De vez en cuando la vida

Hay noticias que te golpean como un portazo en el pecho. De esas que lees, relees y no terminas de creer porque el corazón, con toda su lógica, se niega. El futbolista del Liverpool Diogo Jota ha muerto. Y no solo él, también su hermano. Dos vidas jóvenes, llenas de futuro, apagadas de golpe en una carretera de Zamora olvidada por el Estado y recordada solo por el asfalto podrido.
La vida tiene esa crueldad de girar en redondo sin pedir permiso. Diogo y su hermano habían trazado un plan. Como todos. Tenían una agenda, unos hijos que dormían, competiciones en el horizonte, una luna de miel. Nadie pensaba en la muerte. Solo en volver. Y no volvieron.
Jota Diogo y su hermano no pensaban en la muerte, solo en volver; y no volvieronNos pasa a todos. Apuntamos reuniones, cenas, cumpleaños. Reservamos vuelos, pactamos un calendario... Hacemos listas: que si aceite, pan, tomates, huevos... Pero nunca escribimos: morirme este lunes con mi hermano al lado y todo por delante. Y, sin embargo, pasa. Pasa cada día. Cada noche. En coches veloces o modestos, en quirófanos que no responden... La muerte no pide cita previa. Te encuentra aunque te escondas, aunque lo hayas hecho todo bien, aunque te hayas casado hace solo quince días con el amor de tu vida y tengas tres hijos que no entienden el vacío.
Y por eso, hoy más que nunca, conviene recordar la suerte de estar vivos. De abrir los ojos y ver el techo de siempre. De oler el café. De sentir la ducha. De besar aunque sea con prisas. De tener a quien escribir. De poder decir “nos vemos mañana” sin saber si habrá mañana.
Lee también El asesinato político de Oltra Jordi BastéQuizá por eso convenga vivir más atentos. Abrazar un poco más fuerte. Escuchar con más pausa. Disculpar antes. Agradecer siempre porque todo lo que damos por hecho, el trayecto, el regreso, la rutina, es prestado.
No se trata de dramatizar, sino de entender. De vivir sabiendo que hacerlo es un milagro. Que la vida no es una deuda, es un regalo. Hoy una mujer llora porque ha perdido a su compañero de vida y al padre de sus hijos, que preguntan cuándo vuelve papá. Y nosotros, que estamos aquí leyendo esto, aún respirando, aún intactos, tenemos el deber de honrar a los que ya no pueden. ¿Cómo? Viviendo. Viviendo de verdad. No de perfil. No a medias. No aplazando. Como si mañana ya llegará... porque a veces no llega.
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