospitales centrales deben permanecer vinculados a las instituciones después de la especialización, bajo pena de compensación económica si eligen otro destino. La prosa es fluida; La propuesta, menos indulgente. Un contrato barnizado de palabras, pero que pesa especialmente en los más pequeños.
En otra pieza, se sumerge en el miedo. Convoca a Kierkegaard, Heidegger, Foucault, Sartre, Kant y Maquiavelo para sostener una reflexión densa y laberíntica, donde el yo parece dominar el espacio hasta sofocar al nosotros. A veces el escrito suena más a lamento que a filosofía. Como si el autor se viera, como Zaratustra, perdido en el laberinto de su propia creación, temiendo sus pensamientos y la revelación que pudiera surgir de ellos.
Todos nos quejamos en algún momento. Pero cuando quejarse se convierte en un patrón, entramos en territorio ambiguo. Saverio Tomasella lo llamó el “síndrome de Calimero” : figuras atrapadas en un caparazón de incomprensión, que transforman su dolor en un monólogo y hacen del lamento una forma de existir. Como el pollito negro que repetía: “c'è una ingiustizia” .
Hay quienes ven la vida como un campo minado de peligros; Otros ven en ello el riesgo necesario de la libertad. Tomar riesgos es estar vivo. La paradoja es que la búsqueda obsesiva de seguridad puede generar precisamente el miedo que uno busca evitar. El verdadero escudo no es el control: es la confianza.
En El Discurso , Ulises rechaza la inmortalidad prometida por Calipso. No porque desprecie el don, sino porque entiende que vivir bien es un propósito mayor que vivir para siempre. Como nos recordó Luc Ferry, vivir requiere superar tres obstáculos: el miedo, la nostalgia y la desarmonía interior. Sólo quien supera el miedo es capaz de amar. Sólo quien vive el presente es capaz de habitar el tiempo. Y sólo quien está en paz consigo mismo puede abrirse al mundo.
Por eso, en este momento crucial para la Orden de Médicos, no podemos entregar el timón a alguien que se refugia en la niebla de las palabras, con la esperanza de que el humo disimule la ausencia de sustancia. Hay quienes confunden complejidad con profundidad y misterio con claridad. Pero el liderazgo requiere más que laberintos: requiere dirección.
Necesitamos a alguien completo, como el tritón de Yeats: desgastado por la vida, pero dispuesto a servir. Alguien que no se esconde detrás de teorías, sino que actúa con valentía. Que une en lugar de dividir. Esto aporta propuestas, ideas y evidencia comprobada. Que valora la práctica médica, la ética, la formación y el servicio a la ciudadanía. Que se fortalezca la voz de todos los médicos, para que a través de ellos se escuche con mayor claridad la defensa de los pacientes y el derecho a la salud.
observador